lunes, 22 de septiembre de 2008

Subjetivas, parciales, fragmentarias y provisorias descripciones del clásico


Demasiada simetría, nada de aritmética, en síntesis pura resta. Esta podría ser la descripción matemática del equilibradísimo clásico paceño. Aritmética porque los dos sumaron pobreza, apenas un punto cuando las circunstancias exigían trica. Restaron porque la clasificación para ambos ahora se ha transformado en una empinada utopía, ya que para que se concrete tendrá que ser escrita por los dos bajo la gramática futbolística de la épica.

Apuntes celestes...
Con el peso del partido de la Sudamericana, Bolívar tenía como eje de su planteamiento el administrar fuerzas con el fin de que el partido del anterior jueves con Liga de Quito no exprese sus secuelas. Otro punto fundamental se concentraba en apelar al orden en defensa que en el Bolívar expone falencias crónicas, desequilibrios, una pieza que instauró una enorme elipsis fue Tordoya a quien por su falta de cancha la perversidad del fútbol le hizo temblar las piernas y lo empapó de una inseguridad que fue muy visible y determinante en el partido. Por otra parte, la lesión de Arana que con Liga mostró una solidez implacable resquebrajó los andamiajes de una defensa que pedía a gritos un ordenador, es decir alguien que permanente organice los ajustes en marca, tarea que finamente asume el cruceño. Otra variable del planteamiento celeste tuvo su base en la presión constante de los volantes Fioretto, García y en su proyección. García fue fundamental en los pases de gol, en el primero hizo una asistencia pésimamente despejada por un débil y desorbitado Melvín Soliz. Los argumentos en ataque despendían de las intermitentes (y a veces inútiles) filigranas de Arnulfo y de sus pases punzantes que siempre conllevan el mensaje de gol hacia Botero o Ramos. El aporte de Arnulfo fue mínimo en el trajín del partido, pero su tiro libre equilibró las picadas aguas del partido. Por otro lado, el fútbol de Pachi que tenía la responsabilidad de aportar en salida, aportar en marca, nuevamente cayó en un eclipse futbolístico en el que las virtudes del 10 se subsumieron a los designios de la sombra (aunque hizo un par de peligrosos remates uno de ellos dio en el travesaño en el primer tiempo su aporte puede ser evaluado en gramos cuando el partido le exigía kilos). Pero la principal arma bolivarista se iba a desatar por la banda izquierda; banda que Abdón Reyes transforma en una inteligente e imparable línea de fuga desde la que encara (casi siempre con eficacia) el horizonte estratégico que proponen los adversarios y organiza las variables para arrollarlo (casi siempre con eficacia). Mediante la particular mecánica de juego de Abdón los ataques del 14 aportan contundencia y claridad al equipo. No es casualidad que los dos goles bolivaristas lleguen por la acequia que comanda el chapaco.
Apuntes del Tigre...
El Tigre arrancó con la responsabilidad de dirigir el manubrio del partido, responsabilidad que no asumió del todo. Con un Magarzo en el arco que si bien mantiene cierta regularidad al mismo tiempo desordena el juego atigrado, ya sea en defensa con sus despejes cortitos y al centro del área, ya sea con saques que comprometen la marca de los volantes, con imprecisiones en los tiros de meta que casi nunca van dirigidos hacia los jugadores de punta y sí a los rivales. Es un arquero demasiado impredecible que juega con los nervios y lleva a límites el débil orden del equipo del Tano. El Tigre apostó al juego físico de Sacha Lima que ayer no soltó a Valentierra y expuso su vieja solvencia. A la gladiadora marca de Wálter Flores (que valga decirlo hizo un partidazo en Brasil con la selección Bolivia) y Wilder Arévalo que de sus recuperaciones irrumpieron los dos goles atigrados. Pero el Tigre tuvo en la potencialidad ubicua de Alejandro Bejarano a su mejor herramienta creativa. Bejarano arranca y asiste por derecha, izquierda, centro; se mueve tanto que a su sombra le cuesta perseguir sus aventuras, su permanente movilidad trasparentan a tal punto su juego que los volantes pierden las referencias de marca. Los dos goles atigrados tuvieron en Bejarano a su principal arquitecto. En el primero recibió un balón de Arévalo el cual fue bien capitalizado al pasar a los pies de Bengolea y éste le devolvió la asistencia al 10 atrigrado pero con la certeza que el repliegue celeste ofrecía demasiados espacios; Bejarano con el horizonte conquistado hizo un pase perfecto a Cardozo que concretó el gol. En el segundo gol también participó la interesante ductilidad de Bejarano, quien además causó un mareo en el perímetro de marca de Fioretto, García y Tordoya. Los arranques de Bengolea enriquecieron los ataque del Tigre, su transito por la banda izquierda de a poco se acomoda a las exigencias del equipo. Valga decir que Bengolea es una versión menor de Abdón Reyes. En cada partido, el Tigre siembra muchas esperanzas en el fútbol de Cardozo que si bien concretó el primer gol y buscó algunos resquicios los cuales fueron aprovechados, la explosión del 22 es un atributo ausente en la cancha. El jugador Miro Bahía todavía no asienta sus potencialidades (tenía razón el Tano, que afirmaba que era jugador de unos 20 minutos y que asume poquísimas responsabilidades). La defensa del Tigre con Melvín Soliz por derecha es abrirle gratuitamente una enorme puerta a los rivales. Melvín había ganado cierta fortaleza con Redín en el banco, pero esa continuidad fue truncada con un Christian Vargas más eficaz y que ayer se hizo muy visible su ausencia.

