Porque el futbol es un sistema próspero de mercado, finanzas redituables, pasarelas inamovibles de esplendor mediático, Cristiano Ronaldo debe ser nombrado el Mejor Jugador del Año. Su principal competidor, según el mismo portugués, no reúne los méritos suficientes para ganarle. Y continuando con su apabullante modestia, afirma que Él ganó la Champions y la Premier League, restándole mérito así a sus compañeros de equipo. Sí, Cristiano Ronaldo va a ganar dicho título por eso. Su impresionante capacidad individual forma parte de un tramado de talentos insobornables como los de Tevez, Rooney, Gigg, Scholes o Nani, jugadores que por sí solos tienen la virtud de no rebasar la dirección orquestal de un técnico como Don Alex Ferguson. Sin embargo, el hecho de restarle mérito a un jugador cuya capacidad de gozo enaltece el futbol como anarquismo radiante, es ignorar la dimensión que tiene un torneo de futbol como el torneo olímpico. Lionel Messi consiguió lo que muchos, pero muchísimos jugadores, no han podido conseguir: recibir una medalla que lo ponga en esa dimensión de semidioses donde el deporte tiene la etiqueta de hazaña heroica. Es decir, en el Olimpo. Cristiano Ronaldo tendrá que atravesar el turbulento río del recambio generacional en la selección lusitana. Su apostura de arcángel de pasarela, su celebración de presumible desdén al otro y sus indiscutible técnica individual, tendrá en el futuro un ineludible tour de force cuando se encuentre solo, sin la cerebral elegancia de casi todos los miembros de la generación precedente. Hace unas semanas apenas, Brasil hizo de un amistoso contra Portugal un carnaval de tiros, paredes, autopases y vértigo. Cristiano Ronaldo parece que ha llegado a su tope emocional y es inevitable catalogarlo como un jugador infantil, genial pero infantil. Messi también ha llegado a ese grado de madurez celebratoria y afirma que Cristiano Ronaldo se merece cualquier título porque es brillante. Messi seguirá creciendo y seguirá emocionando como hasta hoy, con esa portentosa humildad que lo engrandece y esa gigantesca virtud de tener el balón a pesar del mundo, que empequeñece a los otros.
Daesu
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