Ariel Scher además de explorar permanentemente su asombro por la indocilidad poética del balón se ha propuesto gozar del fútbol en canchas más complejas, sobre todo en aquellas que exhiben el juego en contraste con el peso del poder y de la política; también ha aventado el balón hacia aquellos entramados abigarrados de la sociedad en los que el fútbol es más que un juego y adquiere las virtudes de un brebaje para saciar los vacíos; nunca dejó de producir argumentos ya sea para describir y desterrar la violencia del fútbol posicionando su discurso en contra de cualquier expresión de fascismo, sexismo, homofobias; y tuvo el talento para desatar la filigrana poética que rodea el juego.
En su libro: La pasión según Valdano, se reúnen dos referentes interesantes en esta manía de articular la palabra al balón. Ascher pregunta y Jorge Valdano responde. Sin duda, cuando uno lee este libro no puede dejar de oír los ecos de ese otro monumento literario futbolero: Fútbol sin trampa, libro tejido por esos dos quijotescos pensadores y actores de la c(M)ancha: César Luis Menotti (que valga decirlo el 5 de noviembre estuvo de cumpleaños) y Angel Cappa (que recientemente volvió a las canchas a dirigir al globo, al Huracán). Pero este esquema de la pregunta y la respuesta en La pasión según Valdano se potencia hasta derivar en un exceso de lucidez, de inteligencia, de agudeza que no disecciona las múltiples dimensiones del fútbol, sino que concreta una tarea mucho más compleja: lo saborea… Saborea su agridulce, su acidez, su picante, en fin… A continuación comparto el prólogo del libro, escrito por Ariel Ascher, que es un atrevido intento para aglomerar las aristas de este lúdico pensador y actor del fútbol moderno: Jorge Valdano.
Jorge Valdano es un narrador de buenas historias que jugó de delantero, un observador fino de la existencia que fue campeón mundial de fútbol y un preciosista obsesivo del lenguaje que una tarde en México le gritó desmesuradamente al universo la palabra “gol”. No se trata de una colección de paradojas: en eso consiste la verdad. Y, por si hace falta, va una prueba. Durante un invierno, en un hotel de Retiro, pleno Buenos Aires, con los ojos clavados en un televisor que mostraba la repetición de un partido del Barcelona, Manuel Vásquez Montalbán, uno de los pensadores y escritores favoritos de Valdano, escuchó cómo un periodista argentino que lo interrogaba justamente sobre el ex – delantero. “¿Valdano?”, repreguntó Vásquez Montalbán, mientras masticaba rabias porque un ataque del Barcelona, su equipo y devoción, terminaba malogrado. “Valdano –siguió sin desenfocar los anteojos de la pantalla–, desde luego que es un tipo muy agradable, que escribe muy bien, que habla fantástico y que reflexiona todavía mejor… Ya lo creo además fue un excelente futbolista”.
Jugador, entrenador, cronista, comentarista y dirigente, Valdano resulta todo eso cuando se redacta su biografía de modo lineal. Lineal y, en algún sentido, mal. Ocurre que, mucho más que propietario de esa suma de oficios, Valdano es alguien que en su infancia provinciana y argentina tiró desde el fútbol un anzuelo hacia la vida y, a partir de entonces, levantó y levanta todo lo que cabe en ella. Primero que nada, el fútbol lo hizo jugar. Y jugar es una oportunidad para volverse gente. Pero no se quedó en eso. A la vez, el mismo fútbol le permitió viajar a las cumbres de la alegría del alama y a los abismos de los dolores del cuerpo, lo transportó a los rincones mayores y menores del planeta y al centro intangible de su geografía de hombre, lo colocó en un vínculo cotidiano con las masas y lo volvió testigo próximo de la soledad de la fama, lo educó en el arte de expresarse con el recurso que fuera: los pies, la cabeza, la voz, la escritura, la protesta, la decisión. Dicho de otro modo, aquel anzuelo lanzado en la niñez le funcionó a Valdano para hacer del fútbol un albergue en el que entra todo: la pasión y la convicción, la destreza y los libros, la ideología y la comunicación, el trabajo y el dinero, la pertenencia y la amistad, la esperanza y la furia, la condición humana y la realidad.
