viernes, 31 de octubre de 2008

¿Por qué Diego?

¿Que encarna Diego Maradona? En primera instancia, la posibilidad de un retorno a esa idea del fútbol como el escenario que privilegia la picardía incendiaria, la lectura instintiva del campo de juego, la habilidad sin intermediario y el liderazgo como una vocación irreemplazable. En segunda instancia, un nuevo rango de rebeldía en el futbolista. Éste ya no como el esclavo de las instituciones abocadas a administrar la pelota, sino el renegado que se ampara en su temperamento, en su carácter indomable, en esa individualidad que, a nivel extracancha, irradia una insoslayable influencia entre los propios jugadores. No es gratuito que un jugador tan joven como Messi muestre el mismo pulso que Diego, a la hora de llevar el balón en los botines, al momento de reducirse él mismo los espacios para posteriormente distenderlos en un golpe de absoluta magia (una semejanza que parece genética, sólo se debe a la indiscutible admiración de la Pulga por el Pelusa). Al margen de su vida personal, un periplo que cubre descensos a los territorios donde la condición humana se descarna, ascensos a la domesticidad radiante, una feliz declaratoria, mezcla de desdén, reconciliación con su entorno, disolución con la simbología que va tejiendo su leyenda, a Diego lo salva, también, su espíritu de incondicional hincha de sus propias pasiones (una de ellas es él mismo): verlo apoyar al Boca o a la misma albiceleste, es contemplar la exacerbada condición de esa infancia (ajena a a la animadversión abierta por el técnico en turno, lejana del pleito permanente contra un esquema que no comparte, en fin) que desnuda sus emociones. Nadie se ha mostrado como él, después del retiro. La gran mayoría de los megaestrellas se han puesto la corbata para atender un escritorio ampuloso, atestado de formas y circulares de algún club de éxito. Nadie ha mostrado tampoco esas posibilidades del descaro. De Diego se conoce casi todo, porque él ha hecho de su vida un libreto de disponibilidad y desvergüenza.

El nombramiento de Maradona como Director Técnico de la albiceleste nos enfrenta con una serie de elementos a juzgar. Primero, ser Técnico Nacional representa montarse en un escenario extraño al genio de Fiorito. Representa no sólo abocarse al disciplinado rigor de una búsqueda de plazas, aplicarse tácticamente y darle lustre a la inevitable aportación anímica de un hombre que tuvo hambre, y solventó esa hambre con su intachable genio. Equivale a conjurar su efigie de guerrero mediático, y francamente eso no me gustaría. Prefiero ver a Diego apoyando a los suyos con la polera en la mano, en una vertiginosa regresión a los campos fecundo de la infancia liberadora. Segundo, no sé si sea exacto apoyarse en su falta de experiencia para aludir a un potencial fracaso en su gestión. No han sido pocos los entrenadores que han llevado a buen puerto los destinos de una escuadra, sin la manida experiencia que solicitan los medios de comunicación. Ni Bianchi creo que sea la respuesta apropiada a los reclamos. Al Virrey se le auguraba éxito y trascendencia en un Atlético de Madrid armado hasta los dientes, y no pudo rebasar las expectativas. Sucumbió ante las apuesta que lo favorecían de antemano y les restregó a los especialistas un fracaso que, sin embargo, aún le permite vivir cómodamente sin necesidades financieras.

¿No representará la nominación de Diego esa posibilidad de ver una selección argentina alegre, libre de las ataduras tácticas, ajena a la especulación? Quien sabe. Al tener al Pelusa en el banco principal, puede apuntar que sí. La posibilidad de tener a Bilardo y Batista entre los asesores del Pelusa puede decir lo contrario. De que se trata de una decisión mediática, destinada a llevar millones de dolares a las arcas de la Federación Argentina, no cabe duda. Por lo pronto, yo me apunto para ver el primer partido que dirija mi ídolo.


Daesu

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