lunes, 16 de julio de 2007

Lágrimas textuales a propósito de una derrota

Reproduciré tres textos que me parecen representativos de la derrota argentina. El primero pertenece a Walter Vargas tomado del diario Olé (www.ole.com.ar). El segundo es de Juan Pablo Varsky tomado del diario consevador La Nación (http://www.lanacion.com.ar/). El tercero pertenece al crítico de cine y gran lector Quintin tomado de su blog La lectora provisoria (http://lalectoraprovisoria.wordpress.com/) . El cuarto texto pertence a Césa Luis Menotti. Si algo caracteriza a los cuatro textos es la sal de la lágrima.

El gran capitán de los deudores (WALTER VARGAS)

Otra vez, Ayala falló en instancias clave. Es líder de una elite que suma grandes derrotas.

Permítanme la primera persona del singular: tuve el amargo privilegio de trabajar en el Velodrome de Marsella la tarde en la que Ayala inauguró la costumbre de tropezar en los partidos de plata o nada. Desde entonces la imagen del pelotazo quinielero que sorprende al Ratón en inaudito sopor me persigue como saben perseguir las peores pesadillas. Peor, todavía, porque aludo al mismo jugador que frente a Brasil se despinta feo, y de gran capitán, ni hablar. Frente al penta falla penales, la mete en su propio arco, sufre de hipnosis repentina: en el 2004 durmió en el gol de Adriano como ayer durmió en el gol de Bautista. Como durmió, en todo caso, en el empate de Alemania en el Mundial 2006, e incluso en la final por el oro olímpico. ¿Se acuerdan de que la única llegada seria de aquel Paraguay C fue un centro sin esperanzas que Ayala convirtió en asistencia para un grandote que quedó a un tris de sellar el 1-1 con su equipo jugando once contra nueve? Un estupendo defensor, el Ratón, y no lo digo en sentido irónico, pero un estupendo defensor que con la albiceleste jamás dio la talla en instancias de papas calientes. Y que se abstengan de acallarme con la foja de sus ciento y pico de partidos internacionales. Me niego a fomentar una alabanza al presentismo. A la Selección, lo afirmo hoy como lo afirmo desde hace unos cuantos años, le están faltando guerreros, y Ayala es la expresión más acabada de tan dolorosa acefalía. Un líder condicional, Ayala, un líder apto para la marea alta que a la hora señalada ns/nc, como Zanetti, Verón, Crespo; como Pablito, Lucho, Cuchu, el Pato, y siguen firmas.

El colapso de la final empañó lo que era una gran copa argentina...
(Juan Pablo Varsky)

Argentina tenía que ganar la Copa América. Sólo así podía terminar el trabajo. Era el favorito antes del comienzo del torneo y fue justificando ese pronóstico a partir de triunfos rotundos y muy buenas actuaciones. Todo lo ofrecido hasta la final con Brasil era, ni más ni menos, que un puente para lo realmente importante: levantar la Copa. Para cumplir con la misión, el Coco Basile armó una lista de Mundial con sólo dos omisiones: Saviola, injustamente postergado y Maxi Rodríguez, correctamente preservado para su recuperación física. La necesidad imperiosa de un título para la mayor y el largo camino al Mundial (eliminatorias de 18 partidos en casi dos años y medio) aconsejaban no hacer experimentos de laboratorio probando jugadores. Fueron incluidos todos los futbolistas reclamados por el público. El equipo generó una expectativa muy especial. Hubo un gran interés en ver a Messi, Riquelme, Verón y Crespo, todos juntos. Ningún entrenador se había animado en reunir semejante grupo de estrellas.

Para Basile el desafío era doble: no sufrir choques de egos en el vestuario y potenciar a las individualidades en el campo. El Coco puede decir misión cumplida. El grupo fue una piña y todos tiraron para el mismo lado. Verón adoptó a Messi y lo llenó de consejos. Crespo patrocinó a Diego Milito y le pidió a la prensa que lo valorara un poco más. Titulares y suplentes se abrazaron después de cada gol. Tras picarla en el penal contra México, Riquelme convocó a todos para la celebración. Dentro de la cancha, el equipo logró, de a ratos, cumplir con ese axioma futbolero innegociable: que el todo sea más que la suma de las partes.

