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domingo, 5 de octubre de 2008

Relatores

Las palabras dibujan realidades parciales, provisorias, lúdicas. Realidades que otras palabras las disipan. El núcleo futbolero tiene en su centro al balón y a la palabra como instrumentos que vertebran su insondable dimensión, la pluralidad de sus realidades. Latiendo armonioso y contradictorio el fútbol vive esa tensión entre la palabra y el balón. Es a ese núcleo sutil que Alejandro Dolina despierta y explora en un cuento sabroso, un manjar de fútbol y poesía. Disfrútenlo...

Los griegos creían que las cosas ocurrían para que los hombres tuvieran algo que cantar. Las guerras, los desencuentros, los amores trágicos, los horrendos crímenes, las gestas heroicas: todo tenía para los dioses impíos el único fin de proporcionarles tema a los cantores. La Historia pone al alcance del menos docto centenares de ejemplo de relatos que fueron más ilustres que los sucesos narrados.

Resulta difícil concebir una idea más triste del destino humano. Sin embargo, a los juglares, cantores, cronistas y narradores de cuentos les complace pensar que el mundo se mueve para favorecerlos en su oficio.

Héctor Badarelli, el relator deportivo de Flores, creyó pertenecer a la estirpe de Homero. Durante toda su vida se esforzó para que la narración deportiva alcanzara las alturas artísticas de la épica.

En sus comienzos, Bandarelli hizo algo que nadie había hecho antes. Siendo entreala izquierda del equipo de Empalme San Vicente, acostumbraba relatar los partidos que él mismo jugaba. Era héroe y juglar, Aquiles y Homero, Eneas y Virgilio.

Según dicen, no era del todo imparcial en sus narraciones. Cuando se hacía de la pelota, comenzaba a elogiar su propia jugada.

-Extraordinario, Bandarelli avanza en forma espectacular.

Muchas veces, por elegir las palabras e impostar la voz, se perdía goles cantados. Cantados incluso por él mismo.

A medida que pasaba el tiempo, el relator iba superando al jugador. Algunos viejos que lo vieron jugar cuentan que pasaba la mayor parte del tiempo parado en el medio de la cancha, relatando, casi sin tocar la pelota.

Finalmente fue excluido del equipo. Sin rencor ni tristeza, siguió acompañando las modestas giras del Empalme San Vicente, solo para relatar desde un costado de la cancha el partido que jugaban sus antiguos compañeros. Lo hacía sin micrófono y sin radio, de modo que nadie lo escuchaba, salvo algún wing peregrino que alcanzaba oír de paso su voz emocionada.

Después, según se sabe, el Empalme San Vicente dejó de jugar y sus futbolistas pasaron a integrar otros equipos.

Y en ese momento, cuando todo hacía sospechar la decadencia de Bandarelli, el hombre dio un paso genial: descubrió que su narración no necesitaba de un partido real. Era posible relatar partidos imaginarios, hijos de su fantasía.

Parece una evolución previsible: los antiguos poetas cantaban hazañas más o menos reales. Después las inventaron.

Lo mismo sucedió con Bandarelli. Y al no tener que ceñirse al rigor de los hechos ciertos, los partidos que relataba empezaron a mejorar: se lograban goles estupendos, los delanteros eludían docenas de rivales, había disparos desde cincuenta metros, los arqueros volaban como pájaros, se producían incidentes cruentos, los árbitros cometían errores perversos.

De a poco, el artista fue incorporado elementos más complejos de su obra. El tiempo, por ejemplo, manejado era en un principio de un modo convencional, pasó a tener durante el apogeo de Bandarelli un carácter artístico y psicológico. Los partidos podían durar un minuto tres horas.

Algunas veces, el relator omitía cantar un gol, pero daba claves y mensajes sutiles para que el oyente descubriera la terrible existencia del gol no cantado. Aparecían, cada tanto, unas historias laterales que provocaban un falso aburrimiento, que no era sino una trampa para mejor asestar la alevosa puñalada del gol sorpresivo.

Todos recuerdan el famosos partido Boca-Alumni que Bandarelli relató en un asado del club Claridad de Ciudadela. En esta obra mezcló jugadores actuales con glorias de nuestro pasado futbolístico. Los viejos hacían fuerza por Alumni, los más jóvenes por Boca. Ganó Alumni, pero en su magistral narración, Bandarelli dejó caer –con toda sutileza– la sensación de que los boquenses, por respeto a la tradición, se habían dejado ganar.

Las audiencias de Bandarelli no siempre fueron numerosas. Algunos partidos los relató solo, en una mesa del bar La Perla de Flores, ante el estupor de los mozos y parroquianos. Pero poco a poco, los muchachones del barrio fueron descubriendo sus méritos y con el tiempo hubo quienes prefirieron escucharlo a él antes que ir a la cancha.

En 1965, Héctor Bandarelli organizó su campeonato paralelo de fútbol. Todos los domingos narraba el encuentro principal, mientras un colaborador lo interrumpía para comunicar lo que sucedía en el resto de los partidos.

Las narraciones tenían lugar en la puerta de la casa de Bandarelli y, cuando llovía, en la cocina. Hay que decir que el relator poeta nunca trabajó para ninguna emisora y jamás utilizó micrófono, salvo en la grabación que realizara del segundo tiempo de Barracas Central-Barcelona, ya en el final de su carrera.

El campeonato paralelo terminó en un desastre. El artista no tuvo mejor ocurrencia que sacar campeón a Unión de Santa Fe y mandar al descenso a River, lo que irritó a muchas personas, que hasta llegaron a agredir a Bandarelli.

Pero todos los que saben algo del relator coinciden en afirmar que su mejor partido fue Alemania-Villa Dálmine, relatado en el Colegio Alemán de la calle José Hernández, a pedido de la Asociación Cooperadora.

Ese encuentro fue un verdadero canto a la hermandad entre los hombres. Los zagueros entregaban banderines a los delanteros rivales en cada jugada. El árbitro abrazaba llorando a los futbolistas que quedaban en off-side. Los de blancas a los quince minutos del segundo tiempo para celebrar el segundo gol de la selección alemana. En el final, todos se abrazaron e intercambiaron obsequios.

Fue inolvidable. En el Colegio Alemán, los padres lloraban de emoción añorando la tierra de sus antepasados. Algunos miembros de la Asociación Cooperadora le pidieron a Bandarelli que volviera a relatar el encuentro en diferido, pero el artista se negó.

En el esplendor de su actividad, tal vez advirtiendo el carácter efímero de su obra, resolvió escribir libretos detallados que luego archivaba prolijamente. Desgraciadamente, sus familiares quemaron este valiosísimo corpus argumentando que juntaba mugre. Nos queda apenas un breve fragmento, correspondiente al encuentro Boca Juniors 3 – Vélez Sarfield 3.

“Solidario, agradecido, ayuno de envidias, Javier Ambrois entrega la pelota a Nardiello. El viento agita las banderas en los mástiles de la Vuelta de Rocha. Nardiello tira un centro rasante… Arremete J.J. Rodríguez, pero ya es tarde… Tarde para remediar los errores del pasado… Tarde para volver a unos brazos que ya no nos esperan… Ya es tarde para todo”.

Según sus seguidores, el libreto le quitaba frescura a Bandarelli y –como hemos visto– recargaba un tanto su estilo.

Un día desapareció. Algunos dicen que se mudó, o que se murió, es lo mismo. La gente volvió a preferir los partidos sonantes y contantes de la radio.

Los relatores de hoy tienen la posibilidad de seguir al maestro e intentar la ficción y la fantasía en sus narraciones. ¿Por qué depender de la actuación, muchas veces medio de los futbolistas? ¿Por qué no crear con la voz jugadas más perfectas? ¿Por qué no dar nacimiento a deportistas nobles, diestros y mágicos que nos emocionen más que los reales?

Se puede ir más allá. Todo el periodismo podría tener un carácter fantástico y abandonar los vulgares hechos de la realidad para aludir a suceso imaginarios: conflictos, tratados, discursos, crímenes e inauguraciones de ilusión.

En este último instante comprendo que nadie me asegura que estos artistas no existen ya. Tal vez, todo cuanto uno lee en los diarios no es otra cosa que un invento del periodismo de ficción.

Sin embargo, esta clase de incredulidad conduce a sospechar la falsedad del Universo mismo. Suspendamos semejante astucia porque algunos hasta podrían pensar que el propio Bandarelli es imaginario y sus partidos, sombras de una sombra.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Bolívar-The Strongest o el sustento del sentido primigenio del juego

Mario Murillo de ante mano abre la aproximación al importante clásico paceño que se jugará el domingo entre (valga la redundancia) el The Strongest y el Bolívar. Murillo organiza un texto en el que busca argumentos para rastrear esa necesidad del otro en toda pugna futbolística y en todos los espacios de la existencia. Además que aporta insumos vitales para generar debate sobre los distintos resquebrajamientos que sufre el fútbol contemporáneo. Leánlo...
Claude Levi-Strauss, sugerente antropólogo del siglo pasado, planteaba que la identidad se construía eminentemente en base a la oposición. Esta reflexión teoríca no puede encontrar un ejemplo más puntual que el fútbol. Un equipo, un grupo de jugadores, una hinchada sólo tienen posibilidad de realidad a través de la existencia del otro, del rival, del contendiente. El fundamento mismo del juego significa la pugna entre dos rivales distintos que encuentran su realización venciendo al otro.

Tal vez el espacio donde esta construcción de la identidad en base a la oposición se encuentra de manera más patente es en los clásicos. Martinez de León en un hermoso libro sobre el superclásico explica cómo River Plate se construyó en base a Boca (o viceversa), como la existencia de uno está signada directamente por el otro. Rafael Bielsa (hermano del maestro Marcelo Bielsa) le dedica el libro que escribió sobre Newells (club del que es hincha acérrimo) a Fontanarrosa, hincha del rival eterno: Rosario Central. Lo mismo sucede en Italia entre el Inter y el Milán, entre el Real Madrid y el Atletico de Madrid...entre el Bolívar y The Strongest en esta ciudad de tierras altas, donde las luces de las casas se incrustan como estrellas en las montañas.

De ahí que los momentos de mayor tensión, pasión y felicidad se concentren en los enfrentamientos entre rivales tradicionales, herederos de un enfrentamiento añejo condensado por las principales pulsiones que nos hacen seguir a un equipo a muerte.

Recuerdo claramente la primera vez que fui a un estadio de fútbol. Habré tenido unos cuatro o cinco años y subí corriendo las gradas de preferencia del mítico estadio Hernando Siles de la mano de mi abuelo. Me sorprendió la inmensidad del estadio, un castillo inabarcable, y las coloridas camisetas de los equipos; “nosotros somos los de celeste” me dijo mi abuelo (aún los tonos resuenan en mi cabeza, tonos que extraño y extrañaré siempre), y todo quedó dicho. Me olvidaba, ese partido le ganamos rotundamente al The Strongest.