Ay!! Marcelo...
Para cerrar este Post valga escribir un párrafo dedicado al árbitro FIFA Marcelo Ortubé. El nivel de arbitraje de Ortubé llegó a su techo con la administración de justicia en cancha en un partido del Mundial 2002. Tuvo otras participaciones fundamentales en su carrera como en la Copa América de Perú en el 2004. Sin embargo, hoy, septiembre 2008, en partidos de la Conmebol, en partidos de Eliminatoria y en los de la Liga no deja de provocar susceptibilidades, extrañamente los partidos que dirige los embarra con decisiones ambiguas, se sumerge en caprichosas interpretaciones del reglamento y empieza a repartir por doquier arbitrariedades para equilibrar sus notables errores. Todas las sospechas apuntan a que se trata de un árbitro que está a punto de cerrar su ciclo (para el bien del fútbol sudamericano que sea pronto). En la Eliminatoria mundialística, en el partido Argentina – Ecuador, añadió minutos a un partido donde no se había malgastado el tiempo. Este detalle, además de las faltas inventadas a favor de los argentinos derivó en el gol de empate de Rodrigo Palacios de la selección de Riquelme y Alfio. En partidos de la Conmebol, en Asunción en Universidad de Chile y Olimpia no cobró un diáfano penal para la U. de Chile y aplicó el reglamento de acuerdo a su capricho otorgando un regalo a Olimpia. Para equilibrar el partido, echó a un jugador de Olimpia. Todo esto incendió el estadium, a tal punto que el veedor del partido señaló que no se responsabiliza de los desaciertos arbitrales. En la liga, no quiero retrotraerme demasiado, pero lo que hizo ayer en el clásico fue una muestra de estas imprecisiones que impactan en el resultado. Miro Bahía rebasa mediante un caño a un flácido y tiernito Tordoya y encara el área, astuto adelanta el balón y Martínez no llega a tocar la pelota y sí el tobillo derecho del brasilero. Ortubé se acerca al punto penal con ademanes de cobrarlo pero al mismo tiempo se enreda en un ambiguo gesto en el que dubita a tal punto que no se sabe cuál es su decisión.
Más allá de esta jugada puntual antiguamente Ortubé gestionaba la justicia de los partidos con interpretaciones que fortalecían la precisión del reglamento. Generalmente sus decisiones equilibraban las circunstancias más ásperas del juego. Sin embargo, ahora el reglamento para Ortubé es una cajita de sorpresas, un buen motivo para someterlo a sus más oscuros caprichos detalle que infecta las raíces del juego y que como decía el dirigente celeste Álvaro Loayza acaba con el fútbol.

Foto primera: Marcas, La Razón
Foto segunda: Acción, La Prensa

viernes, 19 de septiembre de 2008

Bolívar-The Strongest o el sustento del sentido primigenio del juego

Mario Murillo de ante mano abre la aproximación al importante clásico paceño que se jugará el domingo entre (valga la redundancia) el The Strongest y el Bolívar. Murillo organiza un texto en el que busca argumentos para rastrear esa necesidad del otro en toda pugna futbolística y en todos los espacios de la existencia. Además que aporta insumos vitales para generar debate sobre los distintos resquebrajamientos que sufre el fútbol contemporáneo. Leánlo...
Claude Levi-Strauss, sugerente antropólogo del siglo pasado, planteaba que la identidad se construía eminentemente en base a la oposición. Esta reflexión teoríca no puede encontrar un ejemplo más puntual que el fútbol. Un equipo, un grupo de jugadores, una hinchada sólo tienen posibilidad de realidad a través de la existencia del otro, del rival, del contendiente. El fundamento mismo del juego significa la pugna entre dos rivales distintos que encuentran su realización venciendo al otro.