Una historia, una entre muchas, describe el tamaño gigante de la cancha en la que se mueve Valdano. En noviembre de 2001, bajo un sol porteño que anunciaba algunos de los hervores que romperían muy poco después en Argentina, recibió un regalo. Era un libro, un libro un poco viejo y otro poco heroico, un poco maravilloso y otro poco más que maravilloso. Era Literatura de la pelota, publicado en 1971 por Roberto Jorge Santoro, brillante poeta y periodista argentino que desapareció en junio de 1977 en medio de una de las miles de crueldades de la última dictadura militar. Valdano, un tenaz buscador de libros, llevaba años detrás de un ejemplar de Literatura de la pelota, la primera antología de textos sobré fútbol escritos en Argentina, una obra ausente en las librerías y presente en las mejores memorias. Sabía Valdano que en esas páginas estaban condensados los rasgos esenciales de su propia identidad: el fútbol, la literatura y también las marcas culturales del país en el que lo parieron y lo criaron hasta que unos cuantos pelotazos certeros lo llevaron a patear y a residir en España. Sabía también que reivindicar y releer ese libro era un modo dulce y humilde de demostrar que la dictadura secuestró a Santoro y a muchísimas personas no había podido tragarse ni a la historia ni a la belleza. Por eso, cuando atrapó ese libro con las mismas manos con las que alguna vez había alzado la Copa del Mundo, Valdano lo acarició como a un chiquito, le miró conmovido unas cuantas letras nobles y dijo que desde ese momento su biblioteca –una biblioteca de años de lecturas, una biblioteca ancha de libros– dejaba de estar vacía.
Seguro que dentro de esa lógica, unos años antes, cuando era el entrenador del Real Madrid campeón, Valdano escuchó atento –ese sí que es un rasgo de Valdano: escucha atento, como si perderse porciones de un relato le molestara igual que perderse un gol– la historia de un pibito argentino al que le gustaban más las gambetas de Fernando Redondo (número cinco, habilidoso excelso, nombre emblemático de aquellos años del Real Madrid) que casi todas las otras cosas que se podían ver en una cancha. No hicieron falta más datos: a la semana, ese pibito recibía por correo una encomienda despachada en Madrid que envolvía una camiseta del mismísimo Redondo. La encomienda también traía un libro sobre Valdano, Sueños de fútbol, con una dedicatoria dirigida al pibito. “Para (se omite el nombre del destinatario, sólo vale añadir que es ya casi un adulto y que sigue usando cada tanto aquella camiseta), que desde pibe tiene un buen paladar para los sueños”.
Primer breviario de Valdano. Nació en 1955 en Las Parejas, un punto de calmas repetidas que queda en el centro de la provincia de Santa Fe y también en el centro de su vida. Después, mucho fútbol: en Tierrita, una formación de barrio y de esencias en Las Parejas; en Argentino de Las Parejas, toda una referencia en el mapa deportivo y social de la ciudad; en Newell´s Old Boys, en Rosario, donde el fútbol se volvió una determinación, un oficio, una notoriedad y unos cuantos goles que le provocaron una migración laboral a España; en Alavés y Zaragoza, dos camisetas españolas en las que fue madurando su fútbol; en el Real Madrid, que para cualquier individuo del mundo es un club entre los clubes pero para él es una especie de segunda y resonante Tierrita en el que, a lo largo de una trayectoria larga, esmerada y con frecuencia dichosa, fue jugador consagrado, director técnico y director general deportivo. En el medio de todo ese vértigo, un detalle: con la Selección Argentina, a la que llegó en 1975 como un muchacho alto, flaco y asombrado, salió campeón mundial en México, en 1986, donde corrió y jugó bien cerca de Diego Maradona en los siete partidos del torneo mientras aportaba fútbol, tenacidades, paciencias, abrazos e, inclusive, cuatro goles, uno de los cuales fue el segundo de la final que Argentina le ganó a Alemania 3 a 2.