Desde ese día, para mí existen pocas cosas tan hermosas como subir corriendo las gradas del estadio para ver jugar al Bolívar. Ahora ¿en qué contexto se inscribe esta pasión? ¿En qué ámbito se mueven estas pulsiones esenciales?

Me parece que en el fútbol contemporáneo, las características más importantes e interesantes de este juego están siendo amenazadas por dos fenómenos: por un lado, la obsesión por la victoria y, por otro lado, la extinción del espíritu amateur.

El primer fenómeno trae consigo un aspecto central que se ha expandido en casi todos los resquicios del fútbol: el miedo a perder. Esto hace que la nueva preocupación, trastocando el sentido primigenio del juego, sea evitar los goles y no hacerlos. Así, deambulamos entre timoratos planteamientos, exiguas presentaciones y ejércitos atrincherados en su defensa. Cada vez existe menos espacio y cada vez existen más estrategias para evitar los caminos al arco pero, más triste y peligroso aún, también para jugar bien.

El segundo aspecto trae consigo la mutación de las motivaciones centrales de la acción futbolística: ya no importa más el orgullo, la patria, la gloria; ahora los motores centrales son el dinero, el prestigio y el poder. Cada vez existen menos jugadores, equipos y dirigentes que combinen ambas búsquedas (recalcando que tanto la gloria como el dinero son importantes). La identificación, el empeño y los principios están signados por la remuneración, la imagen frente a los otros y las instituciones putrefactas. Esto si hablamos puntualmente de los actores del juego. Si hablamos de sus instituciones las cosas son peores aún, piénsese en la mafia que es la FIFA y sus Confederaciones y, por ejemplo, sus aprestos contra la altura.

Debido a las características esbozadas más arriba, los clásicos tienen la posibilidad de revertir de alguna forma estas patologías que el fútbol ha ido desarrollando en las últimas décadas. Al condensarse tanta pasión (y al haber tanto en juego) vuelven de alguna manera las características centrales del fútbol. Esto se observa, principalmente, en la recuperación de las motivaciones centrales del juego. En un enfrentamiento tan importante, de nuevo la gloria y el orgullo son las motivaciones centrales; toda la parafernalia que rodea al juego se vuelve, por un momento, en inocuas construcciones. Aunque el miedo a perder sigue presente en estos encuentros (matizado, sin embargo, por el hecho de que no hay nada más hermoso que ganarle a tu rival de siempre) por noventa minutos especiales el juego retorna a sus sentidos iniciales, hermosos y profundos, y se impulsa por otras ideas, ligadas mucho más a valores como el orgullo, la pertenencia y la emoción antes que al dinero, el poder y el miedo.

jueves, 4 de septiembre de 2008

¿El resultado nada más?

La prolongada ausencia del redactor del blog se debió a un hastío múltiple y en diversos niveles. Hastío no del fútbol, sino un profundo hastío de las lacras que lo rodean. Trabajada y disimulada esta crisis este blog nuevamente retoma esta incansable aventura de otorgarle a la palabra las virtudes lúdicas e inasibles de un balón. Como parte fundamental de esta terapia para combatir el hastío futbolero revisité un antiguo texto del gran Angel Capa.

¿El resultado nada más?


El fútbol es pasión cuando nos levanta de la tribuna y nos obliga a gritar con los pulmones, con los ojos, mostrando los dientes crispados y los puños apretados. Es razón porque procuramos entender hasta el último suspiro del delantero centro que debió hacer esto en lugar de lo otro, y del marcador central que falló porque dejó de hacer aquello.
El fútbol es eficacia porque todos queremos ganar, jugamos para ganar y si ganamos nos sentimos afirmados, contentos, seguros y si perdemos es como si hubiéramos perdido un pedazo del alma, como si algo irreparable nos hubiera sucedido. Cuando ganamos el mundo entero es más feliz y la gente parece más buena. Si perdemos hasa los dioses parecen estar en contra nuestra y la maldad que nos rodea es irremediable.
El fútbol es ciencia cuando medimos los esfuerzos, calculamos al milímetro el fuera de juego y dibujamos fórmulas en las pizarras anticipando el partido que puede ser y programamos relevos y coberturas y organizamos el pressing.
El fútbol es arte cuando alguien domina la pelota que venía endiablada, rebelde y se queda dormida y dispuesta en el empeine de su pie derecho, cuando el atrevimiento de la picardía inventa un caño donde pasaba ni el aire, cuando el engaña mira hacia un lado para fabricar la sorpresa en el otro, cuando la velocidad frena de golpe y los rivales pasan de largo y la lentitud acelera imprevistamente y deja parados a los rivales mirando el asombro.
El fútbol es arte también cuando el marcador adivina el pase y se queda con la pelota y con la íntima satisfacción de saber que al delantero se lo puso en el bolsillo, cuando el arquero achica los ángulos y los balones no pueden atravesarlo de ninguna manera.
El fútbol es arte cuando dos tiran una pared para que seis no los vean ni pasar, cuando uno decide montarse en la gambeta para pasearse por toda la cancha y sacudir las redes y el corazón de la gente.
El fútbol es inexplicable cuando es gol.
El fútbol es realidad cuando termina el partido y volvemos a casa llenos de sonrisas o lágrimas.
El fútbol es orgullo cuando los jugadores de nuestro equipo defienden todo lo que sentimos. Es miserable cuando los manipuladores de emociones se empeñan en suprimirlas en función de la rentabilidad.
El fútbol es insignificante cuando escuchamos que lo único importante es ganar, porque nos sentimos estúpidos y no sabemos qué hacer con nuestra fantasía.
El fútbol no tiene sentido cuando lo quieren convertir en puro negocio.
El fútbol es hermoso cuando nos sentimos juntos en una misma camiseta, cuando defendemos con amor lo que somos, cuando rozamos la felicidad, cuando jugamos.
El fútbol es sudor, esfuerzo, dignidad. Y es horrible cuando los jugadores se olvidan de jugar porque lo único importante son los puntos. En fin, el fútbol es tantas cosas…
¿Cómo es posible que quieran reducirlo al resultado?

lunes, 19 de mayo de 2008

Hábiles declarantes

Los directores técnicos aportan al fútbol no sólo su vasto o escaso saber, son los personajes que decoran toda fábula futbolera ya sea con la enciclopedia de ademanes que exponen en el entorno de la cancha, o en su abundante presencia pública donde evangelizan con sus valores y prácticas. Los Dts andan orillando entre la demagogia y la coherencia entre la palabra y la práctica. Su retórica a la larga se transforma en un pántano o en el instrumento que conduce a la gloria. Los Dts transitan diariamente en la compleja red de contingencias y de circunstancias que los avientan a convivir con la incertidumbre. Convoco nuevamente a Wálter Vargas y a uno de sus textos del libro Fútbol Delivery que describe las contingencias y las circunstancias de los Dts, que son más dependientes de su lengua y de sus ademanes que de sus acciones...


El hábil declarante no es tan fácil de detectar porque es un maestro en el arte de explicar lo inexplicable. Pero aún al mejor hábil declarante es posible pescarlo in fraganti, deschavarlo, pitarle el obsay. Sigamos las pistas que él mismo deja.

Antes del debut: "Vinieron los refuerzos que pedimos y armamos un equipo competitivo. De título no hablo pero vamos a estar entre los cinco primeros. La pretemporada fue excelente. El profe los dejó hechos un balazo".

Debut: "Manejamos la pelota, fuimos protagonistas, pero ellos aprovecharon dos pelotas quietas. A lo mejor estuvimos un poquito duros por lo exigente de la pretemporada y faltó algo de ensamble entre los nuevos, pero esto recién empieza".

Quinta fecha: "Contento no estoy, pero satisfecho sí, porque los muchachos están dejando el alma en la cancha. Respaldo no necesito, hay un contrato firmado con dirigentes serios que apuestan a un proyecto a largo plazo. ¿Cómo se sale de esto? Trabajando".

Décima fecha: "De área a área no somos menos que nadie. ¿Los insultos? Son un grupito al servicio de intereses políticos. Nos quedan nueve finales".

Dos fechas después: "Acá no hay que mirar debajo el agua. Los resultados no se dan y es normal que cambiemos impresiones con los dirigentes. Si hasta me ratificaron la confianza... Ni me pasa por la cabeza renunciar. Renuncian los cobardes. ¿El arbitraje? Yo de los árbitros no hablo, se equivocan como cualquier ser humano, pero ojo, en el primer gol hay uno que la toca con la mano, en el segundo hay una posición adelantada, y en el que nos anuló a nosotros cobró mancha".

Domingo siguiente: "De este mal momento salimos todos o no sale nadie. A mí nadie me regaló nada, todo me lo gané con esfuerzo, poniendo el pecho".

Lunes: "Di un paso al costado para dejarles manos libres a los dirigentes. Un pacto de caballeros. Estoy seguro de que algún día volveré a esta gran institución".

A las 48 horas firma contrato con un club de México. "En mi país atravesamos una grave crisis de valores, una crisis terminal, que no se superará mientras no haya tolerancia a los malos resultados y no se respete la palabra empeñada".

Wálter Vargas, Fútbol Delivery

jueves, 17 de abril de 2008

La medida del éxito


Este blog se ha involucrado demasiado con la coyuntura del siempre triste fútbol boliviano. A modo de perseguir una línea de fuga les recomiendo leer este inteligente texto, sobre uno de los técnicos más poéticos y vanguardistas, Arsène Wenger.






El Arsenal y el Liverpool nos deleitaron con el mejor partido del año. Ambos equipos merecen aplausos, pero sería injusto colocarlos en un mismo escalón de virtudes. Es difícil pensar que el Liverpool habría ofrecido este espectáculo de no existir el Arsenal y no así a la inversa. El Arsenal lleva el espectáculo consigo.

Arsène Wenger, guía del club desde 1996, es el entrenador más laureado de su historia. Antes se había dedicado a otras cosas, entre ellas a la consecución de una licenciatura en ingeniería, así como un master en economía.

El martes pasado, la cámara enfocó su gesto de incredulidad cuando Torres marcó el segundo gol del Liverpool después de una jugada con confeccion de Big Mac, echando por tierra toda la elaboración de gourmet de su equipo. Ese gol y ese gesto sintetizan la batalla. La batalla de quien aspira a mucho más que la victoria, de quien asume un contrato de fe con la creatividad, con la imaginación, de quien apuesta sin especular y pierde de la forma más dolorosa: con la estocada traidora de aquellos argumentos que se niega a utilizar. Pero es sólo una batalla lo que pierde.

Triunfo del Liverpool y fracaso del Arsenal. Este maniqueísmo futbolístico que concede el éxito al que hizo un gol más en el último partido, esta vara dual, simplista, sigue siendo una de las causas principales de inestabilidad en muchísimos clubes. Esta inestabilidad es causa y consecuencia a la vez del peor de los pecados: la falta de identidad.El Arsenal sabe quién es, sabe lo que quiere y actúa en consecuencia. Tiene un modelo de gestión que abarca todos los aspectos, desde el deportivo al económico, siempre respetando un camino o, más bien, construyendo un camino. Wenger y el Arsenal han asumido una responsabilidad estética que a la larga no es más que un pacto de respeto a la esencia misma del juego, adquiriendo un compromiso casi anacrónico con la belleza, como el de los artesanos que hicieron los mosaicos de la basílica de San Marcos, en Venecia, sacrificando el hoy en pos de la perdurabilidad.