Tal vez el espacio donde esta construcción de la identidad en base a la oposición se encuentra de manera más patente es en los clásicos. Martinez de León en un hermoso libro sobre el superclásico explica cómo River Plate se construyó en base a Boca (o viceversa), como la existencia de uno está signada directamente por el otro. Rafael Bielsa (hermano del maestro Marcelo Bielsa) le dedica el libro que escribió sobre Newells (club del que es hincha acérrimo) a Fontanarrosa, hincha del rival eterno: Rosario Central. Lo mismo sucede en Italia entre el Inter y el Milán, entre el Real Madrid y el Atletico de Madrid...entre el Bolívar y The Strongest en esta ciudad de tierras altas, donde las luces de las casas se incrustan como estrellas en las montañas.

De ahí que los momentos de mayor tensión, pasión y felicidad se concentren en los enfrentamientos entre rivales tradicionales, herederos de un enfrentamiento añejo condensado por las principales pulsiones que nos hacen seguir a un equipo a muerte.

Recuerdo claramente la primera vez que fui a un estadio de fútbol. Habré tenido unos cuatro o cinco años y subí corriendo las gradas de preferencia del mítico estadio Hernando Siles de la mano de mi abuelo. Me sorprendió la inmensidad del estadio, un castillo inabarcable, y las coloridas camisetas de los equipos; “nosotros somos los de celeste” me dijo mi abuelo (aún los tonos resuenan en mi cabeza, tonos que extraño y extrañaré siempre), y todo quedó dicho. Me olvidaba, ese partido le ganamos rotundamente al The Strongest.

Desde ese día, para mí existen pocas cosas tan hermosas como subir corriendo las gradas del estadio para ver jugar al Bolívar. Ahora ¿en qué contexto se inscribe esta pasión? ¿En qué ámbito se mueven estas pulsiones esenciales?

Me parece que en el fútbol contemporáneo, las características más importantes e interesantes de este juego están siendo amenazadas por dos fenómenos: por un lado, la obsesión por la victoria y, por otro lado, la extinción del espíritu amateur.

El primer fenómeno trae consigo un aspecto central que se ha expandido en casi todos los resquicios del fútbol: el miedo a perder. Esto hace que la nueva preocupación, trastocando el sentido primigenio del juego, sea evitar los goles y no hacerlos. Así, deambulamos entre timoratos planteamientos, exiguas presentaciones y ejércitos atrincherados en su defensa. Cada vez existe menos espacio y cada vez existen más estrategias para evitar los caminos al arco pero, más triste y peligroso aún, también para jugar bien.

El segundo aspecto trae consigo la mutación de las motivaciones centrales de la acción futbolística: ya no importa más el orgullo, la patria, la gloria; ahora los motores centrales son el dinero, el prestigio y el poder. Cada vez existen menos jugadores, equipos y dirigentes que combinen ambas búsquedas (recalcando que tanto la gloria como el dinero son importantes). La identificación, el empeño y los principios están signados por la remuneración, la imagen frente a los otros y las instituciones putrefactas. Esto si hablamos puntualmente de los actores del juego. Si hablamos de sus instituciones las cosas son peores aún, piénsese en la mafia que es la FIFA y sus Confederaciones y, por ejemplo, sus aprestos contra la altura.

