
La selección chilena no se entregó al vértigo frenético, se nota que Bielsa aprendió del 2002 en Japón-Korea. Argentina en ese mundial no tenía pausa, un instante para pensar la jugada, todo era velocidad por las puntas y centros en busca de Batistuta, López o Crespo. Este Chile no corre sin antes pensar en el sentido que puede ofrecer la velocidad a la jugada. Se adminitra el vértigo, se cuidan los espacios, se presiona al rival con ánimo de recuperar el balón y someterlo a la inteligencia de Fernández o de Valdivia.
El árbitro de Arabia Saudita Khalil Al Ghamdi fue el personaje central del encuentro. Entorpeció el juego, desde la primera jugada perdió el rumbo. La amarilla a Suazo fue el indicador de que a lo largo del partido iba a interpretar de forma maximalista el reglamento. Y fue así vino un aluvión de tarjetas, sacó nueve amarillas y una roja y eso no sirvió para ordenar un partido que no tuvo roces, ni graves choques como el de ayer entre Brasil y Costa de Marfil. Tan grave fue su papel en cancha que en un momento del partido que por casualidad ingresaron dos Jabulanis a la cancha el árbitro no pudo organizar una pelota muerta en la que Suazo sacó una ventaja por un descuido del árbitro. ¿Cuál es el equilibrio entre lo que dice la norma y la interpretación del árbitro? Khalil Al Ghamdi hoy demostró que hay una profunda irregularidad del arbitraje a nivel mundial. Lo grave es que la FIFA no realiza esos ajustes y condiciona a equipos como Chiles que no podrá contar con Fernández, ni Carmona.
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