Con tanto actor protagónico en el elenco, hizo falta que algunos aceptaran un rol de reparto. Verón marcó el camino. Mucho más líder de vestuario que de campo, se acomodó a la derecha de Mascherano y aportó a la causa desde un lugar complementario, sin imponer su tempo de juego. "A veces vos tenés que jugar peor para que el equipo juegue mejor", le dijo un día Bielsa a Hernán Crespo. No sólo Brujita ejecutó esa formidable frase, que refleja como ninguna otra el famoso espíritu de equipo. Cambiasso renunció a su llegada por sorpresa y se convirtió en relevista para no dejar al equipo descompensado. La organización quedó a cargo de Riquelme, como no podía ser de otra manera. Román es conductor... o nada. Ultimo en sumarse al plantel tras hacer público su deseo de volver al seleccionado, no tardó en justificar su inclusión. Prolongó su excelente semestre de Boca con actuaciones que costaba encontrar con la camiseta nacional. Decoró la Copa América con pases clínicos y goles de todos los colores (derecha, izquierda, cabeza, penal y tiro libre).

Mascherano le ganó a Gago la pulseada por el mediocampista central. En realidad, la coexistencia de Verón y Riquelme (más dos delanteros) obligó a Basile a tomar dos decisiones incómodas, de esas que un entrenador debe asumir prescindiendo de "sentimentalismos": sacar del equipo titular a Gago y a Tevez, dos de sus favoritos. Pueden invocar palabras como "equilibrio" o "compensación". Pero también hubo un fundamento "creativo".

El ensayo con Messi detrás de Carlitos y Crespo o Milito en los amistosos ante Suiza y Argelia no había satisfecho a Basile. Lo cierto es que la irrupción de Román provocó cambios en la formación titular y los dos ex Boca fueron las piezas sacrificadas. Basile ya había encontrado la defensa en el amistoso ante Francia. Ese día, Burdisso fue lateral derecho y Zanetti centrocampista. Quedó conforme con el funcionamiento de la última línea ante el subcampeón mundial y no tocó más teclas, salvo para probar al postergado Pinola. Arriba no tuvo dudas. Crespo de referencia y Messi por todos lados. Cuando se desgarró Hernán, pensó en Milito. Pero el hermano mayor nunca se sintió titular. Ni siquiera cuando lo fue. Mientras que Tevez siempre se lo creyó, aun en el banco de suplentes, y terminó jugando.

Basile mostró su enorme calidad humana para manejar grupos. Permitió una concentración de puertas abiertas, con permanente cobertura periodística. Admitió la presencia en el hotel de familiares en una notable muestra de confianza en sus futbolistas que retribuyeron el gesto con actos responsables. Sólo una mancha cae en el saco-amuleto de Míster Asterisco: la licencia a su hijo Alfito para filmar intimidades de la selección en nombre de un programa de TV a producir por Ideas del Sur. Sin duda, una desprolijidad que podría haberse evitado.

Llegó a la final ganando todos los partidos con golazos para el recuerdo, como el de Messi a México. El chico del Barsa sigue completando el formulario de crack con tan sólo 20 años. No nos olvidemos que Diego sacó definitivamente el carnet a los 25 en el Mundial 86 y que se fue de España 82 con una tarjeta roja. Hace ocho meses, Tevez y Mascherano eran suplentes en West Ham, Messi estaba lastimado y Riquelme peleado con Pellegrini en Villarreal. Hoy fueron los cuatro mejores del seleccionado en la Copa América. Nunca dejemos fuera de un análisis los momentos por los que pasa la carrera de un futbolista.

La gran expectativa generada por el equipo se reflejó en los índices de audiencia televisiva. Hasta Basile habló de números de rating en las conferencias de prensa. Finalmente, apareció ese tan reclamado vínculo entre la Selección y el público. Recién volverá en vísperas de Sudáfrica 2010, clasificación mediante. Semejante relación sólo es provocada por torneos cortos que concentran toda la atención. Nada que ver con un juego de eliminatorias, apenas una parte de un larguísimo camino.
Parece una nota dedicada a un equipo campeón. Pero todo esto es tan cierto como el colapso de la final, donde el equipo fracasó rotundamente en todos los aspectos del juego. No tuvo respuestas, ni individuales ni colectivas, ante la prematura adversidad que significó el gol de Baptista (cualquier similitud con el gol de Bergkamp en Francia 98 no es mera coincidencia). Con el gol en contra, Ayala se clavó el último puñal en su estigmatizada trayectoria en el seleccionado. Y Daniel Alves le regaló a Abbondanzieri una réplica del gol de Elano en el Emirates Stadium, de Londres. En aquel comienzo de ciclo para Dunga y Basile, jugaron juntos Riquelme, Messi y Tevez. También ganó Brasil 3 a 0. Desde 1995, siempre ganan ellos los partidos decisivos. Cuartos de final en las Copas América 95 y 99, las finales de 2004 y 2007 y la final de la Copa Confederaciones 2005. Aun sin sus craques, Brasil siempre exige respeto y, sobre todo, eludir el exitismo. Nuestra última alegría en duelos de mano a mano con la máxima potencia futbolera sigue siendo Ecuador 93 por penales, el año del último título para la mayor. Ojalá el lapidario 0-3 no borre algunas conquistas importantes de este grupo, que volvió a rechazar la medalla, como si en ese último gesto estuviera en juego el orgullo deportivo. Lamentablemente, el cruel mote de "perdedores" aún nos persigue. El equipo no completó el trabajo: la Argentina tenía que ganar la Copa América.

