lunes, 14 de junio de 2010

Italia 1 - Paraguay 1


Reproduzco un gran texto de Quintin, su blog La lectora provisoria:


Fue un buen partido jugado por dos equipos que no tienen en la cabeza hacer un buen partido. Más que futbolistas, tanto italianos y paraguayos se parecen a un equipo de profesionales de otro rubro, digamos un escuadrón de bomberos entrenados para cumplir una misión riesgosa en la que cada uno debe aportar lo mejor de sí mismo y deben colaborar con sus compañeros. Italia es el inventor del fútbol-lavoro y Paraguay fue siempre su mejor alumno sudamericano (recordemos que su selección llegó a tener técnicos italianos). Tanto, que hoy le dio a los italianos una dosis de su medicina.


Lo paradójico de Italia es que, siendo un equipo de esforzados trabajadores, es también increíblemente arrogante. Uno los veía a los tanos cuando cantaban el himno, esa mayoría de grandotes rubios y de ojos celestes. Todas las selecciones europeas tienen jugadores de otras etnias entre los convocados, pero los italianos son italianos. A lo sumo, hay alguno del sur o algún argentino como Camoranesi, que la va de más italiano que los italianos y hace un punto de la prepotencia y la soberbia. Italia parece haber logrado eliminar finalmente de su equipo todo atisbo de aquellos jugadores que allá se llaman “fantasistas”. Ya no hay más Baggios, Tottis, Del Piero, esos jugadores que tenían prohibido jugar juntos pero que uno esperaba ver al menos un rato en los mundiales. O ya no salen más o no los convocan, pero da igual: el fútbol italiano va logrando parecerse cada vez más a sí mismo.

Paraguay es otro país en el que nunca abundaron los jugadores que la tribuna llama “distintos”. El número diez, un clásico sudamericano, no suele visitar tierras paraguayas. Tampoco delanteros exquisitos, creativos o excéntricos. Me viene a la memoria el insólito Pipino Cuevas, el más creativo de los delanteros paraguayos, que era todo lo contrario de un jugador paraguayo. Impredecible e irregular, nunca llegó lejos en la selección. En cambio, los paraguayos son sólidos, grandes defensores como los italianos, grandes cabeceadores también y grandes luchadores en el medio campo. Sus delanteros, como los italianos de ahora (no hablo de un Paolo Rossi o de un Inzaghi sino del prototipo), son fuertes, ágiles y dedicados.

Pero atención. Que los italianos no fantaseen y que hayan hecho del amarretismo una religión no quiere decir que no tengan técnica y menos que sean unos troncos. Ese ejército de mediocampistas que paran en la cancha y sus aguerridos defensores saben parar la pelota, saben tocarla, saben darle el destino adecuado cuando deciden no reventarla a la tribuna. Son físicamente muy aptos para jugar al fútbol porque saben hacer de todo un poco. Un buen ejemplo es De Rossi, cuyo rango va desde asesino a goleador. Y esta generación resulta particularmente apta para desdoblarse en defensa y ataque. Han incorporado un marcado de punta dúctil como Criscito y un volante muy interesante como Montolivo, acaso el que más se parece a un jugador vistoso Las dos altos y veteranos delanteros, Iaquinta (30 años, 1.86, más tirado atrás y por afuera) y Gilardino (28 años, 1,84, punta-punta) no son de los mejores que uno ha visto, pero se las rebuscan. Cuando los italianos atacan, hacen un gran despliegue, ocupan el ancho del campo y tiran centros temibles. Les alcanza con eso. O, al menos, siempre lo creyeron así.

A los paraguayos les pasa algo parecido, pero nunca terminaron de creerlo. Hasta que llegó Martino, que fue un jugador sutil, talentoso y estático convertido, como entrenador, en un defensor de las virtudes contrarias. Es decir, de las virtudes paraguayas. Martino le da a Paraguay la identidad que le corresponde. Porque si hemos señalado las virtudes históricas del equipo, sus defectos siempre fueron la irregularidad, la renuncia al ataque en los partidos importantes y cierta tendencia a perder la calma ante la adversidad. Este equipo paraguayo es mucho más equilibrado y mucho más consciente de que sabe defender pero también que necesita tener recursos ofensivos. Y, sobre todo, que debe estar concentrado todo el partido, en defensa y en ataque, aun cuando los resultados se compliquen. Martino logró también hacer rendir a sus jugadores más que en sus equipos (piensen en Morel o en Torres) y que las ausencias (una tremendamente importante como la de Cabañas, el mejor delantero paraguayo desde Arsenio Erico) no se noten.

El primer tiempo paraguayo fue perfecto. Desbarató todos los ataques italianos pero no renunció a retener la pelota cuando la conseguía y atacó con peligro. El gol fue de pelota parada y consistió en un tiro libre perfecto de Aureliano Torres y de un cabezazo perfecto de Alcaraz, la revelación del partido, un defensor lleno de recursos. Después, en el segundo tiempo, la táctica era no solo mantener el resultado sino conservar la pelota. Pero a partir de los diez minutos, Italia se la sacó y los desbordó. Es gracioso que cuando los italianos necesitan más ofensiva recurran un tipo como Camoranesi, el jugador menos creativo de la tierra. Pero les funcionó. Italia atacó y atacó y en el único error del arquero Villar llegó el gol, por supuesto, en una pelota parada.


Allí paró de llover y el partido se hizo mucho más intenso todavía. A pesar de la contrariedad, Paraguay se recuperó y volvió a jugar de igual a igual hasta los últimos minutos, cuando se lesionó Santana y ya no había más cambios. Pero aunque Paraguay volvió a perder la pelota, la defensa siguió respondiendo e Italia no pudo ganar el partido.
Foto: AP

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