El éxito del Arsenal radica entonces en ser un club con identidad. Su mérito no es sólo adherir a determinada idea, sino mantenerse fiel a ella sabiendo que es un camino mucho más largo, que acarrea una inestimable cantidad de esfuerzo y tiempo, ya sea en conseguir los jugadores mas idóneos para comulgar con esa idea que para transmitir todos los argumentos que le permitan plasmarla de forma competitiva. El éxito del Arsenal es el de llevar tantos años jugando bien al fútbol en esta vorágine de resultados inmediatos, de victorias instantáneas. El éxito del Arsenal, en definitiva, es que todos esperemos sus partidos y el de Wenger es que todos querríamos jugar en su equipo.


Santiago Solari, en El País de España.

domingo, 6 de abril de 2008

¿El mejor?

Abundante cantidad de goles, partidos trabados, partidos trabajados, partidos sudados, son las características de esta séptima fecha de Liga. Sin embargo, este redactor se toma un breve “descanso” con el fin de preparar la atmósfera necesaria para recibir los 100 años de Euforia del The Strongest. A los visitantes de La Palabra Esférica les dejo con un texto inteligente y punzante de Walter Vargas, de su libro Fútbol Delivery. En él brevemente, casi en un suspiro, aborda la inagotable polémica sobre la eterna pregunta: ¿Cuál es el mejor jugador de la historia del fútbol? Léanlo...

¿El mejor?
¿Maradona o Pelé, Pelé o Maradona? No hay ciencia ni Dios que te dé la posta, pero ahí voy con mi pincelada: Pelé llevó los indicadores de la perfección al máximo de sus posibilidades, ergo, encarnó la perfección misma. Sin embargo, la cerca de la perfección la saltó Maradona y fue Maradona quien decretó la acefalía de los adjetivos y agotó el signo. Si queremos verlo así, la perfección de Maradona fue más perfumada o, mejor, más bella. Y ya sabemos, con perdón de la tautología, que la belleza es más bella que la propia perfección.
Maradona, Pelé, y después Cruyff. En el cuarto puesto estoy pensando...
Walter Vargas, Fútbol Delivery

lunes, 10 de marzo de 2008

Zonceras criollas



El fútbol también se lo juega con las palabras. Y casi todas ellas desembocan en lugares comunes, en cierta metafísica popular futbolera (diría el Papirri y algún otro filósofo de zapatos de goma). A continuación, del libro de Walter Vargas, Fútbol Delivery, reproduzco un intrépido texto que reúne los lugares comunes de las voces de técnicos, periodistas, dirigentes, jugadores que rodean de vana palabrería al fútbol.









El 2 a 0 es el peor resultado.

Dos cabezazos en el área, gol.

Quremos armar un equipo competitivo.

Nosotros salimos a ganar en todas las canchas.


Equipo con uno menos, se agranda.

El jugador es lo más puro del fútbol.

Sin un gran arquero no sales campeón.

Vamos a dejarlo todo.

Córner mal tirado, gol en tu arco.

Si tiras un caño rompes los códigos.

El Mundial se gana de contraataque.

El Mundial se gana con pelota parada.

El Mundial se gana con muchos grandotes.

Los bajitos son livianos.

De arriba los altos ganan siempre.

Lo único que prometo es trabajo.

Yo llego para ser uno más en el plantel.

La lotería de los penales.

Toda mi vida soñé con vestir esta camiseta.

No perdimos dos puntos, ganamos uno.

No ganamos un punto, perdimos dos.

Lo importante es sumar.

Lo importante es que la moral está intacta.

La continuidad del entrenador no está en duda.

Nadie regala nada.

Yo voy fuerte a la pelota, pero lealmente.

Los jugaores jamás les hacen la cama a los entrenadores.

A los Dt los echan los resultados.

Acordamos un proyecto a largo plazo.

Ni antes éramos un desastre ni ahora somos los mejores.

Ni antes éramos los mejores ni ahora somos un desastre.


Wálter Vargas, Fútbol Delivery

lunes, 25 de febrero de 2008

El fútbol mejora a la política


El fútbol desde la dimensión de Vicente Verdú adquiere la profundidad de una enorme caja de resonancia donde resuenan los ecos de una práctica con alta capacidad de trascendencia. A continuación reproduzco un texto de Verdú en el cual podrán saborear esas extrañas aristas que se incrustan en la médula de todo futbolero.


Si el Barça es más que un club debe atribuirse a que el fútbol es más que fútbol. Tal obviedad forma parte del corazón aficionado y no requiere ninguna explicación. Si el fútbol terminara en el espacio del campo y en los 90 minutos del encuentro no pasaría de ser más que una distracción. Se trata, por el contrario, de una pasión que justificadamente se alista junto a las grandes pasiones y, si se husmea en ella, acogiendo incluso a dos o tres.


Cuando la vida pública desfallece hoy, desacreditada, corrupta y aburrida, la militancia futbolística sostiene el ansia de vida colectiva y participación. El deporte que apenas fue nada en el siglo XIX, se hizo seña nacionalista a principios del siglo XX y ha venido a erigirse, acabada la misa, consumida la política y cancelada la revolución, en el más ferviente acontecimiento de masas, droga dura o síntesis de las viejas drogas, utópicas o no, que movilizaban a la población. Ni la música logra efectos parecidos puesto que el fútbol no es sólo una potente reunión circunstancial, sino una convivencia esencial y sin pausas.


En todos los países donde el fútbol importa mucho, la población ha hallado el modo de juntarse traspasando las clases, los sexos y cualquier adscripción mayor. La hinchada es capaz de engullir las particularidades y generar una conciencia que impulsa a la compañía, la ilusión, la esperanza o la recompensa para todos a la vez.

You'll never walk alone (Nunca caminarás solo) es el título del himno del Liverpool que también entonaron los seguidores del Celtic en su partido contra el Barça del miércoles. El conmovedor bloque en que fraguan decenas de miles de espectadores al compás de esta canción supera a casi cualquier himno de la patria, porque mientras las naciones se hacen y deshacen ya fácilmente, se difuminan o se apelotonan, el equipo se perfila con una nitidez simbólica que proporciona una identidad tan oportuna como real. Nunca obtiene mayor carácter una formación que mediante la confrontación. Y si los himnos nacionales estremecen, sobre todo en plena guerra, los himnos del club se vigorizan en los grandes choques.


Ganar o perder en colectividad, verse triunfante o derrotado como grupo, constituye la base de su apego. You'll never walk alone procede de un musical que se estrenó en Broadway en 1945. Se interpretaba tras la muerte de un líder -Billy Bigelow- para dar ánimos a su esposa embarazada, y se repetía al fin de la función en la emocionante ceremonia de la graduación de Louise, hija del líder y de Julie Jordan.


Su letra dice así: "Cuando camines atravesando una tormenta / mantén bien alta la cabeza / y no te preocupes por la oscuridad. / Al final de la tormenta / hay un cielo dorado / y el dulce y plateado canto de una alondra. / Camina a través del viento, camina a través de la lluvia. / Aunque tus sueños se vean sacudidos y golpeados / sigue caminando. Sigue caminando con esperanza en el corazón / y jamás caminarás solo. / Nunca caminarás solo. / Sigue caminando, sigue caminando con esperanza en el corazón / y jamás caminarás solo".


Ciertamente, la canción logró su mayor popularidad tras la Segunda Guerra Mundial cuando muchos de los asistentes al musical tenían entonces maridos, novios o hermanos combatiendo al otro lado del Atlántico. La interpretaron después Frank Sinatra y Elvis Presley, entre otros, y en Inglaterra, la versión más famosa, número uno en los hits de 1963, fue la del grupo de Liverpool Gerry & the Pacemakers. El Liverpool la adoptó pronto como himno y su estribillo figura como lema en su escudo. El amor y la guerra, el duelo y la gloria, la frustración y la esperanza, oscilan desde la vida al fútbol y del fútbol a la vida. ¿Se puede permanecer todavía al margen de esta afición?


Vicente Verdú, El País (España)

Arte Gráfico: Moisés Pacheco

martes, 19 de febrero de 2008

Ronaldo, Rey de Cristal


Reproduzco un imperdible texto de Ezequiel Fernández Moores que escarba en cada uno de los episodios de la épica novelesca del primer jugador del fútbol postmoderno, Ronaldo...



1994. Estados Unidos. El fútbol despide a su último rey. Diego Maradona es expulsado del Mundial de USA 94 por doping. Pero ya se adivina al heredero. Su nombre es Ronaldo. Sale campeón, pero Brasil ataca con la dupla Rosario-Bebeto y él no juega siquiera un solo minuto. Apenas tiene 17 años. Su nuevo patrón, el PSV Eindhoven holandés, lo trasforma en Robocop. Crece su masa muscular a base de esteroides anabólicos. De 1,79m sube a 1,83. Y de 75kg pasa a 82.

Llega al Mundial 98 con la corona puesta de antemano. Anotó 58 goles en 60 partidos con Cruzeiro, 55 en 56 con PSV y 39 en 44 con Barcelona. Arriba a la Copa de Francia, incluyendo el inicio de desembarco en Inter, con 311 goles en 386 partidos. Una media de 0,81, superior a la de cualquier otro mito, excepto Pelé, O Rei, el tricampeón mundial, pero que jamás se probó en Europa. Ronaldo sí. Es el rey del fútbol moderno. Potencia, talento, velocidad, instinto y gol. Le alcanzan segundos para definir partidos. Son segundos que cotizan a precio de oro en la TV de cable cuyo gran negocio explota en los años ´90. El Mundial 98 convertirá a Ronaldo en el quinto rey de la lista que, según orden de aparición, integran Alfredo Di Stéfano, Pelé, Johan Cruyff y Maradona.

Pero Ronaldo deja Francia sin corona, en silencio y con escándalo. Horas antes de la final del Mundial, su sueño se trasforma en pesadilla. Abre los brazos desesperado en busca de aire, se le traba la lengua, su rostro empalidece. Roberto Carlos, compañero de habitación, dice que ve espuma en su boca. Cree que Ronaldo es Linda Blair en El Exorcista. Y grita por los pasillos que Ronaldo se muere. Apenas seis horas después, Brasil, con Ronaldo en el equipo, sale a la cancha y pierde la final 3-0 ante Francia. La derrota, para un país abonado al éxito, es un segundo Maracanazo. Una primera Comisión Parlamentaria Investigadora (CPI) de la Cámara de Diputados de Brasil trabajó nueve meses, realizó un informe de 830 páginas y pidió el procesamiento de 33 personas. Una segunda Comisión, del Senado, trabajó luego catorce meses y escribió 1.600 páginas repletas de denuncias que pedían el procesamiento de 17 personas. Pero ya un nuevo Mundial aparece en el calendario. La Copa de Corea-Japón 2002. Brasil sale campeón. Ronaldo es rey absoluto y todo queda en el olvido.

