lunes, 28 de junio de 2010

Admirable Robben, mete miedo Brasil

Hoy creo que está demás escribir sobre la magia de Robben… Basta con verlo y admirarlo plenamente. El partido de Holanda – Eslovenia fue intrascendente excepto cuando Robben la tocaba, la masaba, transformaba el balón en un objeto dócil, en la jugada inteligente que teje a su alrededor… ¡Impresionante!



Del partido entre Chile – Brasil Bielsa volvió a plantear el partido desde un punto de vista sumamente predecible. Pero basta con que en el banquillo esté Bielsa para que todos hablen del admirable juego de Chile (¿?). Hoy Chile no jugó a nada, ni siquiera a que no le hagan una goleada. Bielsa es un tipo admirable dentro y fuera de la cancha, sin embargo, sus seleccionados cuando juegan partidos fundamentales no tienen variables para afrontar los partidos.


No era demasiado difícil acertar que Brasil le ganaría a Chile sin mayores dificultades. La diferencia de jerarquía individual es enorme y Brasil sabe a qué juega. No es el caso de Chile. Hace dos partidos hablé bien de Bielsa, de su empecinamiento por jugar siempre a la ofensiva e imponer su determinación aun contra todas las probabilidades. Pero contra España, el trabajo de Bielsa me sugirió un balance negativo: los constantes cambios, los nervios del equipo, la excesiva obediencia de los jugadores, las expectativas desmedidas de los hinchas, el esfuerzo inútil, la actitud monacal, las largas concentraciones, el contacto regimentado con la prensa, la prohibición del sexo para los futbolistas y todo ese aparato simbólico del logotipo Bielsa me hicieron pensar en un esfuerzo completamente inútil que, en definitiva, tiene algo de engaño. No es que Bielsa sea deshonesto, pero creo que se engaña a sí mismo: lo que hace no sirve demasiado.

No sirvió lo de Argentina en el 2002, un equipo preparado para matar que creó una sola situación de gol en tres partidos, y no sirvió lo de Chile en Sudáfrica, que arrancó bien contra selecciones flojas y cayó estrepitosamente frente a las que tenían otros recursos y otra historia. Se dirá que Chile ganó un partido en un mundial después de 48 años, que la actuación del equipo fue digna y superior a la de otras oportunidades. Pero cuál es la idea de invertir horas y horas de estudio y de práctica para crear automatismos futbolísticos que no dan resultado en la cancha, no solo por el score sino por el juego. Chile encaró cada partido con un dibujo táctico y una alineación diferentes. En algunos casos, muy diferentes. Es cierto que Suazo, su único delantero de punta temible, estuvo lesionado y nunca se recuperó del todo. Y también es cierto que contra España el árbitro lo liquidó prematuramente pero hoy, en el encuentro decisivo, Chile salió a jugar sin volantes creativos y con el nueve en una pierna. ¿De qué sirve en esas circunstancias pretender que se lo ataca a Brasil si no se le crea una sola situación de gol hasta que el partido está definido? ¿Por qué Valdivia, claramente el jugador chileno con más talento, tiene oportunidades mínimas de jugar y nunca se le pide que conduzca el equipo hasta que el marcador es adverso?

Es cierto, Chile fue un equipo disciplinado y solidario, en el que no hubo malas caras, peleas, ni gestos descomedidos. Pero ese logro es más importante en un campamento de boy scouts que en una competencia deportiva. Siempre es triste perder, pero es un poco más triste cuando uno se convence de que tiene el sistema para ganar pero en verdad no tiene con qué hacerlo. España fue más que Chile, pero Brasil fue demasiado. Eso no importaría si Chile fuera Eslovaquia contra Holanda, con su técnico del traje a rayas. Pero es tremendo que el entrenador de un equipo inferior se amargue como se amarga Bielsa en el banco y que haga amargar a todo un país al que le hizo creer que su equipo estaba en otro nivel de competencia. Es cierto que en algunos países no parece haber salida: Bielsa fue mejor que Nelson Acosta —un camelero que sancionaba jugadores— y que tantos otros. Es mejor persona, es más noble, tiene otra idea del juego. Pero está equivocado como entrenador de selecciones y dos mundiales lo han demostrado.
Del otro lado, Brasil es algo espantoso. Si Chile intenta jugar más de lo que puede (una presión constante que termina en impotencia ofensiva y goles en el propio arco), hace demasiados años que Brasil juega menos de lo que puede. Sabe que tiene los mejores jugadores del mundo en cada puesto (si no tiene el primero, seguro que el segundo) y en lugar de concluir que debería golear y gustar se conforma con ganar cada tantos años un mundial y con salir sin haber aportado nada en los restantes.