Debido a las características esbozadas más arriba, los clásicos tienen la posibilidad de revertir de alguna forma estas patologías que el fútbol ha ido desarrollando en las últimas décadas. Al condensarse tanta pasión (y al haber tanto en juego) vuelven de alguna manera las características centrales del fútbol. Esto se observa, principalmente, en la recuperación de las motivaciones centrales del juego. En un enfrentamiento tan importante, de nuevo la gloria y el orgullo son las motivaciones centrales; toda la parafernalia que rodea al juego se vuelve, por un momento, en inocuas construcciones. Aunque el miedo a perder sigue presente en estos encuentros (matizado, sin embargo, por el hecho de que no hay nada más hermoso que ganarle a tu rival de siempre) por noventa minutos especiales el juego retorna a sus sentidos iniciales, hermosos y profundos, y se impulsa por otras ideas, ligadas mucho más a valores como el orgullo, la pertenencia y la emoción antes que al dinero, el poder y el miedo.

jueves, 11 de septiembre de 2008

La bronca de los modestos


Al final uno piensa que sabe algo de fútbol, pero al final resulta que no sabe nada. Todos pensaban que iba a ser catastrófico, pero el equipo nos tapó la boca...
Ricardo Fontana, Dt del The Strongest

Los problemas del fútbol boliviano hoy son los mismos que antes de ayer, pero hay una diferencia, al menos se esboza una amplia sonrisa.
Portal Digital de Erbol Deportes

El fútbol a diferencia de otros deportes encierra en el terreno de juego la virtud de un impredecible sentido democrático. En otros términos la ambigüedad de las certezas y la no causalidad lógica le otorga al fútbol la gran oportunidad de ver cómo David le esconde la pelota al inmenso Goliat con el fin de derribarlo. El azar y la ciencia del fútbol se tejen a partir de la imperfección poética del pie. De allí devienen sus inmensas potencialidades. En el empate entre Bolivia y Brasil las brechas se acortaron, se disiparon. El fútbol se encargó de archivar el contraste que el entorno de la cancha determina. Dentro del escenario del césped Brasil no mostraba su sublime fútbol y Bolivia no era el equipo subterráneo, de fútbol cercano a la ancatarilla.
Valga decir que esta corajuda y atrevida empresa de arrancarle de su entraña un punto al penta campeón jugando como visitantes no es inédita. El fútbol también acortó sus brechas en la eliminatoria para México 86. En esa competencia Bolivia en Río de Janeiro en pleno Morumbí achicó los abismos que históricamente lo distancian de los cariocas y le empató con Sócrates, Zico en cancha. Este pequeño recuento no describe las victorias bolivianas frente al Scratch en la ciudad de La Paz.

Este empate para los bolivianos cobra mayor sentido en el contexto en el que se produce: por un lado, la debacle insostenible y en apariencia irreversible del fútbol boliviano. Y se potencia aún más en el complejo clima político que los bolivianos atravesamos con una insensatez que causa asombro. De estas circunstancias ásperas no podía nacer en el onceno boliviano más que cierta e incontrolable bronca que se tradujo en una tenaz actitud para empantanar (con 10 en cancha desde el segundo tiempo) los magullados argumentos futbolísticos de una selección brasilera incrustada en un eclipse que empaña de sombra a un ciclo de talentosos que frente a Bolivia mostraron su costado más inofensivo.
Aunque resulte poco verosímil Brasil sólo tenía una estrategia con una pobre variante que se basaba en la posesión inútil del balón, en el juego excesivamente horizontal, inseguro en su afán permanente de hacer retroceder el balón de forma compulsiva, con sus jugadores clave ubicados en posiciones retrasadas a la espera que el partido se decida por la calidad de sus futbolistas (calidades ausentes en el partido), ya sea mediante una irrupción individual (irrupción ausente en el partido), o por una salvadora ráfaga creativa (ráfaga ausente en el partido), o por la perfecta combinación de talentos (ausentes en el partido). Nada de eso ocurrió, ni siquiera el árbitro les otorgó todas las ventajas acostumbradas para solucionar los partidos intrincados.

La democracia impredecible del fútbol, la imperfección poética de la pierna otorgaron a la selección boliviana ese gustito que siente en cada regate el atrevido David, ese extraño gustito de haber dibujado y redibujado el peso histórico que obliga a Brasil a ganar y a Bolivia a perder.

Foto: La Razón, Marcas

lunes, 8 de septiembre de 2008

La historia interminable...