Segundo breviario de Valdano. Es cierto que al fútbol lo jugó y mucho. Pero también lo pensó y lo piensa mucho. Una repetida presencia en los medios de comunicación (como entrevistado, como articulista) y en foros deportivos, sociales, políticos y empresariales refleja que pocos como Valdano percibieron tanto y tan intensamente que el fútbol es, en este tiempo, una excusa inmensa para reflexionar sobre el conjunto de lo que ocurre. Puesto de otra manera, Valdano nunca deja de observar al fútbol por el fútbol mismo, pero a la vez lo explora como una herramienta que vuelve visibles los trazos esenciales de esta edad de la historia. Los jugadores que brillan, los equipos que sean, la poesía que surge de la pelota, las rutinas de millones, la interpretación de todas las sendas hacia donde se reparten los negocios y los negociados que se hacen con el fútbol, la actitud de los diversos poderes frente a los sonidos de la cancha, las señales de la historia y las señales del futuro, la fuerza omnipresente de la industria de la comunicación: todo es en Valdano, se acuerde o no con él, una oportunidad para observar qué pasa con los hombres y qué pasa con la vida.
Advertencia: Valdano no es un individuo que se propone pensar para que los otros coincidan; más bien, su objetivo es pensar para coincidir con él mismo y, si es posible, contribuir a que los demás piensen. Así que quizás no convenga escucharlo o leerlo esperando construir una suma de acuerdos ideológicos, sino aguardando hallar una enorme cantidad de elementos que estimulen a no recibir las cosas como si fueran una lluvia inevitable, sino a tratar de comprenderlas.
Es a partir de esas coordenadas que hay que ubicar el montón de líneas que se entrelazan en las respuestas de Valdano en el largo diálogo que aquí se presenta. Contestó de muchas formas: en algún diálogo telefónico, en una charla en la margen porteña del Río de la Plata, en una rato prolongado en su oficina de la periferia de Madrid, en un cruce de opiniones mientras hacía de chofer de un su interlocutor en la Gran Vía también en Madrid, o como pasajero cautivado por la ruta que ofrece internet. El gran desafío al elegir el contenido consistió en que un tema no expulsara a los restantes. Aparecía tentador intercambiar con Valdano opiniones sobre mil jugadores, pero hubo que elegir unos cuantos menos. O resultaba atrapante registrar muchísimas historias y observaciones sobre Maradona, pero entrar y salir de cada una de ellas hubiera demandado un libro aparte. En realidad, al revisar cada uno de los focos de diálogo elegidos (la política, el poder, la literatura, los medios, el pasado y el futuro), cuesta no encontrar alguno en el que no quedara esa misma sensación: en cada eje había para más, y más, y más. (…).
Una cosa es segura: todas las respuestas guardan su sello. Y no sólo en lo conceptual, sino también en lo formal: Valdano habla con una organización y con un cuidado extraordinarios, habla, para decirlo de otra manera, con puntos, con comas y hasta con dos puntos. Sus comentarios orales parecen escritos, los textos que redacta podrían haber sido dichos. No es casualidad que, con un pocillo de café en su mano, Valdano asuma que en el ranking de los oficios que lo hicieron feliz primero está, sin dudas, su condición de jugador y segundo marcha el arte de explotar las palabras.
Quién sabe si convenga divulgarlo pero, por lo demás, Valdano es una persona con la que da gusto conversar sobre goles perdidos, caminar por las librerías de la calle Corrientes o extender las sobremesas en cualquier ciudad. Acaso eso suceda porque, a pesar de los ecos mundiales de su apellido, es una persona que hace las cosas que son comunes en las buenas personas: se ilumina cuando cuesta cómo crecieron sus hijos o aparece en el teléfono tres minutos antes de la Nochebuena para saludar a la familia de un amigo que está enfermo. No resulta extraño que así sea. Valdano alguna vez avisó que tenía sueños de fútbol. Ahora es un hombre que sueña.
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