
Italia jugó a la ruleta rusa, perdón, eslovaca. Y se levantó la tapa de los sesos. Se disparó tres veces a la sien. No hubo bala ante guaraníes ni "kiwis", pero a la tercera, fue la vencida. Su rival, más estético, más valiente, más meritorio y más atrevido, se ganó la clasificación centímetro a centímetro. Los últimos coletazos de Italia casi acaban con el corazón de los eslovacos, que juguetearon con la mala suerte y un castigo cruel. Pero esta vez, el fútbol, justicia poética, premió al que siempre quiso ganar, Eslovaquia. Lo hizo con una exhibición de Srktel en la zaga, con Vittek genial en la definición, con la aportación de Hamsik entre líneas, con el brío de Kucka (ridiculizando a Montolivo y De Rossi, inoperantes) y con las incursiones de Stoch, un puñal en el costado. La locura corrió a cargo de Kopunek, en un saque de banda, que dejó en cueros a Cannavaro, Zambrotta y el resto de defensas indefendibles de una Italia inerte.
Italia, cuya leyenda dice que siempre hay que matarla dos veces, gastó su suerte. Eslovaquia, por si las moscas, la mató hasta en tres ocasiones. Tuvo orgullo y ocasiones para resucitar, pero haber salido ilesa de este desafío habría sido excesivo hasta para un equipo cuyo "culo" es mundialmente temido por el resto del planeta fútbol. Esta Italia, la más infame que uno recuerda desde que tiene uso de razón, ha quedado desnuda en Sudáfrica, con una mano delante y otra detrás. No tiene fútbol, no tiene defensa y se marcha para casa con toda la justicia del mundo. Su estilo, cavernario, oscuro y sobrevalorado, se ha llevado su merecido. Italia llora lo que entiende como su "porca miseria", pero su eliminación es una magnífica noticia para el fútbol. Jugó al fútbol de una manera mezquina, pobre. Su recompensa, un avión para irse a casa. Es lo que suele ocurrir cuando a un resultadista le quitas el resultado. No le queda nada. Sólo la sensación de ridículo y de ser una gran mentira.
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