En Francia 98, Ronaldo, más que una convulsión, como siempre se dijo, podría haber sufrido un trastorno en el sueño. Parasomnia, según afirma Jorge Caldeira, autor del libro Ronaldo: gloria y drama en el fútbol globalizado, editado por Lance! en 2002. Una especie de terror nocturno que lo retrajo a los tiempos de su Bento Ribeiro natal, una ciudad a 40km de Río de Janeiro, que mezclaba a militares con comunistas y en la que Ronaldo Luis Nazario de Lima nació el 22 de setiembre de 1976, un mes antes de que Maradona debutara en la Primera de Argentinos y a un año de que Pelé se coronara campeón del soccer con el Cosmos de Nueva York y se retirara definitivamente de las canchas. "Dadado", como lo apodó su hermano Nelio, habló recién a los cuatro años, era sonámbulo, le temía a la oscuridad, se hizo pis en la cama hasta los 13 años y hasta los 20 durmió con un oso de peluche.

Sus compañeros de escuela, más crueles, lo apodaban "Mónica", una niña de historieta de dientes abiertos y gran aptitud física. La separación temprana de sus padres aumentó esa inseguridad. Su único refugio fue la cancha. En su primer año con los mejores jugadores de fútbol-sala de Bento Ribeiro hizo 166 goles. Tenía sólo 11 años. A los 13 debutó en un campeonato profesional. A los 16 en la Primera del Cruceiro. A los 17 se fue a Europa. Y a los 21 llegó a Francia para la coronación. Cuentan que la noche de la derrota en la final lloró y lloró como nunca, mientras rogaba a sus padres que no dejaran de abrazarlo. Robocop había vuelto a ser Dadado.

La empresa de los representantes Reinaldo Pitta y Alexandre Martins (años después arrestados ambos por sobornar fiscales y lavar dinero) lo compró al Sao Cristovao, cuando tenía 16 años, por 7.500 dólares. El contrato esclavo de diez años tuvo rédito inmediato, porque Cruzeiro lo compró por algo más de un millón de dólares. Ya tenía asegurada su venta al PSV por 6 millones. Barcelona pagó luego 20 millones, Inter 36 y Real Madrid 45. Pero en España, llegó a salir a la cancha sin siquiera poder agacharse para una foto. Las operaciones en los tendones maltrechos de su rodilla derecha pasaban factura. Los músculos inflados en Holanda a base de anabólicos lo habían convertido en una Ferrari, pero fueron demasiado peso para sus tendones de Bento Ribeiro. Las imágenes de cada una de sus graves lesiones revela que se rompe solo, sin que nadie lo golpee.

A ello se sumaron los 31 años, casi la mitad en la alta competencia y las exigencias de patrocinadores que lo llevaron inclusive a Kosovo y que aún en 2007, casi sin jugar, lo mantuvieron como el tercer futbolista mejor pago del mundo, detrás de David Beckham y Ronaldinho. En el Louvre lo reconocieron pese a que fue con peluca, gorra y anteojos. Sólo Juan Pablo II parecía desconocerlo, cuando le preguntó en qué país jugaba. Al deterioro colaboraron también los placeres nocturnos, el alcohol y el sobrepeso inevitable. Su padre le regaló el libro Estrela Solitaria, una biografía tremenda sobre el ocaso de Garrincha. Pero se la devolvió sin haber llegado siquiera a las primeras veinte páginas. Para peor, su eterno desinterés por la táctica desnudó limitaciones. Aún así, en Real Madrid anotó 96 goles en 159 partidos. Pero el club no lo soportaba más y vendió sus restos al Milan por 7,5 millones de dólares, una cifra acorde con la debacle.

En Milan no jugó casi nunca, hasta que volvió a romperse la otra rodilla la semana pasada. "A Ronaldo -denunció Bernardino Santi, médico de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF)- lo sometieron a tratamientos con suplementos y anabólicos en pleno crecimiento cuando fue a Holanda y eso provocó lesiones estructurales en su musculatura". No hizo más que recordar viejas acusaciones lanzadas años atrás por otros colegas. Pero la CBF lo despidió de inmediato porque Santi rompió la ley de la omertá que rige en la corporación del fútbol.


La pelota sabe que aparecerá un nuevo rey. Si Kaká vuelve a fracasar en el próximo Mundial, tal vez sea el turno de Lionel Messi. El argentino partió a Europa cuatro antes que Ronaldo, a los 13. Medía apenas 1,40m, sus hormonas de crecimiento estaban dormidas y Barcelona, su nuevo club, le dio hormona de crecimiento sintética (GH), una droga prohibida en el deporte pero que, en su caso, según aseguran especialistas, formó parte de un tratamiento médico correcto. Leo se aplicó inyecciones todos los días durante treinta meses y creció 29cm, hasta llegar a su 1,69m actuales. Hace goles como Maradona y los patrocinadores pujan por él. "No aceleremos su progresión", pidió este mismo lunes Cruyff en la TV catalana. El gran Di Stéfano recordó hace unos días al ser homenajeado en Madrid que él siempre fue "un hombre de equipo" pues el fútbol, ante todo, es un deporte colectivo. Pero la maquinaria exige ídolos, héroes individuales dispuestos al sacrificio.
Ezequiel Fernández Moores

domingo, 17 de febrero de 2008

Jugadores


Hay jugadores de medio pelo y jugadores con toda la barba. Jugadores que te hacen pelo y barba. Hay jugadores que te emocionan y jugadores que no sabes si reír o llorar. Hay jugadores que hacen milagros y hay jugadores que son un milagro. Hay jugadores, jugadorcitos, jugadorazos. Hay jugadores que sacan las papas del fuego y jugadores que te queman el rancho. Hay jugadores cumplidores y jugadores cumplidos. Jugadores con ángel y jugadores desangelados. Hay jugadores entrenados, jugadores de entrenamiento y jugadores entrenados en el miento. También hay jugadores que aparecen en el momento menos pensado y jugadores impensados. Hay jugadores tribuneros y jugadores atribulados. Jugadores que sacan pecho en las difíciles y jugadores que difícil que saquen el pecho. Y hay jugadores que hacen siempre la difícil y jugadores que hacen siempre una de más y jugadores que no hacen ni medio. Hay jugadores que se ponen el equipo al hombro y jugadores que son un contrapeso. Hay jugadores de peso y jugadores que van al peso. Hay jugadores de finales y jugadores finales. Hay jugadores con mucho potrero y jugadores con mucho country. Hay jugadores con mucho Play Station y jugadores de Play Station. Hay jugadores con ida y vuelta y jugadores que están de vuelta. Hay jugadores que prometen, jugadores que arremeten y jugadores que están al cuete. Hay jugadores de pecho caliente y jugadores de pecho y frío. Jugadores con cabeza y jugadores que son un dolor de cabeza. Hay jugadores para ir de visitantes y jugadores para quedarte a tomar a mate. Hay jugadores del tomate. Jugadores que nunca te dejan de a pie y jugadores con buen pie. Hay jugadores importantes y jugadores atormentantes. Hay jugadores que agarrate. Jugadores ilustres y jugadores de ni toco ni voy. Hay jugadores fabulosos y jugadores que se hacen los osos. Hay jugadores de ocasión, jugadores de selección y jugadores de colección. Hay jugadores que dejan el alma en la cancha y jugadores que dejan el alma en los vestuarios. Hay jugadores que sueñan con jugar y jugadores que sueñan con jugar en el Galatasaray.
Walter Vargas, Fútbol Delivery

martes, 18 de diciembre de 2007

"El Mundial de Clubes no existe"


Menotti le ha insertado al fútbol un componente fundamental: el laberinto de la palabra. Menotti fundó una tradición de pensamiento, de formas, de estrategias para politizar y despolitizar el fútbol. Se trata de un orfebre de la poesía del fútbol. Y así como despierta pasiones, también convoca a la melancolía, a cierto resentimiento con todo el entorno futbolístico argentino. El periódico Olé de Argentina, ha realizado una entrevista con el gran César Luis. Aquí la tienen...


Bien podría usar una remera con la leyenda I love fútbol... Por razones de elegancia no lo hace aunque con su encendido discurso le alcanza para dejar en claro la idea. Aunque ame un fútbol que cree en vías de extinción, con marcada tendencia autodestructiva en la Argentina. César Luis Menotti dice que "hace 30 años que vengo denunciando esto". Y parece que a porfiado no le van a ganar...


—¿Cuándo va a volver a dirigir en la Argentina?


—No me interesa trabajar acá. Tendría que tener portación de armas, dos pistolas 45. Me gustan las armas pero para cazar coloradas o perdices.


—¿Para tanto? ¿No lo llaman o está proscripto?


—Proscripto no. Soy enemigo de los poderes políticos y económicos. Son los que dominan la situación. Por lo tanto soy un subversivo para ellos. No soy un obsecuente, alcahuete ni uno que dice que todo está bien para poder encontrar un laburo de comentarista o de lo que sea.


—Usted siempre generó resistencias...


—Habría que hacer unas elecciones y yo creo que ganaría 10 a 1. Le gano a cualquiera. Yo me alegro de tener discrepancias. Disentir, me hace feliz. Me siento invencible no porque tenga fuerza o porque tenga una inteligencia superior. Simplemente porque no me rindo, 50 años de mi vida estuve sin rendirme. Sigo pensando igual.


—¿Qué piensa?


—Que este fútbol argentino está en un estado de crisis terminal. No digo muerto, eh... Pero basta revisar la realidad de su economía, en donde los tiempos de los negocios se han devorado los del fútbol. Mi participación después de esta denuncia debe ser muy complicada, ¿no? Debe ser muy complicado tenerme a mí de entrenador. Cosa que me jerarquiza.


—¿Entonces?


—La razón está a la vista: a los siete días de pretemporada te hacen jugar un clásico, se juega todos los días y a cualquier hora, no se saben los horarios, el fútbol está comandado por el gran negocio... Ojo: la palabra negocio no me asusta, he vivido siempre del fútbol. Pero respetando los tiempos. Si vos hacés milanesas y vendés 100 por día, y de pronto tenés que vender 1.000 y para eso hacés milanesas de perro... ya no es un negocio, es una estafa. Nadie dice nada porque económicamente están devastados y cualquier cosa les viene bien. River destruye su campo de juego por un recital. ¿Te imaginás que el Teatro Colón, porque no hay presupuesto, tenga que hacer una bailanta? A los grandes escenarios los hacen los grandes artistas. Pero hoy todo es cuestión de marcas, Copa Nissan, Toyota. Mañana será Honda, Ford, la cerveza y no se qué... Y ahí van los jugadores como monitos, se suben a un avión 30 horas para jugar un Mundial de Clubes que no existe... Cuando tendrían que estar descansando en este momento, preparándose para respetar a la gente al momento de competir. Si se juega para la gente, ¿o no?


