martes, 1 de julio de 2008

La Euro: El Balance


La Euro conquistada por Grecia hace cuatro años sorprendió al mundo. Se trataba de un equipo de evidente orden colectivo, pero sin esa espectacularidad que sustenta el descaro de las individualidades y que teje (pase a pase, regate a regate) un mosaico de armonía futbolística plena. En esa ocasión, Portugal fue el sacrificado. Su vistosidad, su barroquismo, su vértigo al pie de la letra bajo el mando de Luis Felipe Scolari, ofreció un futbol franco, sí, pero con fisuras tácticas que aprovechó un rival correoso, duro y letal en la definición. Grecia representó a ese futbol europeo desdeñable, fabricado en los laboratorios de guerra o en esos bunkers donde se enfría la sangre de los soldados y se les programa para vencer pese a todo.

La Euro que acaba de terminar fue mucho, pero mucho más justa. Muchas formas de ver el fútbol se complementaron con una afición acostumbrada a los mejores diálogos, los mejores paisajes, los lenguajes futbolísticos más vistosos. Una palabra chocó con el ideal del fútbol espectáculo: la efectividad. Dicha efectividad la encarnaron equipos como Alemania, que con un estilo denso, de aguas cargadas, pudo llegar a instancias impensables ante cuadros como el holandés o el lusitano, dueños de una dinámica que en la primera ronda fue una engañosa delicia para los amantes de la verticalidad. Jugadores con la puntería y la lectura de juego de Ballack, encajan a la perfección en ese juego que espera el último aliento para encontrar el triunfo. Circunstancias arbitrales, gasmoñería del rival y mucho peso histórico dejaron que una selección alemana, con muy poco que contar, llegara a la final de la Euro con el calendario de sus triunfos históricos en la mano.

Por el otro sector, España ofreció un juego de sociedades perfectas, de diálogos futbolísticos que, convertidos en una bella abstracción, nos dieron un fútbol de velocidad armoniosa. Dos medios encargados de buscar y cargar la pelota -Xavi y Senna- y dos más encargados de moverla, retenerla, buscar las grietas del enemigo -Iniesta y Silva- configuraron una media cancha flexible, atenta y rapidísima en los desdoblamientos. España tuvo en Xavi -el mejor jugador de la Euro, según la UEFA- el pulmón de sus despliegues tácticos, el hombre que le daba la circulación exacta al balón. Se dieron el lujo de sentar a los "ingleses" Xabi y Cesc, quienes cuando entraron al campo exhibieron las condiciones necesarias para mantener el pulso de una selección con unidad emocional y futbolística. No es gratuito si digo que esta selección me recordó mucho el juego que hace tres años practicaba el Barça. Un juego elaboradísimo, artesanal -no industrial- y casi siempre a ras de la perfección.

Por otra parte, sorprendió ver cuadros como Turquía y Rusia. Uno, por su voluntad y buen juego, llevando la práctica del balompié a la dimensión de una guerra santa. Difícil saber que hubiera pasado si Turquía hubiera jugado con todos sus hombres en la semifinal contra Alemania. Rusia ofreció dos juegos perfectos, gracias a la calidad de sus individualidades y al reconocimiento de sus funciones dentro de la cancha. Jugadores como Pauvlichenko o Arshavin conformaron una delantera rapidísima y letal. Pero finalmente sucumbieron ante una desgastante media española que les dio un baile de buen toque en la instancia de semifinales. No, no fue una buena Euro para el juego de las bandas. ¿Asistimos al eclipse de ese fútbol raudo, cuyo antídoto diseñó Aragones con un fútbol elaborado de posesión, toque y circulación de la pelota? ¿Asistimos al canto del cisne del orden colectivo basado en un fútbol cerrado, rocoso y de efectividad sorda, que ofrecieron equipos históricos como Italia o Alemania? La respuesta estará en las canchas hasta dentro de dos años, en Sudáfrica.


Daesu

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