miércoles, 9 de julio de 2008

La vida es un balón redondo

Cuando el futbolista descubre la picardía, cuando suplanta la armonía colectiva por la rabiosa individualidad, ha instaurado dentro de la cancha su condición de rebelde. Es decir, ha elaborado un manual de supervivencia que tiene mucho de anarquismo y de arrojo, pero también de técnica, malevaje e instinto. La historia del futbol registra a jugadores entrañables que se rebelaron ante sus contrarios, pero también ante el club que los quiso transformar en moneda de cambio y ante los absurdos administradores de la genialidad, encarnados en promotores, representantes, dueños de clubes, periodistas. Agentes de ventas que convirtieron al futbolista en una empresa redituable de bonhomía y comfort. El futbolista, claro, también pone de su parte para solventar los lujos que le otorga la comercialización de su técnica individual. Ya en el retiro, se transforman en los representantes de una clase alta que busca potenciar los ideales que acumularon en su época activa, y se vuelven Presidentes de Clubes, Directivos o Promotores. Es decir, se ponen la corbata y se cuadran ante ese sistema que los mantuvo a la saga y les dio, al mismo tiempo, dinero y prestigio. El futbolista moderno de alta competencia es parte de ese star sistem que lo resguarda. El obrero de las canchas, en cambio, ese que carga los ladrillos de la estrategia y ayuda a construir tácticas desde su puntualísima aplicación, es quien llega a los penosos mercados de piernas con su carta bajo el brazo, los botines en el hombro y la ilusión de vestir los colores de un club digno donde mostrarse. Contra estos razgos del capitalismo salvaje inserto en la industria del futbol, un deporte que se hizo para entretenimiento de la clase media pero que paulatinamente rompió sus cotos para convertirse en un fenómeno de felicidad colectiva, trabaja la prosa de Vladimir Dimitrijevic, en su maravilloso libro La vida es un balón redondo. Se trata de una recopilación de artículos que navegan por la memoria a través de los pasajes de la infancia, y por la consciencia crítica de asumir el futbol como un sistema de signos no muy alejados del arte. En 49 textos de brillo propio, el autor nos perfila su afición por los clubes que lo vieron crecer desde ese futbol de individualidad y bloque defensivo, pero también por esos semidioses de la postguerra que documentaron una suerte de edad dorada del futbol europeo. Difícil aludir a los años cincuenta sin mencionar a Puskas, DiSteffano, Czibor, como los protagonistas de un gran montaje nada mediático donde importaba, primordialmente, la cercanía del público y su protagonismo en la compleja trama de una cultura reconstituida a través de sus manifestaciones más entrañables. Editado por Sexto Piso, La vida es un balón redondo nos recupera la noción del futbol como diversas formas de viaje: a la infancia, al heroismo y a la permanente mistificación de un deporte cuya soberanía está cifrada por el uso del pie (la prehistoria de nuestros movimientos). Reproduzco aquí, como mejor crítica, un texto corto de este libro fundamental para entender el futbol en todas las épocas del hombre:

¿Quiénes son los héroes de las pasiones infantiles?/Vladimir Dimitrijevic


¿Cuáles son los puestos clave? Los niños no se equivocan. Miradles correr para rodear su equipo tras el partido: asaltan al portero y al delantero centro. Porque este último es como una adición de todos los rebotes imaginables, está siempre al acecho y se comporta durante todo el partido como el que acaba de perder su boleto justo antes de la salida del tren o el avión. Son extraños, estos cazadores de goles. Miradles a los ojos. Sus pupilas bailan arriba, abajo, a la derecha, a la izquierda, se mueven en direcciones oblicuas. Y así todo el tiempo. Una sola idea en la cabeza, como en los poetas o en los grandes novelistas. Insensatez, sí, pero insensatez grandiosa, divina. Eso es el delantero centro, aquel que, más allá de la mitad del campo, encuentra soluciones inesperadas, rápidas, fulgurantes. Movimientos que son como los ojos prodigiosos de movilidad y de inteligencia de Johann Cruyff. Acuérdense de Gerd Mûller, de Sánchez, de Stojkovic, de Schillaci, de Paolo Rossi, de sus mirada predadoras. Y de Don Diego también, aunque quizás por otros motivos.