—No vio a Boca...


—Nooo... No me voy a levantar a las 6 de la mañana para ver Túnez y Boca.


—¿Y Milan-Boca?


—Tampoco. El Milan es otra trampa. Le dio bola a este campeonato porque va 14 puntos abajo del Inter. Entonces ponen este torneo para ver si zafan de lo mal que les va en el Calcio. Si estuviera peleando el título no sé si hubiera viajado con los titulares.


—¿Y Boca?—Los argentinos, sí: son cuatro millones de dólares. Por cuatro palos verdes los dirigentes te hacen jugar en el mar, en la montaña, en la nieve... Por 100 o por 20 mil, por lo que haya... Donde esté el mango ahí vamos todos los monitos disfrazados de jugadores de fútbol, con el entrenador y con todo el circo adelante. El público va igual porque se sostiene por los colores de la camiseta, se acuerda del River de Sívori y Pedernera, o del Boca de Rattín o del que sea. Ahí está el hecho cultural de la identificación. El hincha va con la ilusión de emocionarse. Cada vez se emociona menos, pero igual va, no pierde las esperanzas.


—Pero fueron los campeones de la Libertadores y de la Champions...


—Fueron equipos que hoy están devaluados. Boca terminó cuarto el torneo local; Milan va a 14 puntos; Pachuca tuvo un año malísimo, a pesar del anterior muy bueno, pero ahora jugó como 70 partidos y llegó destruido... ¿A qué van? ¿A alguien le importa si se va a jugar bien? Sabés que una vez el Che Guevara dijo que querían hacer una revolución de la calidad... Y el periodista le preguntó qué era calidad: "Respeto al pueblo", contestó. Sabés qué es fútbol de calidad. ¡Respeto por el que va, viejo! Uno tiene la aspiración de jugar o tocar bien, pero la obligación es prepararte bien para ello... Si soy actor, me dan 100 lucas y el libreto de una obra de teatro hoy, para salir al escenario manaña, no estoy respetando a nadie. Lo mismo en el fútbol. La calidad ya fue...


—¿Y los hinchas que viajaron a Japón?


—Hinchas, hinchas... Cada vez hay menos hinchas y más espectadores. Hoy el fútbol es un espectáculo, hasta ponen minas mostrando el culo... ¿Imaginás que Pavarotti hubiese puesto una vedette antes de empezar a cantar? El fútbol es demasiado importante para estar en manos de cualquiera.


—¿Le ve salida?-Así no, así se devalúa todo. Si vas a una obra de teatro a ver a Norma Aleandro vestida de vedette y bailando, decís: "Se fue todo a la mierda... No lo va a lograr aunque le ofrezcan millones de dólares". El fútbol ya no se sabe qué es...

Kaká, nombre de mierda y pie divino


Este redactor de blog anda subsumido en aventuras laborales que momentáneamente lo alejan de su solitaria empresa futbolera. Sin embargo, les ofrezco un texto a propósito de Ricardo Izecson dos Santo Leite, Kaká. El texto proviene de una pluma ácida, que siempre apunta a los ángulos más agudos del fútbol (hábito poco usual en el periodismo deportivo), se trata del blog El "Hacha" de Rubén Uría, de España. Que lo disfruten...



No nació, como Pelé, en una cuna pobre de café. No tiene genes mestizos y su talento no tiene las favelas como denominación de origen. Ricardo Izecson dos Santos Leite aprendió a gatear en el seno de una familia burguesa de Brasilia, donde un ingeniero acomodado y una maestra de escuela le enseñaron que Dios era la fuente inspiradora de la vida. Atleta de Cristo, tímido ante los micrófonos y de mirada limpia, Ricardo descubrió el poder de seducción de la pelota en un buen colegio, en el patio de la universidad, lejos de esas playas interminables plagadas de muchachadas que persiguen cualquier cosa parecida a un balón. Ajeno al jogo bonito de las calles, al talento marginal brasileño, Ricardo Izecson Leite dos Santos forjó un inmaculado talento para administrar la pelota. Su nombre de guerra lleva el copyright de su hermano pequeño, que no sabía pronunciar la palabra Ricardo, y terminó por inventarse una especie de sonido gutural que solía pronunciar como Kaká. Cuatro letras tan sonoras como escatológicas. Es el Balón de Oro.

Como buena estrella fugaz, Kaká pronto dio el salto a Europa, no sin antes llenar de metralla tantas porterías como equipos existen en Brasil. Aquellas cuatro letras, sonoras pero escatológicas, estaba encima de la mesa de todo cazatalentos que se preciara de serlo. La primera en telefonear fue la Juventus de Turín. Uno de sus directivos, Luciano Moggi, rehusó el fichaje.

- Es bueno, sí, pero no podemos fichar a un tipo con ese nombre, Kaká. ¿Qué pensarían de nosotros?
Un mes más tarde, Silvio Berlusconi corrió el riesgo. Decían que tenía nombre de excremento, pero aquel brasileño tenía tanta magia en las botas que poco importaba si su nombre sonaba a guasa. Agarró el teléfono y dio una órden.
- Adriano [Galliani]…Si, si, Kaká, fíchalo de inmediato. Mañana será tarde. ¿El nombre? Seguro que Pelé tampoco sonaba muy bien al principio y luego, ya ves…

El Milán nació con sangre inglesa. Se bautizó como Club de Críquet. Enganchó con la mítica delantera Gre-No-Li. Entró en los corazones de Italia gracias a Nereo Rocco. Dio esperanza desde el pie de Rivera, ‘Il bambino de oro’. Empapó en sudor con Schnellinger. Hizo zapatero prodigioso a Arrigo Sacchi. Fabricó un laboratorio de sueños para campeones, Milanello. Regaló al mundo a Gullit, Rijkaard y Van Basten. Enseñó al mundo una palabra ‘avanti’, aquel grito de Baresi. Cambió los primeros pañales de Capello y dejó al alcance de la mano el Antiguo Testamento de Paolo Maldini. Ahora San Siro se inclina ante la versión sofisticada del Pelé Blanco. Ante el pie delicado, refinado, preciso y mágico de Kaká. Un talento fuera del cliché brasileño, más cercano a Gianni Rivera que a Zico, pero que descarga tormentas de fútbol. De sus largas y precisas piernas brotan truenos, relámpagos y centellas. Y una mirada limpia.
En Kaká se adivina una elegancia tan grande como apreciable y apreciada. Tiene chicle en el zapato, presencia erguida y pie aterciopelado. Aunque su gran arma es la puntería. Allí donde Kaká pone el ojo, pone la bola. En sus botas lleva grabado un aforismo divino: ‘Dios es fiel’. Una plegaria que el cielo atiende. Kaká no tiene el tobillo de goma como Ronaldinho, ni la estampida del búfalo de Ronaldo, ni el cañón teledirigido de Roberto Carlos, pero sí transpira una sensibilidad especial para sobrevolar el área, flotar entre los defensas y apuntar con precisión de cirujano. No tiene la alegría de Garrincha, ni el embrujo de Pelé, ni la visión de juego de Tostao, ni la rebeldía de Rivelino, pero Kaká resulta la elegancia elevada a su enésima potencia. Tanto, que entre el crujir de huesos italiano, entre el músculo y la trinchera del Calcio, Kaká sobresale entre el resto de los mortales para demostrar que juega con esmoquin. Tiene nombre de mierda, pero un pie divino.

lunes, 16 de julio de 2007

Lágrimas textuales a propósito de una derrota

Reproduciré tres textos que me parecen representativos de la derrota argentina. El primero pertenece a Walter Vargas tomado del diario Olé (www.ole.com.ar). El segundo es de Juan Pablo Varsky tomado del diario consevador La Nación (http://www.lanacion.com.ar/). El tercero pertenece al crítico de cine y gran lector Quintin tomado de su blog La lectora provisoria (http://lalectoraprovisoria.wordpress.com/) . El cuarto texto pertence a Césa Luis Menotti. Si algo caracteriza a los cuatro textos es la sal de la lágrima.

El gran capitán de los deudores (WALTER VARGAS)

Otra vez, Ayala falló en instancias clave. Es líder de una elite que suma grandes derrotas.

Permítanme la primera persona del singular: tuve el amargo privilegio de trabajar en el Velodrome de Marsella la tarde en la que Ayala inauguró la costumbre de tropezar en los partidos de plata o nada. Desde entonces la imagen del pelotazo quinielero que sorprende al Ratón en inaudito sopor me persigue como saben perseguir las peores pesadillas. Peor, todavía, porque aludo al mismo jugador que frente a Brasil se despinta feo, y de gran capitán, ni hablar. Frente al penta falla penales, la mete en su propio arco, sufre de hipnosis repentina: en el 2004 durmió en el gol de Adriano como ayer durmió en el gol de Bautista. Como durmió, en todo caso, en el empate de Alemania en el Mundial 2006, e incluso en la final por el oro olímpico. ¿Se acuerdan de que la única llegada seria de aquel Paraguay C fue un centro sin esperanzas que Ayala convirtió en asistencia para un grandote que quedó a un tris de sellar el 1-1 con su equipo jugando once contra nueve? Un estupendo defensor, el Ratón, y no lo digo en sentido irónico, pero un estupendo defensor que con la albiceleste jamás dio la talla en instancias de papas calientes. Y que se abstengan de acallarme con la foja de sus ciento y pico de partidos internacionales. Me niego a fomentar una alabanza al presentismo. A la Selección, lo afirmo hoy como lo afirmo desde hace unos cuantos años, le están faltando guerreros, y Ayala es la expresión más acabada de tan dolorosa acefalía. Un líder condicional, Ayala, un líder apto para la marea alta que a la hora señalada ns/nc, como Zanetti, Verón, Crespo; como Pablito, Lucho, Cuchu, el Pato, y siguen firmas.

El colapso de la final empañó lo que era una gran copa argentina...
(Juan Pablo Varsky)

Argentina tenía que ganar la Copa América. Sólo así podía terminar el trabajo. Era el favorito antes del comienzo del torneo y fue justificando ese pronóstico a partir de triunfos rotundos y muy buenas actuaciones. Todo lo ofrecido hasta la final con Brasil era, ni más ni menos, que un puente para lo realmente importante: levantar la Copa. Para cumplir con la misión, el Coco Basile armó una lista de Mundial con sólo dos omisiones: Saviola, injustamente postergado y Maxi Rodríguez, correctamente preservado para su recuperación física. La necesidad imperiosa de un título para la mayor y el largo camino al Mundial (eliminatorias de 18 partidos en casi dos años y medio) aconsejaban no hacer experimentos de laboratorio probando jugadores. Fueron incluidos todos los futbolistas reclamados por el público. El equipo generó una expectativa muy especial. Hubo un gran interés en ver a Messi, Riquelme, Verón y Crespo, todos juntos. Ningún entrenador se había animado en reunir semejante grupo de estrellas.