Con la historia a favor y el papel de favorito entre favoritos, Brasil se plantó en octavos asumiendo su debut en el "veradero Mundial". Sin urgencias pero con complejo histórico, el equipo de Bielsa enfrentó a la "canarinha" con su arsenal de siempre: Presión asfixiante en el centro del campo, robo de balón cerca del área del rival y un ritmo de juego vertiginoso. La receta chilena, que fue un martirio para España durante media hora, se repitió con los mismos resultados ante los brasileños. Fajó, buscó el cuerpo a cuerpo y forzó la máquina. Pero, como ante España, Chile nunca encontró el modo de matar el partido. Sin último pase, sin clarividencia y sin alternativas en el ataque, la resistencia del mediocampo chileno fue minando poco a poco, minuto a minuto, segundo a segundo. A la media hora, en una jugada de laboratorio, los armarios empotrados de Dunga dinamitaron la débil defensa de Bielsa. Una torre humana, Juan, protegido por Lucio y por Luis Fabiano, metió la testa para hacer el primero. Con la autoestima por los suelos, Chile no volvió a levantar cabeza. Sólo tres minutos después del primero, llegó el segundo puñetazo carioca. Luis Fabiano, poco estético pero muy eficaz, acudió a su cita con el gol de manera puntual. El ariete sevillista, todo fibra, se abrió paso entre los centrales después de un toque suave de Kaká. Al filo del fuera de juego, quebró al arquero y marcó. Brasil, con suficiencia, mató cuando tenía que matar. Lo hizo con la cotidianeidad de ese empleado que pasa un día más en la oficina. Chile, herida de muerte, se resignó. Durante 34 minutos, el equipo de Bielsa aguantó de pie. De ahí en adelante, se desmoronó como un castillo de naipes.




En un intento desesperado por cambiar el guión brasileño, Bielsa metió a Tello y Valdivia por Contreras y Mark González. El experimento no funcionó. Brasil fue más físico, más inexpugnable, más fiable, más veloz, más fuerte y mucho más directo. Chile, todo voluntad pero nula pegada y cero ideas, presentó su rendición de manera incondicional con el tercero, rubricado por Robinho de manera brillante. De ahí hasta el final, Chile fue un nada que acabó achicado por el músculo y el físico terrorífico de los brasileros. Con los chilenos bajando los brazos y con muchos espacio libre, Brasil se dio un festín en el contragolpe. Unas veces llegó al área chilena con la potencia de velocistas como Maicon, Alves y Ramires. Otras, con la finura de Kaká y Robinho. Roto por el eje, Chile tuvo un ataque de dignidad y quiso morir matando. Pero a pesar de los esfuerzos de Suazo y compañía, Chile nunca pudo. Bielsa, resignado, debió pensar que habría dado un brazo por disponer de Zamorano y Marcelo Salas. Sin gol y superados, los chilenos inclinaron la cabeza ante un rival superior. Fue demasiado para ellos. Brasil, en su partido más completo del campeonato, les pasó por encima.




Dunga, enterrador del "jogo bonito", el responsable de “militarizar la samba” (como dice Juan Villoro) sigue acumulando cadáveres deportivos y victorias con su receta industrial: Solidez defensiva, jugadas a balón parado y contragolpe letal. Sólo un iluso podría discutir que Brasil es firme candidato a ganar el Mundial. Otra cosa es el asunto estético, antes seña de identidad brasilera. Con el paladar acostumbrado a las fiestas del fútbol samba, resulta grotesco que Brasil, el gran estandarte del espectáculo, haya profanado su propio templo en función del pragmatismo. La nueva versión brasileña, una versión clónica de la Alemania de los ochenta, se ha convertido en una máquina de ganar. No engancha ni cautiva, pero gana por contundencia irrefutable. Brasil asusta…

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