La sombra negra
La final de la Copa América
(Quintín)
No hay caso. Con Brasil no hay caso. En el primer partido de la era Basile (el segundo de la era Dunga) fue 3 a 0, pero el equipo argentino no sabía a qué jugaba. Ahora sí lo sabía, perfectamente. Y fue 3 a 0 lo mismo, inapelable. Brasil con la reserva es más que la Argentina con todos los titulares. Para ganar le basta con un planteo miserable y con la técnica individual, con ese oficio que tiene cada jugador —aun los menos destacados— en el trato con la pelota, lo que les permite hacer un buen pase o hasta definir llegado el caso. Ayer fue todo muy sencillo. Brasil salió a no dejarlo jugar a Argentina y a sorprenderlo de contragolpe. Lo primero lo tenía claro: marca individual a Riquelme, superpoblación del medio campo, fouls sistemáticos lejos del arco. Para lo segundo ni siquiera contó con Robinho; lo ayudó un poco la suerte (estar ganando desde los cuatro minutos con un gol que se hace en los entrenamientos) y un poco más la mala tarde de la defensa argentina, especialmente por el lado de Ayala: no atinó a marcar en el primer gol y se hizo en contra el segundo. El arquero, sin ser malo, tampoco es un grande de su puesto. Heinze estuvo un poco más descontrolado que de costumbre y, encima, fue el único que tuvo alguna libertad con la pelota (lo que no le sirve de mucho).

¿Cómo se contrarresta una defensa aplicada, masiva y sistemática como la que presentó Brasil ayer? Argentina tenía dos armas. La primera, Messi: empezó brillando y se fue apagando con los minutos. La segunda, aprovechar los infinitos tiros libres para llegar al gol con un centro. Pero aquí falló Riquelme que, últimamente, se las ingeniaba para acertar siempre alguna. Esta vez se lo vio sin confianza: ese tiro en el palo hubiera entrado en otro partido. La falta de fe se tradujo en los diez centímetros que se desvió esa pelota hacia la izquierda, el punto ligeramente errado en el que cayeron los centros, la sutil disminución de la pegada en el otro tiro que pateó y atajó el arquero. Para colmo, hubo una especie de cortocircuito entre los dos pilares ofensivos del equipo que se puso de manifiesto en la impaciencia de Messi, muy visible cuando le sacaba la ejecución de los tiros libres a Riquelme. Es que ambos tienen temperamentos opuestos, casi irreconciliables: Riquelme es cerebral y paciente, Messi ansioso y eléctrico. A ninguno le resulta sencillo adaptarse a la sensibilidad futbolística del otro. Probablemente, Messi preferiría un planteo a lo Bilardo con Maradona: todos disciplinados en la marca, y él libre. Es posible que así se sienta más cómodo y, en el futuro, Argentina termine jugando de ese modo. Pero Messi no está lo suficientemente maduro y pierde demasiadas veces la pelota, lo que desmoraliza a los compañeros. Achicado uno de los dos referentes, impreciso el otro, el resto deambuló en la cancha. Verón perdió más pelotas que de costumbre, Zanetti no se fue al ataque, Cambiasso estuvo perdido, Tévez no superó jamás a su marca, etc. Ayer, de todos modos, los jugadores argentinos estaban muertos en la cancha. En el segundo tiempo, lejos de esperar el descuento, temí que la diferencia se ampliara hasta la catástrofe (en esta Copa, las diferencias tendieron a estirarse cada vez que se abrió el marcador).