Para Basile el desafío era doble: no sufrir choques de egos en el vestuario y potenciar a las individualidades en el campo. El Coco puede decir misión cumplida. El grupo fue una piña y todos tiraron para el mismo lado. Verón adoptó a Messi y lo llenó de consejos. Crespo patrocinó a Diego Milito y le pidió a la prensa que lo valorara un poco más. Titulares y suplentes se abrazaron después de cada gol. Tras picarla en el penal contra México, Riquelme convocó a todos para la celebración. Dentro de la cancha, el equipo logró, de a ratos, cumplir con ese axioma futbolero innegociable: que el todo sea más que la suma de las partes.

Con tanto actor protagónico en el elenco, hizo falta que algunos aceptaran un rol de reparto. Verón marcó el camino. Mucho más líder de vestuario que de campo, se acomodó a la derecha de Mascherano y aportó a la causa desde un lugar complementario, sin imponer su tempo de juego. "A veces vos tenés que jugar peor para que el equipo juegue mejor", le dijo un día Bielsa a Hernán Crespo. No sólo Brujita ejecutó esa formidable frase, que refleja como ninguna otra el famoso espíritu de equipo. Cambiasso renunció a su llegada por sorpresa y se convirtió en relevista para no dejar al equipo descompensado. La organización quedó a cargo de Riquelme, como no podía ser de otra manera. Román es conductor... o nada. Ultimo en sumarse al plantel tras hacer público su deseo de volver al seleccionado, no tardó en justificar su inclusión. Prolongó su excelente semestre de Boca con actuaciones que costaba encontrar con la camiseta nacional. Decoró la Copa América con pases clínicos y goles de todos los colores (derecha, izquierda, cabeza, penal y tiro libre).

Mascherano le ganó a Gago la pulseada por el mediocampista central. En realidad, la coexistencia de Verón y Riquelme (más dos delanteros) obligó a Basile a tomar dos decisiones incómodas, de esas que un entrenador debe asumir prescindiendo de "sentimentalismos": sacar del equipo titular a Gago y a Tevez, dos de sus favoritos. Pueden invocar palabras como "equilibrio" o "compensación". Pero también hubo un fundamento "creativo".

El ensayo con Messi detrás de Carlitos y Crespo o Milito en los amistosos ante Suiza y Argelia no había satisfecho a Basile. Lo cierto es que la irrupción de Román provocó cambios en la formación titular y los dos ex Boca fueron las piezas sacrificadas. Basile ya había encontrado la defensa en el amistoso ante Francia. Ese día, Burdisso fue lateral derecho y Zanetti centrocampista. Quedó conforme con el funcionamiento de la última línea ante el subcampeón mundial y no tocó más teclas, salvo para probar al postergado Pinola. Arriba no tuvo dudas. Crespo de referencia y Messi por todos lados. Cuando se desgarró Hernán, pensó en Milito. Pero el hermano mayor nunca se sintió titular. Ni siquiera cuando lo fue. Mientras que Tevez siempre se lo creyó, aun en el banco de suplentes, y terminó jugando.

Basile mostró su enorme calidad humana para manejar grupos. Permitió una concentración de puertas abiertas, con permanente cobertura periodística. Admitió la presencia en el hotel de familiares en una notable muestra de confianza en sus futbolistas que retribuyeron el gesto con actos responsables. Sólo una mancha cae en el saco-amuleto de Míster Asterisco: la licencia a su hijo Alfito para filmar intimidades de la selección en nombre de un programa de TV a producir por Ideas del Sur. Sin duda, una desprolijidad que podría haberse evitado.

Llegó a la final ganando todos los partidos con golazos para el recuerdo, como el de Messi a México. El chico del Barsa sigue completando el formulario de crack con tan sólo 20 años. No nos olvidemos que Diego sacó definitivamente el carnet a los 25 en el Mundial 86 y que se fue de España 82 con una tarjeta roja. Hace ocho meses, Tevez y Mascherano eran suplentes en West Ham, Messi estaba lastimado y Riquelme peleado con Pellegrini en Villarreal. Hoy fueron los cuatro mejores del seleccionado en la Copa América. Nunca dejemos fuera de un análisis los momentos por los que pasa la carrera de un futbolista.

La gran expectativa generada por el equipo se reflejó en los índices de audiencia televisiva. Hasta Basile habló de números de rating en las conferencias de prensa. Finalmente, apareció ese tan reclamado vínculo entre la Selección y el público. Recién volverá en vísperas de Sudáfrica 2010, clasificación mediante. Semejante relación sólo es provocada por torneos cortos que concentran toda la atención. Nada que ver con un juego de eliminatorias, apenas una parte de un larguísimo camino.
Parece una nota dedicada a un equipo campeón. Pero todo esto es tan cierto como el colapso de la final, donde el equipo fracasó rotundamente en todos los aspectos del juego. No tuvo respuestas, ni individuales ni colectivas, ante la prematura adversidad que significó el gol de Baptista (cualquier similitud con el gol de Bergkamp en Francia 98 no es mera coincidencia). Con el gol en contra, Ayala se clavó el último puñal en su estigmatizada trayectoria en el seleccionado. Y Daniel Alves le regaló a Abbondanzieri una réplica del gol de Elano en el Emirates Stadium, de Londres. En aquel comienzo de ciclo para Dunga y Basile, jugaron juntos Riquelme, Messi y Tevez. También ganó Brasil 3 a 0. Desde 1995, siempre ganan ellos los partidos decisivos. Cuartos de final en las Copas América 95 y 99, las finales de 2004 y 2007 y la final de la Copa Confederaciones 2005. Aun sin sus craques, Brasil siempre exige respeto y, sobre todo, eludir el exitismo. Nuestra última alegría en duelos de mano a mano con la máxima potencia futbolera sigue siendo Ecuador 93 por penales, el año del último título para la mayor. Ojalá el lapidario 0-3 no borre algunas conquistas importantes de este grupo, que volvió a rechazar la medalla, como si en ese último gesto estuviera en juego el orgullo deportivo. Lamentablemente, el cruel mote de "perdedores" aún nos persigue. El equipo no completó el trabajo: la Argentina tenía que ganar la Copa América.

La sombra negra
La final de la Copa América
(Quintín)
No hay caso. Con Brasil no hay caso. En el primer partido de la era Basile (el segundo de la era Dunga) fue 3 a 0, pero el equipo argentino no sabía a qué jugaba. Ahora sí lo sabía, perfectamente. Y fue 3 a 0 lo mismo, inapelable. Brasil con la reserva es más que la Argentina con todos los titulares. Para ganar le basta con un planteo miserable y con la técnica individual, con ese oficio que tiene cada jugador —aun los menos destacados— en el trato con la pelota, lo que les permite hacer un buen pase o hasta definir llegado el caso. Ayer fue todo muy sencillo. Brasil salió a no dejarlo jugar a Argentina y a sorprenderlo de contragolpe. Lo primero lo tenía claro: marca individual a Riquelme, superpoblación del medio campo, fouls sistemáticos lejos del arco. Para lo segundo ni siquiera contó con Robinho; lo ayudó un poco la suerte (estar ganando desde los cuatro minutos con un gol que se hace en los entrenamientos) y un poco más la mala tarde de la defensa argentina, especialmente por el lado de Ayala: no atinó a marcar en el primer gol y se hizo en contra el segundo. El arquero, sin ser malo, tampoco es un grande de su puesto. Heinze estuvo un poco más descontrolado que de costumbre y, encima, fue el único que tuvo alguna libertad con la pelota (lo que no le sirve de mucho).

¿Cómo se contrarresta una defensa aplicada, masiva y sistemática como la que presentó Brasil ayer? Argentina tenía dos armas. La primera, Messi: empezó brillando y se fue apagando con los minutos. La segunda, aprovechar los infinitos tiros libres para llegar al gol con un centro. Pero aquí falló Riquelme que, últimamente, se las ingeniaba para acertar siempre alguna. Esta vez se lo vio sin confianza: ese tiro en el palo hubiera entrado en otro partido. La falta de fe se tradujo en los diez centímetros que se desvió esa pelota hacia la izquierda, el punto ligeramente errado en el que cayeron los centros, la sutil disminución de la pegada en el otro tiro que pateó y atajó el arquero. Para colmo, hubo una especie de cortocircuito entre los dos pilares ofensivos del equipo que se puso de manifiesto en la impaciencia de Messi, muy visible cuando le sacaba la ejecución de los tiros libres a Riquelme. Es que ambos tienen temperamentos opuestos, casi irreconciliables: Riquelme es cerebral y paciente, Messi ansioso y eléctrico. A ninguno le resulta sencillo adaptarse a la sensibilidad futbolística del otro. Probablemente, Messi preferiría un planteo a lo Bilardo con Maradona: todos disciplinados en la marca, y él libre. Es posible que así se sienta más cómodo y, en el futuro, Argentina termine jugando de ese modo. Pero Messi no está lo suficientemente maduro y pierde demasiadas veces la pelota, lo que desmoraliza a los compañeros. Achicado uno de los dos referentes, impreciso el otro, el resto deambuló en la cancha. Verón perdió más pelotas que de costumbre, Zanetti no se fue al ataque, Cambiasso estuvo perdido, Tévez no superó jamás a su marca, etc. Ayer, de todos modos, los jugadores argentinos estaban muertos en la cancha. En el segundo tiempo, lejos de esperar el descuento, temí que la diferencia se ampliara hasta la catástrofe (en esta Copa, las diferencias tendieron a estirarse cada vez que se abrió el marcador).