Daesu

martes, 8 de julio de 2008

Porque te quiero te vengo a ver...

Ricardo Bajo envía al blog un texto que describe esa melancolía que ronda a la comunidad atigrada...


La tristeza no tiene fin, la felicidad, sí, cantaba Vinicius. En el Tigre nos pasa lo mismo: las penas duran semanas, meses y años mientras las alegrías son efímeras, cada diez años, cada centenario, “volveremos, volveremos..., como en el 93”.El The Strongest de Pacheco y cía. termina el primer campeonato en la panza de la tabla. Siendo el peor equipo de local. Con el técnico del Centenario despedido, con un plantel desmotivado, con una hinchada apática, triste, desmotivada y ausente (en el último partido, el sábado 5 de julio, contra Aurora, había apenas dos mil personas).Pacheco fuma pucho tras pucho en el antepenúltimo cotejo del Apertura, ese que ya ganó Universitario de Sucre, entrenado por un viejo conocido de los stronguistas, el atigrado de corazón, Eduardo Villegas, ex jugador y ex técnico aurinegro. Al lado de Pacheco, en la preferencia más cercana a una curva sur desganada, ve el partido permanentemente de pie el dirigente Alberto Montalvo. El Tigre, después de cinco partidos sin vencer, golea sin piedad a un desconocido Aurora.Los jugadores, sin hacer un gran fútbol, corren, meten la pierna y muestran una actitud casi inaudita durante todo el campeonato. ¿Por qué? Pacheco ha amenazado: el que no corra, el que no sienta la polera, se va. Y punto. Y todos corren y se esfuerzan para conservar la “pega”.El presidente ha botado a nuestro mejor arquero, Jemio, porque “no tiene alma”. Antes, otro dirigente, Alfredo Arnez (que ha encargado 50.000 botellas de singani atigrado en linda presentación encargada a la imprenta Sagitario) justifica el despido del central Doyle Vaca: “no estaba la altura del Tigre Centenario”. Y añade: “hemos tenido mala suerte con los fichajes”. Y los hinchas sufridos, valga la redundancia, ¿no hemos tenido mala suerte con nuestros dirigentes?El resto del plantel aprende la lección y en el partido contra Aurora le ponen alma y altura a su juego. La dirigencia anuncia, como todos los inicios de torneo, la llegada de extranjeros. Ya aterrizaron en La Paz, dos: un arquero colombiano (a pesar de la buena actuación del paciente Gustavo Fernández) y un delantero paraguayo de apellido Santa Cruz (nada que ver, obviamente, con Roque). Otra vez cometiendo los mismos errores: futbolistas de trayectoria mediocre (ojalá me equivoqué), necesaria espera para su aclimatación a la ciudad y al equipo y tardanza a la hora de fichar al nuevo técnico. Espero que Orozco no sea el encargado en el segundo torneo.

Pero ya no puteo contra Pacheco, al fin y al cabo, como me dice mi tocayo, “Tano” Fontana, sentado en su habitual sitio en la Preferencia, “el presidente no juega, no salta a la cancha”. Y tampoco reniego contra el despedido Redín, que ganó cinco partidos de 17, que nunca entendió el alma atigrada, y que ni siquiera consiguió tener un onceno de confianza. Ya no me estrello contra la dirigencia que se apasiona en los partidos intrascendentes. Ni me da pena ver la curva sur desierta con una docena de hinchas cantando como en misa. Ni tan siquiera tengo esperanzas que la nueva dirigencia que asumirá a final de año cuando se vaya Pacheco, cambie la cosas. En realidad. El Tigre es un pasanaku de dirigentes voluntariosos y nefastos.Volveremos a contratar a otra docena de “desconocidos” y volveremos a soñar con festejar algo en el primer año de nuestro nuevo siglo. Como casi toda la hinchada (la que va al Siles y la que prefiere pasear), ya no grito ni me enojo.Como dice la canción, simplemente porque te quiero, te vengo a ver. Con una fidelidad a prueba de bombas, sin preguntar nada, sin exigir, sin celos, sin llorar, sin presión, dandote espacio y tiempo para que algún día, me vuelvas a enamorar, Tigre querido de mi corazón. Y consigas de nuevo que salte, grite, festeje, putee y reniege.