Basile se quedó sin respuesta: con este equipo que intenta tener una manera de juego definida, que parte de un conductor claro en la cancha y cuya única variante táctica es que este vaya un poco más arriba para eludir el cerco, no parece haber forma de superarlo a Brasil. Es decir, no es imposible. En un día de menos calor, con los argentinos más inspirados y los brasileños más distraídos, con un gol tempranero a favor y no en contra se les puede ganar, incluso golear. Pero, en general, la Argentina está en desventaja porque intenta hacer prevalecer su juego y deja que Brasil haga lo que ya es su libreto y lo será más aun en adelante: marcar con mucha gente y esperar el descuido del contrario a favor de la mencionada ductilidad técnica, que no requiere de un gran error adversario sino de uno pequeño. La grandeza de Brasil se va limitando a esa sutil diferencia: otros equipos defensivos necesitan que el contrario se equivoque feo, mientras que los brasileños, con mandar de vez en cuando un defensor o un volante al ataque o patear de lejos pueden resolver los partidos. Esas ventajas no impiden que Brasil sea un equipo mediocre, que perdió feo con México y pudo quedar afuera con Uruguay porque con eso de defender y esperar el momento favorable también se le puede ir el partido. Sobre todo si el técnico sigue insistiendo en ahorrar delanteros y menospreciar a los cracks. La frazada corta, como siempre.
Tal vez a la Argentina le iría mejor si fuera menos exitista, es decir, si no fuera la Argentina. Porque, en buena medida, el partido de ayer se perdió tan mal porque la necesidad de ganar a toda costa tiene como contrapartida un evidente incremento del miedo. Una derrota así no se explica sin una buena dosis de pánico de escenario: la selección, atenazada por sus fantasmas, no se soltó nunca mientras que Brasil jugó cómodo desde el arranque. Para un equipo con aspiraciones más modestas, que si pierde con Brasil no provoca un duelo nacional (como es el caso de México o Uruguay) los brasileños no son rivales tan temibles, ya que si tienen que salir a ganar el partido desnudan las limitaciones individuales y tácticas de este modelo futbolístico limitado.
Pero, de acá en más, no sé qué hará Basile con la selección. Hasta antes de ayer tenía un equipo sólido, un patrón de juego y una base humana definida. Ahora, las tres cosas están en duda, en entredicho incluso. Y la cuestión no es fácil: ¿A quién jubilar? ¿A quién promover? ¿Qué cambiar? Hay una problema, una paradoja: si bien la Argentina armó un equipo de lujo (con derrota y todo), no le sobra demasiado. Podríamos decir Agüero, podríamos decir Crespo o jugar con un nueve de área, pero el resto (lo que uno conoce al menos, no parece del nivel de selección). Hay recambio para Abbondanzieri (es importante empezar a foguear a un gran arquero como Ustari), pero qué hacemos con Ayala (hay que darle una chance al Cata Díaz, pero no es lo mismo), con Zanetti (Ibarra, la otra opción, no es un pibe tampoco), con el lateral izquierdo. ¿Dónde hay mediocampistas mejores que los actuales, incluyendo los suplentes como Gago o Lucho González? Hmmm… Basile la tiene muy difícil. Y, si me apuran, creo que tendría que seguir con la misma base y el mismo planteo, aun con la edad de algunos jugadores y con el cuco de las finales.
Pero no sé qué hará. Por lo pronto, tiene tan claro su dilema que terminó cometiendo la grosería de no ir a buscar la medalla. Argentina ganó esa medalla de plata, la mereció, hizo un gran torneo y no hay una excusa para esas actitudes arrogantes y triunfalistas a las que acostumbran las selecciones argentinas cuando pierden (al menos, esta vez no se pelearon con nadie). Es mejor ganar una medalla que no ganar nada. Como fue meritorio el desprestigiado tercer puesto para México, que casi lo humilló a Uruguay y mostró figuras como el arquero Ochoa (el mejor que vi en mucho tiempo), Guardado o el insólito Nery Castillo pero un nivel muy parejo en el resto. Los uruguayos, a su vez, parecen condenados a repetir sus miserias, atados a esa desgracia llamada la “garra charrúa” que produce falsos caudillos que, a la hora de la verdad, se hacen echar (Lugano) o erran los penales (García). Si la Argentina padece la maldición de Brasil, Uruguay padece la de Uruguay: aunque siempre parece que va a mejorar, termina mezquinando juego y no sale del pozo. En fin, fue un torneo muy agradable, con buenas actuaciones individuales y colectivas, goles para todos los gustos, canchas llenas y alegría en las tribunas.