Que el ciclista Horacio Gallardo en las olimpiadas de Beijing haya abandonado la competencia luego de haber liderado la misma por más de dos horas no despierta tanto ruido y ronchas como el significativo hecho de que la deshauciada selección boliviana de fútbol esté última en el tablero de posiciones de la Eliminatoria Sudamericana hacia el Mundial 2010. Casi en un consenso absoluto dirigentes, periodistas, directores técnicos, jugadores y toda clase de futboleros/as convocan a una palabra que al mismo tiempo que describe el desastre anticipa una pauta para encontrar la salida. La palabra es estructura. Esta palabra (que vendría hacer la clave y el factor común de todo análisis) viene envuelta generalmente en la siguiente oración: "El problema es que el fútbol boliviano carece de una estructura" (¿Alguien puede rebatir tal obviedad?). O tiene variaciones como la siguiente: "Hay que cambiar la estructura del fútbol boliviano". Lo interesante es que estas afirmaciones funcionan como una especie de deja vu (es decir, esto ya lo oí antes). Y sí, tengo 32 años y nací al fútbol oyendo estas conduntes afirmaciones sobre la estructura en todas sus versiones y en toda clase de circunstancias, sobre todo en situaciones apocalípticas como la que estamos atravesando.


Pero, me pregunto, ¿de qué hablamos los bolivianos cuando hablamos de estructura en el fútbol? Casi todos apuntan y al mismo tiempo reducen el término a un mero asunto de crisis de gerenciamiento; ya sea de gerenciamiento político administrativo en la federación o de gerenciamiento deportivo (el Dt y su cuerpo técnino). Sin embargo, es motivante rastrear en el conjunto de las opiniones el cerco en el que piensan al fútbol. Me explico. Opinan sobre fútbol asumiendo que esté se da fuera de una práctica cultural que se hereda y creen que es una práctica que se la ejerce dentro de una burbuja; por tanto, su rediseño tendría que concretárselo dentro de este estrecho marco. En ese sentido, surgen criterios que apuntan a que en Bolivia no hay estructura porque no hay escuelas de fútbol. O que no hay estructura porque los dirigentes fueron incapaces en la construcción de una ingeniería futbolística que garantice el éxito del fútbol boliviano en la alta competencia.


La crisis del fútbol boliviano nace desde la evaluación limitada que se hace de ella. El fútbol es una práctica cultural con un potencial simbólico ilimitado. De ahí deriva el fenómeno que despierta ya sea en su capacidad de convocatoria, en las pasiones que se juegan alrededor de una cancha, en las opiniones que genera. Y no es que el humilde redactor de este blog invalide o contradiga los criterios de que en Bolivia no existen proyectos formativos de fútbol o libere de responsabilidad a toda esa masa inoperante que se atrinchera en los círculos dirigenciales.
A lo que yo apunto es que para dar un radical golpe de timón a esta permanente crisis, a esta historia interminable de derrotas, tenemos que sacar al fútbol de esa esfera o burbuja estrecha. Tenemos una crisis deportiva congenita. El momento en que como comunidad reconozcamos que nuestra crisis futbolera trasciende lo formativo reducido al fútbol o lo gerencial daremos un paso importante.


La crisis futbolera nacional es fundamental contextualizarla dentro de un marco educativo y en una matriz más amplia. Y en ese ejercicio descubriremos que el deporte es una práctica que de a poco desaparece de los hábitos personales, familiares, sociales e institucionales. El deporte ha dejado de ser en la vida cotidiana una actividad fundamental y se constituye en parte de las actividades de entretenimiento. Desde los ámbitos de educación escolarizada el deporte sufre una serie de insuficiencias y tergiversaciones preocupantes. La educación física es un saber inexistente, precario por donde se lo mire. El deporte en los colegios bolivianos se asemeja a un trotecito torpe y ocioso, a un fuerte remate en un partido de marca marquita. Los profesores y profesoras de educación física carecen en su mayoría del sentido común que debe acompañar a un formador. En el territorio boliviano la educación escolarizada sufre una crisis de pauperización, obsolescencia. El baile (pero no entendido como parte de la expresión corporal sino como folklor) sustituye a los saberes vitales de un deportista. Y a la educación superior tampoco le interesa el deporte basta ver (en La Paz, por ejemplo) la precaria infraestructura deportiva de la UMSA o de la Universidad Católica.


En síntesis, el deporte para la comunidad boliviana exhibe dos extremos o es un asunto para privilegiados que pueden costar su práctica o es producto de la naturaleza, ya sea de la calle o del pajonal. Y esto es preocupante porque en ninguna de la instancias estatales el deporte cobra la trascendencia que debería tener. Por el contrario es una práctica improvisada, espontánea rodeada de buitres (o dirigentes la rima no es casual) que se alimentan de este azar que por llamarlo de algún modo recibe el nombre de deporte boliviano.

