martes, 18 de diciembre de 2007

Kaká, nombre de mierda y pie divino


Este redactor de blog anda subsumido en aventuras laborales que momentáneamente lo alejan de su solitaria empresa futbolera. Sin embargo, les ofrezco un texto a propósito de Ricardo Izecson dos Santo Leite, Kaká. El texto proviene de una pluma ácida, que siempre apunta a los ángulos más agudos del fútbol (hábito poco usual en el periodismo deportivo), se trata del blog El "Hacha" de Rubén Uría, de España. Que lo disfruten...



No nació, como Pelé, en una cuna pobre de café. No tiene genes mestizos y su talento no tiene las favelas como denominación de origen. Ricardo Izecson dos Santos Leite aprendió a gatear en el seno de una familia burguesa de Brasilia, donde un ingeniero acomodado y una maestra de escuela le enseñaron que Dios era la fuente inspiradora de la vida. Atleta de Cristo, tímido ante los micrófonos y de mirada limpia, Ricardo descubrió el poder de seducción de la pelota en un buen colegio, en el patio de la universidad, lejos de esas playas interminables plagadas de muchachadas que persiguen cualquier cosa parecida a un balón. Ajeno al jogo bonito de las calles, al talento marginal brasileño, Ricardo Izecson Leite dos Santos forjó un inmaculado talento para administrar la pelota. Su nombre de guerra lleva el copyright de su hermano pequeño, que no sabía pronunciar la palabra Ricardo, y terminó por inventarse una especie de sonido gutural que solía pronunciar como Kaká. Cuatro letras tan sonoras como escatológicas. Es el Balón de Oro.

Como buena estrella fugaz, Kaká pronto dio el salto a Europa, no sin antes llenar de metralla tantas porterías como equipos existen en Brasil. Aquellas cuatro letras, sonoras pero escatológicas, estaba encima de la mesa de todo cazatalentos que se preciara de serlo. La primera en telefonear fue la Juventus de Turín. Uno de sus directivos, Luciano Moggi, rehusó el fichaje.

- Es bueno, sí, pero no podemos fichar a un tipo con ese nombre, Kaká. ¿Qué pensarían de nosotros?
Un mes más tarde, Silvio Berlusconi corrió el riesgo. Decían que tenía nombre de excremento, pero aquel brasileño tenía tanta magia en las botas que poco importaba si su nombre sonaba a guasa. Agarró el teléfono y dio una órden.
- Adriano [Galliani]…Si, si, Kaká, fíchalo de inmediato. Mañana será tarde. ¿El nombre? Seguro que Pelé tampoco sonaba muy bien al principio y luego, ya ves…

El Milán nació con sangre inglesa. Se bautizó como Club de Críquet. Enganchó con la mítica delantera Gre-No-Li. Entró en los corazones de Italia gracias a Nereo Rocco. Dio esperanza desde el pie de Rivera, ‘Il bambino de oro’. Empapó en sudor con Schnellinger. Hizo zapatero prodigioso a Arrigo Sacchi. Fabricó un laboratorio de sueños para campeones, Milanello. Regaló al mundo a Gullit, Rijkaard y Van Basten. Enseñó al mundo una palabra ‘avanti’, aquel grito de Baresi. Cambió los primeros pañales de Capello y dejó al alcance de la mano el Antiguo Testamento de Paolo Maldini. Ahora San Siro se inclina ante la versión sofisticada del Pelé Blanco. Ante el pie delicado, refinado, preciso y mágico de Kaká. Un talento fuera del cliché brasileño, más cercano a Gianni Rivera que a Zico, pero que descarga tormentas de fútbol. De sus largas y precisas piernas brotan truenos, relámpagos y centellas. Y una mirada limpia.
En Kaká se adivina una elegancia tan grande como apreciable y apreciada. Tiene chicle en el zapato, presencia erguida y pie aterciopelado. Aunque su gran arma es la puntería. Allí donde Kaká pone el ojo, pone la bola. En sus botas lleva grabado un aforismo divino: ‘Dios es fiel’. Una plegaria que el cielo atiende. Kaká no tiene el tobillo de goma como Ronaldinho, ni la estampida del búfalo de Ronaldo, ni el cañón teledirigido de Roberto Carlos, pero sí transpira una sensibilidad especial para sobrevolar el área, flotar entre los defensas y apuntar con precisión de cirujano. No tiene la alegría de Garrincha, ni el embrujo de Pelé, ni la visión de juego de Tostao, ni la rebeldía de Rivelino, pero Kaká resulta la elegancia elevada a su enésima potencia. Tanto, que entre el crujir de huesos italiano, entre el músculo y la trinchera del Calcio, Kaká sobresale entre el resto de los mortales para demostrar que juega con esmoquin. Tiene nombre de mierda, pero un pie divino.

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