En cambio, el Mundial Sub 20 es un bodrio, en el que gracias a las canchas sintéticas termina habiendo semifinalistas como Austria y República Checa, dos bandas. Uno se pregunta cuál es el futuro del fútbol mundial con estos jugadores y estas tácticas que, contrariamente a lo esperable, se ven más entre los juveniles, cada día más obedientes. Me equivoqué con Argentina, que llegó más lejos de lo que esperaba. En Toronto (piso sintético, pero mejor que la mezcla de alfombra y granito de Ottawa donde la pelota deja una estela, algo que no vi nunca), contra Polonia, jugó mucho mejor y Agüero se lució de verdad. Ayer hubo que volver a enfrentarse en Ottawa contra México, que había jugado el único buen fútbol del torneo y el partido fue horrible. Argentina hizo de Brasil en los mayores. Después de un primer tiempo en el que debió perder, pero del que se retiró ganando, se metió atrás y los mexicanos no pudieron hacer nada. Cuando se achican los espacios y no se puede frenar ni tocar, el fútbol es un infierno de aburrido (tal vez yo estaba un poco mal predispuesto por la derrota de los mayores), apto justamente para los equipos que no saben hacer otra cosa. Ahora creo que Argentina juega en Toronto (no vi a Chile, el rival) y, tal vez Agüero, Morales, Di María, Banega y Zárate logren un partido donde las figuras no sea el tosco Romero o el picapedrero Yacob como ocurrió ayer. Pero me irrita mucho el estilo especulativo de Tocalli que ya se había visto en el sudamericano, donde clasificó de milagro. Ahora tiene los jugadores, pero no parece confiar del todo en ellos. Es nuestro Dunga.

Individualista y vertical (César Luis Menotti)

La Selección Argentina cometió un error al quedar rápidamente en desventaja en el marcador: olvidó la elaboración de juego, perdió la paciencia, se convirtió en un equipo individualista y vertical, y Brasil lo aprovechó para ganarle bien, sin discusión, la final de la Copa América.
Nunca el equipo argentino jugó con tanto apuro, con tanta verticalidad. Y esa confusión que había atravesado por momentos en partidos anteriores, pero que había sabido resolver, se hizo evidente ayer en Maracaibo.

Alguna vez dije, hace muchos años, que la pelota nació para defender al jugador. La pelota defiende al jugador, no el jugador a la pelota. Los jugadores argentinos pecaron por querer defender la pelota y facilitaron el trabajo de un rival que apostó más a la interrupción del juego que a la elaboración.

No jugó rápido -que no es lo mismo que correr mucho- la Selección, perdió totalmente la dinámica de juego que necesita de una mayor participación, de estar más juntos. Cometió el gravísimo error de no usar con dinámica y con mayor personalidad el ancho de la cancha. Fue un equipo muy tibio.

Brasil interrumpió mucho y elaboró muy poco, pero en los pies de sus jugadores siempre hay una técnica y cuando tienen la pelota no son tontos, no la pierden, tratan de tocar. A pesar de que no tiene la precisión de otros años ni la técnica depurada de otros años, sigue sosteniendo características básicas. Como sus laterales cuando se proyectan. Por ahí no tiran los centros que tiraban Roberto Carlos o Cafú, pero suben con potencia, llegan al área. No suben hasta 3/4, suben para hacer daño, por sorpresa.

El gol de Baptista a los 4 minutos de comenzado el partido fue un golpe muy duro. En circunstancias de este tipo es cuando se muestran las reservas anímicas para sostener una idea futbolística y la Argentina ayer no las tuvo. Se dejó gobernar por las prisas y el juego vertical. Y después del segundo gol, ya no fue un equipo de fútbol. Perdió capacidad de competencia, ya no competía, quería forzar las acciones. Equivocó defender con recuperar en su línea defensiva y su rival se lo fue devorando e hizo un mejor uso de los espacios.

Uno de los detalles que ponen en evidencia la desorientación del equipo argentino fueron los muchos tiros libres que ejecutó Riquelme. Porque teniendo las ´torres´ que tiene Brasil no se entiende para que tirar tantos centros por elevación y tan rápido.

Entre las lecturas que se hacen de la derrota, hay quienes dicen que la Selección perdió con un Brasil B. Cierto es que le faltan figuras importantes como Kaká, Ronaldo, Ronaldinho y de este plantel de la Copa no actuó Gilberto Silva, suspendido. Seguramente perdió calidad pero probablemente ganó en deseo. De todas maneras, todos son jugadores de primera línea que actúan en Europa. No son cualquier cosa.
La derrota es un toque de atención para la Argentina. Creo que la de ayer era una buena medida para conocer hasta donde estábamos creciendo. Habíamos dado algún paso adelante y hoy el entrenador tiene la posibilidad de sacar conclusiones para jugar las eliminatorias. ¿Preocupación? Ganando o perdiendo, siempre un entrenador debe estar preocupado cuando se juega mal. Si en el análisis advertimos que se exageró en el individualismo y fundamentalmente hubo muchos errores conceptuales del juego, sí, hay razones para estar preocupados. El equipo no jugó bien.

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