Por eso cuando hablamos de estructura la palabra también debería contemplar a la educación en todos sus ámbitos, a la salud en todos sus ámbitos, a la economía, a la infraestructura, a los hábitos que configuramos como sociedad, a la nutrición diaria, a las mañas que es urgente de desterrar de las prácticas dirigenciales. El deporte es una herramienta que potencia el sentido de pertenencia, que explora la diversidad de saberes humanos, reflexiona sobre el sentido de la palabra competencia. Y el problema es que en Bolivia los dirigentes deportivos, sobre todo los del fútbol “profesional”, no les interesa debatir e incidir en lo formativo dentro de una matriz más amplia. En su gran mayoría buscan, por todos los medios posibles y por la vía del corto plazo, que el fútbol boliviano esté a la altura del impresionante desarrollo del fútbol entendido como negocio, como generador de ingresos, como proveedor de entretenimiento para el espectador y el televidente. A eso apuesta los gestores del fútbol y frente a eso no hay proyectos alternativos. Este es el origen de la crisis deportiva que vivimos… Y es también la crisis que ostenta el debate, así como es la base de ese problema que reiteradamente nombramos como estructural…

En este contexto perder con Ecuador, ser últimos en la tabla de la eliminatoria, recibir una goleada con Brasil, o la destitución del Dt Sánchez son meras anécdotas que sirven de insumo para reavivar permanentemente el show mediático que instauran los medios…

domingo, 7 de septiembre de 2008

Apuntes parciales de la 7ma fecha: Eliminatoria Sudamericana

Argentina 1 – Paraguay 1
El exceso de guapeza y la suma de una perfecta combinación de errores (Heinze PUM!! autogol – Tévez CRACK!! expulsión) transforman a la estructura de la selección argentina en un onceno vulnerable y abismal respecto de ese mito que los argentinos diariamente configuran. En el primer tiempo la selección Argentina fue sometida a las circunstancias de un extraño gol que condicionó el núcleo de la construcción del partido y que obligó a cambiar no sólo de arquero (Abondanzieri por Carrizo) sino que determinó el norte y el destino del juego. Con un gol a favor y con el rival tullido en la creación (sin Tévez) los paraguayos derramaron al césped altas dosis de autoestima; autoestima que se tradujo en el perfecto funcionamiento de los andamiajes de contención y de defensa, detalle por el cual sometieron a los argentinos a su juego, a su ritmo, a su prolijidad en la presión y en la marca. El primer tiempo la argentina mostró poco, poquísimo fútbol, estuvo demasiado espeso en el centro de la cancha, tratando mal al balón, el cerebro y las habilidades ajedrezadas de Riquelme no inventaron las salidas a un equipo que no expuso la chispa, ni la irrupción necesaria en ataque y que concedió en bandeja facilidades inverosímiles en defensa. Con el peso de esa anemia futbolística el segundo tiempo Riquelme despertó de ese letargo y empezó a repasar las posibilidades de salida del laberinto. El hilo de Ariadna lo trajo a la cancha el Kun Agüero que con sus explosiones, con esa dinamita irrepetible que abre espacios y caminos para desmontar el cerco paraguayo (definitivamente es un jugador que vale por dos). Con diez jugadores los argentinos implementaron el plan “B” que tiene a la entrega y a la épica sobre todas las cosas como los dos principios básicos en el funcionamiento del equipo. El gol del empate proviene de ese manual: el Cata Díaz sirve un balón a Messi. Messi intuye que ese balón tiene una connotación distinta, lo esconde de un volante paraguayo y lo entrega a Riqueleme para que éste lo bendiga. Con la bendición de Riquelme el balón vuelve a los pies de Messi quien arroja el balón a Agüero con la fe con la que se arrojan monedas a la fuente de la fortuna. Justo Villar, arquero Paraguayo, se transforma frente a tal vaivén en una estatua petrea (no sale, ni acorta). Agüero entiende el designio de ese balón, al que le da un pequeño toque con la varita mágica que tiene escondida en la pierna derecha. El segundo tiempo Argentina emprendió la gesta con distintas variables, ninguna concluyó en gol. Chilavert días previos al partido señaló que al Coco Basile no le gusta el trabajo y que sobre estima en demasía el potencial de su equipo como única estrategia para derribar al rival de turno. Algo de ese se vio en el partido: Una selección Argentina con demasiada fe en sí misma y con muy poco trabajo en cancha.