Basile se quedó sin respuesta: con este equipo que intenta tener una manera de juego definida, que parte de un conductor claro en la cancha y cuya única variante táctica es que este vaya un poco más arriba para eludir el cerco, no parece haber forma de superarlo a Brasil. Es decir, no es imposible. En un día de menos calor, con los argentinos más inspirados y los brasileños más distraídos, con un gol tempranero a favor y no en contra se les puede ganar, incluso golear. Pero, en general, la Argentina está en desventaja porque intenta hacer prevalecer su juego y deja que Brasil haga lo que ya es su libreto y lo será más aun en adelante: marcar con mucha gente y esperar el descuido del contrario a favor de la mencionada ductilidad técnica, que no requiere de un gran error adversario sino de uno pequeño. La grandeza de Brasil se va limitando a esa sutil diferencia: otros equipos defensivos necesitan que el contrario se equivoque feo, mientras que los brasileños, con mandar de vez en cuando un defensor o un volante al ataque o patear de lejos pueden resolver los partidos. Esas ventajas no impiden que Brasil sea un equipo mediocre, que perdió feo con México y pudo quedar afuera con Uruguay porque con eso de defender y esperar el momento favorable también se le puede ir el partido. Sobre todo si el técnico sigue insistiendo en ahorrar delanteros y menospreciar a los cracks. La frazada corta, como siempre.
Tal vez a la Argentina le iría mejor si fuera menos exitista, es decir, si no fuera la Argentina. Porque, en buena medida, el partido de ayer se perdió tan mal porque la necesidad de ganar a toda costa tiene como contrapartida un evidente incremento del miedo. Una derrota así no se explica sin una buena dosis de pánico de escenario: la selección, atenazada por sus fantasmas, no se soltó nunca mientras que Brasil jugó cómodo desde el arranque. Para un equipo con aspiraciones más modestas, que si pierde con Brasil no provoca un duelo nacional (como es el caso de México o Uruguay) los brasileños no son rivales tan temibles, ya que si tienen que salir a ganar el partido desnudan las limitaciones individuales y tácticas de este modelo futbolístico limitado.
Pero, de acá en más, no sé qué hará Basile con la selección. Hasta antes de ayer tenía un equipo sólido, un patrón de juego y una base humana definida. Ahora, las tres cosas están en duda, en entredicho incluso. Y la cuestión no es fácil: ¿A quién jubilar? ¿A quién promover? ¿Qué cambiar? Hay una problema, una paradoja: si bien la Argentina armó un equipo de lujo (con derrota y todo), no le sobra demasiado. Podríamos decir Agüero, podríamos decir Crespo o jugar con un nueve de área, pero el resto (lo que uno conoce al menos, no parece del nivel de selección). Hay recambio para Abbondanzieri (es importante empezar a foguear a un gran arquero como Ustari), pero qué hacemos con Ayala (hay que darle una chance al Cata Díaz, pero no es lo mismo), con Zanetti (Ibarra, la otra opción, no es un pibe tampoco), con el lateral izquierdo. ¿Dónde hay mediocampistas mejores que los actuales, incluyendo los suplentes como Gago o Lucho González? Hmmm… Basile la tiene muy difícil. Y, si me apuran, creo que tendría que seguir con la misma base y el mismo planteo, aun con la edad de algunos jugadores y con el cuco de las finales.
Pero no sé qué hará. Por lo pronto, tiene tan claro su dilema que terminó cometiendo la grosería de no ir a buscar la medalla. Argentina ganó esa medalla de plata, la mereció, hizo un gran torneo y no hay una excusa para esas actitudes arrogantes y triunfalistas a las que acostumbran las selecciones argentinas cuando pierden (al menos, esta vez no se pelearon con nadie). Es mejor ganar una medalla que no ganar nada. Como fue meritorio el desprestigiado tercer puesto para México, que casi lo humilló a Uruguay y mostró figuras como el arquero Ochoa (el mejor que vi en mucho tiempo), Guardado o el insólito Nery Castillo pero un nivel muy parejo en el resto. Los uruguayos, a su vez, parecen condenados a repetir sus miserias, atados a esa desgracia llamada la “garra charrúa” que produce falsos caudillos que, a la hora de la verdad, se hacen echar (Lugano) o erran los penales (García). Si la Argentina padece la maldición de Brasil, Uruguay padece la de Uruguay: aunque siempre parece que va a mejorar, termina mezquinando juego y no sale del pozo. En fin, fue un torneo muy agradable, con buenas actuaciones individuales y colectivas, goles para todos los gustos, canchas llenas y alegría en las tribunas.

En cambio, el Mundial Sub 20 es un bodrio, en el que gracias a las canchas sintéticas termina habiendo semifinalistas como Austria y República Checa, dos bandas. Uno se pregunta cuál es el futuro del fútbol mundial con estos jugadores y estas tácticas que, contrariamente a lo esperable, se ven más entre los juveniles, cada día más obedientes. Me equivoqué con Argentina, que llegó más lejos de lo que esperaba. En Toronto (piso sintético, pero mejor que la mezcla de alfombra y granito de Ottawa donde la pelota deja una estela, algo que no vi nunca), contra Polonia, jugó mucho mejor y Agüero se lució de verdad. Ayer hubo que volver a enfrentarse en Ottawa contra México, que había jugado el único buen fútbol del torneo y el partido fue horrible. Argentina hizo de Brasil en los mayores. Después de un primer tiempo en el que debió perder, pero del que se retiró ganando, se metió atrás y los mexicanos no pudieron hacer nada. Cuando se achican los espacios y no se puede frenar ni tocar, el fútbol es un infierno de aburrido (tal vez yo estaba un poco mal predispuesto por la derrota de los mayores), apto justamente para los equipos que no saben hacer otra cosa. Ahora creo que Argentina juega en Toronto (no vi a Chile, el rival) y, tal vez Agüero, Morales, Di María, Banega y Zárate logren un partido donde las figuras no sea el tosco Romero o el picapedrero Yacob como ocurrió ayer. Pero me irrita mucho el estilo especulativo de Tocalli que ya se había visto en el sudamericano, donde clasificó de milagro. Ahora tiene los jugadores, pero no parece confiar del todo en ellos. Es nuestro Dunga.

Individualista y vertical (César Luis Menotti)

La Selección Argentina cometió un error al quedar rápidamente en desventaja en el marcador: olvidó la elaboración de juego, perdió la paciencia, se convirtió en un equipo individualista y vertical, y Brasil lo aprovechó para ganarle bien, sin discusión, la final de la Copa América.
Nunca el equipo argentino jugó con tanto apuro, con tanta verticalidad. Y esa confusión que había atravesado por momentos en partidos anteriores, pero que había sabido resolver, se hizo evidente ayer en Maracaibo.

Alguna vez dije, hace muchos años, que la pelota nació para defender al jugador. La pelota defiende al jugador, no el jugador a la pelota. Los jugadores argentinos pecaron por querer defender la pelota y facilitaron el trabajo de un rival que apostó más a la interrupción del juego que a la elaboración.

No jugó rápido -que no es lo mismo que correr mucho- la Selección, perdió totalmente la dinámica de juego que necesita de una mayor participación, de estar más juntos. Cometió el gravísimo error de no usar con dinámica y con mayor personalidad el ancho de la cancha. Fue un equipo muy tibio.

Brasil interrumpió mucho y elaboró muy poco, pero en los pies de sus jugadores siempre hay una técnica y cuando tienen la pelota no son tontos, no la pierden, tratan de tocar. A pesar de que no tiene la precisión de otros años ni la técnica depurada de otros años, sigue sosteniendo características básicas. Como sus laterales cuando se proyectan. Por ahí no tiran los centros que tiraban Roberto Carlos o Cafú, pero suben con potencia, llegan al área. No suben hasta 3/4, suben para hacer daño, por sorpresa.

El gol de Baptista a los 4 minutos de comenzado el partido fue un golpe muy duro. En circunstancias de este tipo es cuando se muestran las reservas anímicas para sostener una idea futbolística y la Argentina ayer no las tuvo. Se dejó gobernar por las prisas y el juego vertical. Y después del segundo gol, ya no fue un equipo de fútbol. Perdió capacidad de competencia, ya no competía, quería forzar las acciones. Equivocó defender con recuperar en su línea defensiva y su rival se lo fue devorando e hizo un mejor uso de los espacios.

Uno de los detalles que ponen en evidencia la desorientación del equipo argentino fueron los muchos tiros libres que ejecutó Riquelme. Porque teniendo las ´torres´ que tiene Brasil no se entiende para que tirar tantos centros por elevación y tan rápido.

Entre las lecturas que se hacen de la derrota, hay quienes dicen que la Selección perdió con un Brasil B. Cierto es que le faltan figuras importantes como Kaká, Ronaldo, Ronaldinho y de este plantel de la Copa no actuó Gilberto Silva, suspendido. Seguramente perdió calidad pero probablemente ganó en deseo. De todas maneras, todos son jugadores de primera línea que actúan en Europa. No son cualquier cosa.
La derrota es un toque de atención para la Argentina. Creo que la de ayer era una buena medida para conocer hasta donde estábamos creciendo. Habíamos dado algún paso adelante y hoy el entrenador tiene la posibilidad de sacar conclusiones para jugar las eliminatorias. ¿Preocupación? Ganando o perdiendo, siempre un entrenador debe estar preocupado cuando se juega mal. Si en el análisis advertimos que se exageró en el individualismo y fundamentalmente hubo muchos errores conceptuales del juego, sí, hay razones para estar preocupados. El equipo no jugó bien.

miércoles, 20 de junio de 2007

Textos futboleros de el - lar

Presento dos caras de una misma moneda, por un lado un festejo textual del San Lorenzo campeón y por el otro lado: el velorio por el triste campeonato del Real Madrid. Los texos provienen de poliédrico blog de múltiples manos: el-lar.blogspot.com. Aquí van...


Alvaro Loayza

Para Bachichay los Camboyanos de otrora.
Seis meses atrás, era de lo más impensado creer que San Lorenzo iba a estar celebrando la gesta que hoy como Cuervos festejamos orgullosos (aunque algunos creían más que otros). Seis meses atrás nos debatíamos en la resignada tarea de aceptar el hecho de que en la Argentina sólo hay dos grandes y tres ex-grandes cuyas hinchadas sólo utilizan su falso epíteto para insultar y echar a sucesivos técnicos y jugadores como si su grandeza estuviera probada por otra cosa que no fuera una florida y grandiosa pre-historia. En eso andaba San Lorenzo, venido de una temporada de vilipendio, habiendo recibido en sendas y brutales dosis de 12 goles propiciadas por Boca (0-7) y River (5-1), demasiado oprobio para cualquier hincha que creyese en un proyecto a largo plazo, no quedaba más, Ruggeri se tenía que ir, venga quien venga.


He ahí cuando nuestro destino sufre un ostensible viraje. Mas que por decisión suya, que por un esforzado y decidido esfuerzo de los dirigentes, Ramón Díaz recala en San Lorenzo después de 4 años de voluntario ostracismo futbolístico y la hace como esas veces que es la mina la que te agarra a vos (aunque yo nunca lo hasha vivido de esa forma) por no sabés qué. Y así fue, aunque Ramón sí sabía por qué, el había pensado y estudiado muy bien cual era el mejor lecho para ser acogido, ya que el nos recordó motivos olvidados de porque San Lorenzo era y es grande, nos recordó e insufló ese viejo espíritu de campeones, nos devolvió a la memoria, que tenemos una hinchada para llenar cualquier cancha y nos evocó que el equipo que históricamente debía ser castigado como mal hijo es Boca y no viceversa. Son algunas de tantas cosas que Ramón nos recordó, y nos remontó entonces a los tiempos de Pontoni y Martino, de Sanfilippo (hoy un periodista detractor con el cual yo concordaba en algunas cosas y, bueno, Ramón me hizo cambiar de idea) y “Coco” Rossi, de “Toto” Lorenzo y Scotta.

