miércoles, 15 de octubre de 2008

Inocencia, ingenuidad e ineficiencia

La inocencia, la ingenuidad y la ineficiencia del fútbol boliviano se expresa en el triste empate frente a los uruguayos. Sostener un resultado es un asunto de jerarquía futbolística (jerarquía que coordinó los hilos y tomó cuerpo en el extraño empate frente a Brasil, en Río). Ayer, la selección boliviana careció de ese espesor anímico, físico y técnico para maniobrar el destino del partido que de a poco se pintaba aciago. Espesor que irrumpió a ratos frente a los peruanos, pero que fue suficiente para derrotarlos.

Frente a los uruguayos las cosas fueron distintas. En el segundo tiempo, la selección de Tabárez descubrió que por la banda izquierda Bolivia ofrecía una plataforma ideal para construir el gol. Optaron por esa senda y desde allí levantaron centros perfectos e inalcanzables para los agotados centrales de Bolivia. Abreu conquistó el empate con una facilidad indescriptible y abrió una sangría feroz por la cual se desangra nuevamente la autoestima y la bronca del eternamente débil fútbol boliviano.


El primer tiempo Bolivia estableció en cancha los argumentos de un fútbol que sin caer en la perfección, la arrogancia y el asombro demostraba tener los obreros, las herramientas y los insumos suficientes para ganar la gesta. Marcelo Martins quien además de ser un jugador que justifica su costó (14 millones de dólares), visualiza a la perfección los vacíos en esa estrechez que configuran los rivales, así metió el primero gol e intuyó la ruta del segundo. La virtud de Botero estuvo en desordenar y en angustiar a una defensa que siempre opta por la patada, el codazo, el empujón, el insulto y el escupitajo certero. La gasolina del Nacho García y de Walter Flores hizo que el motor del equipo garantice el equilibrio. Equilibrio que se quebró cuando los dos volantes, más Robles no les quedaba ni un miligramo de energía, el motor se detuvo y se inició el aluvión celeste. Sin embargo, de lejos lo más sobresaliente de Bolivia fue la fuerza de Abdón Reyes, su regate insaciable, su acto de fe de creer ciegamente en sus potencialidades hicieron de él un jugador abismalmente interesante, con instinto para domar la banda derecha, la brillantez futbolera del chapaco llegó hasta el punto que Tabárez en la conferencia de prensa no se cansó de mandarle piropos e insinuaciones a su excepcional fútbol.


El segundo tiempo Bolivia entró con la presión de administrar el resultado. Con menos fuerza en las piernas y, sobre todo, con el veneno de los nervios que enredaba la ductilidad de su fútbol (fútbol proclive al error permanente) fue desperdiciando uno tras otro goles y otorgando oportunidades que despertaron el temple mortífero uruguayo. La dupla Ramallo-Sánchez tardaron tanto para darle una vuelta tuerca al partido que cuando quisieron hacerlo los nietos de Obdulio Varela, el gran jefe charrúa, transformaron el juego de túnel que conduce a la nada en una meseta que les permite hacer más legible, aunque todavía de manera lejana y borrosa, los contornos de Sudáfrica.


¿Qué le queda a Bolivia? ¿Seguir transitando por el círculo estructural de las derrotas sempiternas? ¿Ceder una vez más a la demagogia dirigencia que nos condena a esta historia interminable de ser los últimos de siempre? En este enrredo, ¿por dónde empezamos a transformar ese destino de derrota? No lo sé... ¿Lo sabrán los dirigentes, los periodistas, los jugadores, los hinchas, los fanáticos? ¿Lo sabrán los transeúntes de este círculo que nos lleva al mismo lugar de siempre: la decepción?
Foto: Marcas, La Rázón

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