Ecuador 3 – Bolivia 1
Desde que empezó a rodar el balón Bolivia emitió las señales suficientes que tradicionalmente caracterizan su escaso e inexistente fútbol. Por un lado, la fragilidad anímica (mal endeble de su penosa expresión futbolística). Por otro, ese designio intrínseco que fluye en la sangre de los bolivianos: la obligación tenaz y consecuente de perder (el amor a la derrota y la imposibilidad de construir y aprender de ella). Más allá de la autopsia que se puede hacer de este cadáver futbolístico para luego hilar fino y encontrar las infinitas causas del desastre, la selección boliviana en síntesis carece de la actitud (coraje) y de la aptitud (potencial) necesaria para dar un duro golpe de timón a su desastre que sólo se empeña en fabricar derrotas de diversas formas y matices. El fútbol en los pies de los bolivianos tiene una legible marca registrada: la derrota. El gran problema del fútbol boliviano es que se ha acostumbrado a perder; por tanto, sostiene una relación muy cómoda con la derrota. ¿Quién lo saca de esto? ¿La demagogia y la inoperancia dirigencial? ¿Las insuficiencias de un Dt incapaz de comunicar sus saberes a un equipo que languidece por donde se lo vea? ¿Cuánto más puede retroceder el fútbol boliviano?
Por el lado ecuatoriano no hicieron más que optar por la paciencia, ya que el transcurso y las vicisitudes del partido se iba a encargar de quebrar a los bolivianos. Ecuador ofreció poco juego (por no decir nada), imprecisos esperaron que tanto el partido como sus mejores herramientas (Guerrón, Bolaños, Caicedo, entre otros) muevan la máquina cosechadora de resultados frente a un rival que hace de la derrota un objeto de culto.

Colombia 0 – Uruguay 1
Y Colombia en el Camping bogotano no sólo que le cuesta serenarse para interpretar las complejidades que impone el juego, sino que su fútbol se enreda en una aporía indescifrable (¿Será alguien capaz de hacer legible la intricada propuesta del Dt Pinto?). Colombia se asfixia con una facilidad asombrosa y convoca a todos esos fantasmas mitológicos. A ese fútbol ficción que se escribió con el guión del esteta Maturana, con las filigranas del Pibe Valderrama, con la punzante lanza de Rincón, con la locomotora Asprilla, en fin. La actual selección colombiana cosecha el fruto de un árbol que ha decidido dejar de lado a sus raíces líricas y ha optado por construir en serie atacantes, volantes y defensores. Producto de alta calidad y de exportación, pero que agrupados y en casa su fútbol no suma variantes de juego, menos alternativas para viabilizar las zonas más ásperas del partido. Con la amarilla estos jugadores no crecen, se achican. Colombia juega mejor de visitante (por algo será) y sufre de una impotencia congénita en casa. Impotencia que no les alcanza para imaginar y finalmente dibujar los goles que definen el fútbol. La actual selección colombiana plantea esa disyuntiva del fútbol moderno: ¿la camiseta de la selección resta o suma? Por último, cada mueca, cada grito, cada gesto de desesperación y angustia del desbordado Dt Pinto que se asemejaba más a un hincha desquiciado que a un conductor de selección expone esa crisis del fútbol colombiano que oscila entre el pragmatismo y los vestigios de un antiguo fútbol lírico.

Perú 1 – Venezuela 0
Perú con un fútbol sumamente artesanal, con las costuras demasiado evidentes entre cada una de sus líneas derrotó a la selección venezolana que arribó a Lima asumiéndose la revelación futbolística de Sudamérica. Sin embargo, el partido minuto a minuto se encargó de demostrar que Venezuela debajo de la vino tino muestra nomás las hilachas del vestido de cenicienta. Venezuela es un equipo predecible, ordenado y acoplado a los designios y caprichos de su Dt (César Farías). La rojiblanca expuso en cancha mucho ripio, ráfagas de un fútbol virtuoso y distinto, también mucha torpeza sobre todo en aquellos momentos en los que el partido exigía finura y destreza. Esta versión peruana artesanal y criolla, de jugadores como Piero Alva del Cienciano (autor del gol) está lejos de esas versiones lánguidas, parcas y descafeinadas constituidas por tejedores de fino fútbol (me refiero a Guerrero, Acasiete, Farfán, Mensoza, Hidalgo, Pizarro). Jugadores de exquisito fútbol pero en canchas europeas y que no aportaban más que leña a una selección que arde permanentemente en una crisis estructural. El fútbol de Piero Alva es la sinécdoque (la parte por el todo) de este nuevo Perú que como todo producto artesanal destila esfuerzo, cariño, fuerza, funcionamiento, ritmo. Sin embargo, para los peruanos no todo está cocinado ahora debe deslizarse a trabajar ese nuevo y difícil escenario que se avecina: Perú – Argentina (en Lima).
Un último apunte: el arbitraje del boliviano Maldonado fue malísimo. En el partido además de embarrarlo con una ambigüedad nociva a la hora de marcar faltas, o en el momento de medir y controlar la violencia del partido sacó tarjetas de forma arbitraria detalle que encendió todo tipo de reclamos y observaciones. Maldonado optó por decisiones inverosímiles como la de anular un gol a los peruanos en vez de otorgar la famosa ley de la ventaja. También su línea Valda constantemente mal posicionado no acertó en ninguno de los fueras de juegos que marcó.