Arte Gráfico: Aldo Mercado

jueves, 3 de julio de 2008

Magia Blanca


La Copa Libertadores de América por primera vez trepará a la altura de Quito, al templo de Atahuallpa. Desde mayo de 2007 la regiones altas del continente (Quito, Cuzco, La Paz, Oruro, Potosí) sufrieron una serie de odiosas y arbitrarias embestidas que cuestionaron el juego de la pelotita en estos ámbitos. Arbitrariedades que surgieron justamente en Río de Janeiro, a partir de la atropelladora iniciativa del equipo rival del Fluminens: el Flamengo. En julio de 2008, la Magia Blanca de Quito, con la adrenalina que motivan los sueños, con la bendición que la pachamama ofrenda y estructura en la cancha, la Liga Deportiva Universitaria de Quito ganó la Copa Libertadores de América y no en la altura, sino en el traicionero templo de Río de Janeiro: el Maracana. Anoche, el fútbol de altura le dio más de un revés al soberbio fútbol de Río...

El éxito de la Liga de Quito no solamente es producto de un deseo, de una emoción, de un simple y entusiasta cariñitio al fútbol o de un hilo de casualidades. No, no la Liga es el Campeón de América por la brillante ingeniería dirigencial que con la paciencia de orfebres construyeron y le dieron cuerpo y consistencia a este sueño que ayer dio la vuelta en el gigante Maracana con la Copa entre las manos. Lejos de proyectos como el que se traza en Núñez o en la Boca en Buenos Aires; lejos de los recursos que poseen los equipos mexicanos, la Liga de Quito hizo de la planificación, de la humildad una metodología que potenció la ruta para alcanzar los objetivos. En otras palabras, la Liga de Quito se tomó en serio esto de la derrota sempiterna y aprendió hacer fútbol, hacer institución a partir de la derrota. Son varias generaciones de jugadores desde Alex Aguinaga (símbolo del fútbol ecuatoriano y del fútbol de la Liga) hasta Guerrón que tropezaron, pero en ese caerse que es irse levantando hasta alcanzar la cima del torneo más importante de América.

Lo de ayer fue una síntesis perfecta de lo que es la Liga. Un equipo con mucha carrocería futbolera, vértigo, adrenalina, y un palpable cariño a la camiseta. Un equipo que sabe atacar con dos panteras como son Guerrón y Bolaños que además de ensanchar la cancha saben encontrar los resquicios para dañar al rival. Un equipo que sobre una columna vertebral configurada por Manso (exjugador de Newls), Urrutia, el paraguayo Vera y el Arquero Cevallos han atravesado esta empinada peripecia hasta alcanzar la cima. Con un técnico Rosarino que dio contenido y fortaleció el fútbol de los quiteños: El Patón Bauza. Pero más allá de su juego, de los nombres que ayer poblaron la cancha es importante destacar el mensaje que da Liga a los equipos andinos: que desterrando la demagogia y la palabrarería, teniendo en mano un proyecto sostenible, administrando y generando los recursos, armando un equipo con jugadores que devengan de un proceso de formación (como Ambrosi, el propio Guerrón, entre otros) más una prolija inclusión de jugadores extranjeros es posible trazar la ruta hacia la cima de la Copa. Lo de Liga de Quito es más que un Campeonato es una embestida a la soberbia del Flu e implícitamente también a la del Fla y es sobre todo una lección que da a las tímidas potencialidades de los débiles.