Tantas cosas cambiaron con Ramón. Pensar que los defenestrados Christian Tula (a posteriori el caudillo de la lanza) y el “Muchacho” Méndez (apelativo propiciado por Sanfilippo) serían el puntal de una defensa no únicamente sólida y valiente, sino agrandada, decisiva y goleadora. Pensar que Ramón dejó marchar a Gremio nuestro querido emblema Sebastián Saja, para sondear la factibilidad de una futura Copa Libertadores, en pos de colocar en el puerta al inmenso Orión, bastión indiscutible de San Lorenzo y sin regateos el mejor arquero del campeonato, por más Carrizos, Andujares y Carantas que vendan en los mercados de pulgas. Pensar que Ramón pese a sus múltiples pedidos de fichajes y a las múltiples promesas que le realizaron los dirigentes “sólo” pudo traer al “Lobo” Ledesma (desahuciado por Merlo) y a la “Gata” Fernández (desahuciado por Passarella), casi nada, ya que fueron sin lugar a duda los dos mejores jugadores del campeón, uno con su liderazgo y conducción conviriténdose en el relojero que todo equipo requiere otorgando quite, timing y pases filosos, el otro con su inteligencia y goles elevando su juego y oportunismo a niveles espléndidos apareciendo mortalmente en los momentos más trabados y sombríos.

Es que Ramón sabe de fútbol y sabe con mayúsculas, ya que el fútbol no se juega únicamente en la cancha, el fútbol se juega desde lo mediático, desde el vestuario, desde el alma y consciencia de cada uno de los futbolistas, desde las presiones autoasumidas, para finalmente jugarse en la cancha, así es como Ramón devolvió a un club golpeado y sin chances, plagado de jugadores desmoralizados, en un irreverente y convencido candidato y a la postre merecido e indiscutible Campeón. Y es que Ramón sabe, y hoy está más sabio, ya no incurre en polémicas insustanciales, les hace sentir a sus jugadores el apoyo de su inmensa personalidad y deja en evidencia la falta de ella a los neófitos polemistas de equipos rivales. Ramón sabe, ya que los últimos partidos nos convirtió a un jugador de gran despliegue físico, potencial talento y nula claridad como el “Gordo” Lavezzi en un jugador inteligente, ya que la potencia y virtud física no están reñidas con la inteligencia, como nos lo demuestran hace diez años Makele y Viera, y como nos deleitan hace más de tres años Eto´o y Drogba, y eso era algo que Lavezzi parecía no entender, todas las decisiones tomadas por él eran malas, centro en vez de gambeta, tiro al arco en vez de un pase, correr en vez de pensar, siempre mal; hasta que Ramón lo sentó, le habló y sacó de Ezequiel ese wing profético de los desbordes mortales y de los centros como puñaladas, sacó a ese amago de jugador, que ahora si perfila como jugadorazo.

Y es que Ramón sabe, y el fútbol está contento, porque él y Simeone llevan el timón de este nuevo fútbol argentino con delanteros, un fútbol sin cobardías, un fútbol de ir adelante, un fútbol a ser ganado en el área rival, y es por eso que para Ramón no fue dilema tener sanos a la “Gata”, a Lavezzi y a Silvera, ya que se la jugó con tres y ganó siempre, y si Ramón se equivocó, y hay que decirlo, es cuando se niega a poner su tridente contra Argentinos lo cual nos costó la victoria, pero no es terco Ramón y contra Arsenal demostró que poco le importa que le hagan dos goles si es su equipo el que marca cuatro, ergo campeones. No era fácil, no fue fácil,se los aseguro, se sufrío en todos los partidos (exceptuando dos: Boca y Racing) y Ramón lo sabe lo duro que fue; prevalecer sobre Estudiantes el indiscutible mejor equipo de la temporada, sobre el passareliano River que invirtió 27 millones de dólares que se tornaron en las 27 millones de putiadas y sobre el temible Boca de cuantioso fútbol, experiencia, jugadores y saber estar, liderado por ese Riquelme que cuando habla con los pies bien se le puede aguantar esa eterna y compungida cara de orto.

Y es que esto del San Lorenzismo tiene su enjundia, yo que de chico me cuestionaba cual Descartes su cogito o Pascal su fe, si alguna vez en mi mortal existencia vería al Cuervo Campeón. Desde aquella helada y memorable tarde de Rosario el 95 ya son tres las veces, cada seis años las dosis y siempre con un componente épico, de la hazaña al mando de Silas con 21 años de espera el 1995, pasando por los 11 triunfos consecutivos a partir de los goles de Romeo el 2001 y llegando a las lágrimas de Méndez y sonrisas de la “Gata” de éste 2007, San Lorenzo recordó su grandeza, le devolvió alegrías inmemoriales a niños y viejos, y como las 10 coronas de laureles demuestran San Lorenzo rezuma su grandeza. Ramón con sus renovados y lustrosos jugadores logró encaramar a San Lorenzo al campeonato, llenando de bendiciones y felicitaciones las plegarias celestiales del padre de la Massa y enorgulleciendo a toda la progenie de negros alados (y no dudosos ensotanados) apadrinados y auspiciados por Edgar Allan que por ésta vez se les ocurrió permutar el eleágico discurso por “Quoth the Raven, `Once more.'”.


Mario Murillo
Para el Machi, que también ama el fútbol y odia al Madrid.

Conozco el mundo y aunque no me guste, está. Y sé lo que quiero. Quiero que la gente aplauda a mi equipo. Quiero que el valor del espectáculo esté por encima de un triunfo. He visto equipos que ganan y que la gente no va al estadio. Y otros que pierden y lo llenan porque juegan bien.”
Francisco Maturana, Entrevista en la revista “Al Arco”.
Durante mucho tiempo uno de los grandes debates de la Academia fue la relación entre objetividad y subjetividad; es decir, la posibilidad o no de que exista una construcción del conocimiento desde una mirada absolutamente neutra, imparcial y alejada de cualquier influencia del investigador. La antropología solucionó ese debate (y es posible que sea lo único decente que ha hecho como ciencia) planteando que la clave es plantear claramente los sesgos del investigador, no tratar de anularlos. Pues bien, ahí va mi sesgo: odio al Madrid, lo odio profunda y enconadamente. Lo odio por muchas razones: por Franco, por “pavones y zidanes”, por poderoso, por causas personales, en fin, por muchas cosas.
Pero en esta su coronación como campeón del fútbol español, el enojo contra el Madrid es más pequeño que el miedo, por una razón esencial: su triunfo ratifica fehacientemente una tendencia que está matando al fútbol y que se ha confirmado este año, el fútbol se muere.
Ya nadie se preocupa por jugar bien, ya a nadie le interesa el arco ajeno. El sentido primigenio del juego ha sido transformado: ya no es lo importante meter la pelota en el arco ajeno sino evitar que te la metan en el propio. Para intentar confirmar esta intuición, veamos el año que hemos tenido en materia futbolística.

Campeón del Mundo 2006: Italia. El equipo dirigido por Marcelo Lippi jugó como un típico equipo italiano: defenderse, achicar la cancha y esperar que el centrodelantero haga un gol de casualidad. Como en el 70, dejaba a los “diferentes” en el banco (Del Piero en Alemania, Rivera y Mazzola en México). Todo el campeonato jugó sólo 15 minutos, en la semifinal contra Alemania, liderados por Del Piero. Pasaron de ronda frente a Australia con un penal regalado por el arbitro y su estandarte fue Materazzi. Que asco.

Campeón de la Copa de Campeones 2007: Milán. El equipo dirigido por Carlo Ancelotti atiborró el campo de mediocampistas y dejó que Kaká haga el resto. Lo importante: el arco propio en cero. Recibió (para variar) regalos por parte del arbitro en la eliminatoria contra el Celtic (un penal más grande que una casa no pitado que le daba el pase a los de Escocia). En la final: matar el partido y esperar un milagro. Al revés de lo que pensaba el Quijote, la fortuna está del lado de los malos: gol fortuito de tiro libre y todo se acabó. Campeón de Europa sin ninguna intención de jugar al fútbol.

Campeón de España: Real Madrid. El equipo dirigido por Fabio Capello traicionó la historia del Madrid, cambió el amor por la pelota y la estética por el corte, la mediocridad y la abulia. Contra el Bayer de Munich, Capello alineó un mediocampo plagado de perros de caza para terminar el partido con el arco en cero: Gago, Diarra y Emerson. Antes del primer minuto del partido, los alemanes ya les habían hecho un gol (vehemente lección de que renunciar al ataque no garantiza la defensa). En la última fecha, la FIFA les hizo un último regalo: prohibió que Diarra fuera a jugar con Malí porque tenía que defender los colores del poderoso equipo español. Y como la vida es una mierda, Diarra hizo el gol que le daba el campeonato al Madrid. Nada raro, a Blatter y sus secuaces no les importa ni un poco los débiles de África y Sudamérica.
¿Qué nos queda de todo esto? Que el ataque, la intención ofensiva, la búsqueda de la belleza y la alegría, ya no existen. Los delanteros son piezas prescindibles. El fútbol fue mutando, en ese sentido, en momentos claves. Pasamos del 4-2-4 al 4-3-3, para terminar en el 4-4-2 (y su variante el 3-5-2), sin embargo los nuevos grandes directores técnicos encontraron una nueva vuelta de tuerca: mantener intacta la línea defensiva, llenar el campo de volantes y dejar a un solitario para ver si consigue algún regalo de la contingencia: surge ahora el 4-5-1. Matar cualquier intento contrario, destruir antes que crear, perder de vista la pelota. Ese es ahora el sentido del juego. Intuyo que de acá a unos años algún italiano descubrirá que el atacante es prescindible y jugará 5-5. Italia volverá a ser campeón.

Y nosotros seguimos acá, destilando sueños y esperanzas, esperando cada domingo, miércoles y jueves por un regate, por una pared, por un Liverpool - Milán 2005, por un poco de fútbol, de amor a la pelota, de magia, de disfrute, de emoción. Pero la decepción es infinitamente más grande que el cobijo de la alegría. En realidad toda la tensión y la emoción ya sólo están presentes en la previa, en la espera por el partido, en la alegría de saber que dos grandes equipos se enfrentan por algo importante, en la cadencia de tomar conciencia que empieza el Mundial, la Copa de Campeones o algún Campeonato local. Pero ahí se muere todo, los 90 minutos reales del partido son un bodrio, una somnolencia extendida, una batalla de dos ejércitos agazapados sin afán de gloria, cuyo único sentimiento es el miedo.

Frente a todo esto: ¿Queda esperanza? Quedan aún algunos resquicios que se vislumbran como posibles espacios de cambio benigno: la liga inglesa donde se sigue jugando a muerte, donde los volantes no sólo rompen sino que también hacen goles, el Estudiantes de Simeone que en la cancha de River mete cinco delanteros para matar o morir, el San Lorenzo de Ramón Díaz que no duda en alinear a tres jugadores que para Capello jamás podrían jugar juntos, el Lyon que cuida la pelota, la maneja a través de Junínho y encuentra claros en tres delanteros que siempre abren la cancha. Siempre hay esperanza, pero hoy, Lunes post triunfo madridista, no tengo espacio para ella. Hoy sólo queda empute y desasosiego, la horrible Italia de Lippi es campeóna, el abúlico Milan de Ancelotti es campeón y el asqueroso Madrid de Capello es campeón. Nada más queda.