jueves, 4 de septiembre de 2008

¿El resultado nada más?

La prolongada ausencia del redactor del blog se debió a un hastío múltiple y en diversos niveles. Hastío no del fútbol, sino un profundo hastío de las lacras que lo rodean. Trabajada y disimulada esta crisis este blog nuevamente retoma esta incansable aventura de otorgarle a la palabra las virtudes lúdicas e inasibles de un balón. Como parte fundamental de esta terapia para combatir el hastío futbolero revisité un antiguo texto del gran Angel Capa.

¿El resultado nada más?


El fútbol es pasión cuando nos levanta de la tribuna y nos obliga a gritar con los pulmones, con los ojos, mostrando los dientes crispados y los puños apretados. Es razón porque procuramos entender hasta el último suspiro del delantero centro que debió hacer esto en lugar de lo otro, y del marcador central que falló porque dejó de hacer aquello.
El fútbol es eficacia porque todos queremos ganar, jugamos para ganar y si ganamos nos sentimos afirmados, contentos, seguros y si perdemos es como si hubiéramos perdido un pedazo del alma, como si algo irreparable nos hubiera sucedido. Cuando ganamos el mundo entero es más feliz y la gente parece más buena. Si perdemos hasa los dioses parecen estar en contra nuestra y la maldad que nos rodea es irremediable.
El fútbol es ciencia cuando medimos los esfuerzos, calculamos al milímetro el fuera de juego y dibujamos fórmulas en las pizarras anticipando el partido que puede ser y programamos relevos y coberturas y organizamos el pressing.
El fútbol es arte cuando alguien domina la pelota que venía endiablada, rebelde y se queda dormida y dispuesta en el empeine de su pie derecho, cuando el atrevimiento de la picardía inventa un caño donde pasaba ni el aire, cuando el engaña mira hacia un lado para fabricar la sorpresa en el otro, cuando la velocidad frena de golpe y los rivales pasan de largo y la lentitud acelera imprevistamente y deja parados a los rivales mirando el asombro.
El fútbol es arte también cuando el marcador adivina el pase y se queda con la pelota y con la íntima satisfacción de saber que al delantero se lo puso en el bolsillo, cuando el arquero achica los ángulos y los balones no pueden atravesarlo de ninguna manera.
El fútbol es arte cuando dos tiran una pared para que seis no los vean ni pasar, cuando uno decide montarse en la gambeta para pasearse por toda la cancha y sacudir las redes y el corazón de la gente.
El fútbol es inexplicable cuando es gol.
El fútbol es realidad cuando termina el partido y volvemos a casa llenos de sonrisas o lágrimas.
El fútbol es orgullo cuando los jugadores de nuestro equipo defienden todo lo que sentimos. Es miserable cuando los manipuladores de emociones se empeñan en suprimirlas en función de la rentabilidad.
El fútbol es insignificante cuando escuchamos que lo único importante es ganar, porque nos sentimos estúpidos y no sabemos qué hacer con nuestra fantasía.
El fútbol no tiene sentido cuando lo quieren convertir en puro negocio.
El fútbol es hermoso cuando nos sentimos juntos en una misma camiseta, cuando defendemos con amor lo que somos, cuando rozamos la felicidad, cuando jugamos.
El fútbol es sudor, esfuerzo, dignidad. Y es horrible cuando los jugadores se olvidan de jugar porque lo único importante son los puntos. En fin, el fútbol es tantas cosas…
¿Cómo es posible que quieran reducirlo al resultado?