martes, 1 de julio de 2008

La Euro: El Balance


La Euro conquistada por Grecia hace cuatro años sorprendió al mundo. Se trataba de un equipo de evidente orden colectivo, pero sin esa espectacularidad que sustenta el descaro de las individualidades y que teje (pase a pase, regate a regate) un mosaico de armonía futbolística plena. En esa ocasión, Portugal fue el sacrificado. Su vistosidad, su barroquismo, su vértigo al pie de la letra bajo el mando de Luis Felipe Scolari, ofreció un futbol franco, sí, pero con fisuras tácticas que aprovechó un rival correoso, duro y letal en la definición. Grecia representó a ese futbol europeo desdeñable, fabricado en los laboratorios de guerra o en esos bunkers donde se enfría la sangre de los soldados y se les programa para vencer pese a todo.

La Euro que acaba de terminar fue mucho, pero mucho más justa. Muchas formas de ver el fútbol se complementaron con una afición acostumbrada a los mejores diálogos, los mejores paisajes, los lenguajes futbolísticos más vistosos. Una palabra chocó con el ideal del fútbol espectáculo: la efectividad. Dicha efectividad la encarnaron equipos como Alemania, que con un estilo denso, de aguas cargadas, pudo llegar a instancias impensables ante cuadros como el holandés o el lusitano, dueños de una dinámica que en la primera ronda fue una engañosa delicia para los amantes de la verticalidad. Jugadores con la puntería y la lectura de juego de Ballack, encajan a la perfección en ese juego que espera el último aliento para encontrar el triunfo. Circunstancias arbitrales, gasmoñería del rival y mucho peso histórico dejaron que una selección alemana, con muy poco que contar, llegara a la final de la Euro con el calendario de sus triunfos históricos en la mano.

Por el otro sector, España ofreció un juego de sociedades perfectas, de diálogos futbolísticos que, convertidos en una bella abstracción, nos dieron un fútbol de velocidad armoniosa. Dos medios encargados de buscar y cargar la pelota -Xavi y Senna- y dos más encargados de moverla, retenerla, buscar las grietas del enemigo -Iniesta y Silva- configuraron una media cancha flexible, atenta y rapidísima en los desdoblamientos. España tuvo en Xavi -el mejor jugador de la Euro, según la UEFA- el pulmón de sus despliegues tácticos, el hombre que le daba la circulación exacta al balón. Se dieron el lujo de sentar a los "ingleses" Xabi y Cesc, quienes cuando entraron al campo exhibieron las condiciones necesarias para mantener el pulso de una selección con unidad emocional y futbolística. No es gratuito si digo que esta selección me recordó mucho el juego que hace tres años practicaba el Barça. Un juego elaboradísimo, artesanal -no industrial- y casi siempre a ras de la perfección.

Por otra parte, sorprendió ver cuadros como Turquía y Rusia. Uno, por su voluntad y buen juego, llevando la práctica del balompié a la dimensión de una guerra santa. Difícil saber que hubiera pasado si Turquía hubiera jugado con todos sus hombres en la semifinal contra Alemania. Rusia ofreció dos juegos perfectos, gracias a la calidad de sus individualidades y al reconocimiento de sus funciones dentro de la cancha. Jugadores como Pauvlichenko o Arshavin conformaron una delantera rapidísima y letal. Pero finalmente sucumbieron ante una desgastante media española que les dio un baile de buen toque en la instancia de semifinales. No, no fue una buena Euro para el juego de las bandas. ¿Asistimos al eclipse de ese fútbol raudo, cuyo antídoto diseñó Aragones con un fútbol elaborado de posesión, toque y circulación de la pelota? ¿Asistimos al canto del cisne del orden colectivo basado en un fútbol cerrado, rocoso y de efectividad sorda, que ofrecieron equipos históricos como Italia o Alemania? La respuesta estará en las canchas hasta dentro de dos años, en Sudáfrica.


Daesu