lunes, 8 de septiembre de 2008

La historia interminable...


Que el ciclista Horacio Gallardo en las olimpiadas de Beijing haya abandonado la competencia luego de haber liderado la misma por más de dos horas no despierta tanto ruido y ronchas como el significativo hecho de que la deshauciada selección boliviana de fútbol esté última en el tablero de posiciones de la Eliminatoria Sudamericana hacia el Mundial 2010. Casi en un consenso absoluto dirigentes, periodistas, directores técnicos, jugadores y toda clase de futboleros/as convocan a una palabra que al mismo tiempo que describe el desastre anticipa una pauta para encontrar la salida. La palabra es estructura. Esta palabra (que vendría hacer la clave y el factor común de todo análisis) viene envuelta generalmente en la siguiente oración: "El problema es que el fútbol boliviano carece de una estructura" (¿Alguien puede rebatir tal obviedad?). O tiene variaciones como la siguiente: "Hay que cambiar la estructura del fútbol boliviano". Lo interesante es que estas afirmaciones funcionan como una especie de deja vu (es decir, esto ya lo oí antes). Y sí, tengo 32 años y nací al fútbol oyendo estas conduntes afirmaciones sobre la estructura en todas sus versiones y en toda clase de circunstancias, sobre todo en situaciones apocalípticas como la que estamos atravesando.


Pero, me pregunto, ¿de qué hablamos los bolivianos cuando hablamos de estructura en el fútbol? Casi todos apuntan y al mismo tiempo reducen el término a un mero asunto de crisis de gerenciamiento; ya sea de gerenciamiento político administrativo en la federación o de gerenciamiento deportivo (el Dt y su cuerpo técnino). Sin embargo, es motivante rastrear en el conjunto de las opiniones el cerco en el que piensan al fútbol. Me explico. Opinan sobre fútbol asumiendo que esté se da fuera de una práctica cultural que se hereda y creen que es una práctica que se la ejerce dentro de una burbuja; por tanto, su rediseño tendría que concretárselo dentro de este estrecho marco. En ese sentido, surgen criterios que apuntan a que en Bolivia no hay estructura porque no hay escuelas de fútbol. O que no hay estructura porque los dirigentes fueron incapaces en la construcción de una ingeniería futbolística que garantice el éxito del fútbol boliviano en la alta competencia.


La crisis del fútbol boliviano nace desde la evaluación limitada que se hace de ella. El fútbol es una práctica cultural con un potencial simbólico ilimitado. De ahí deriva el fenómeno que despierta ya sea en su capacidad de convocatoria, en las pasiones que se juegan alrededor de una cancha, en las opiniones que genera. Y no es que el humilde redactor de este blog invalide o contradiga los criterios de que en Bolivia no existen proyectos formativos de fútbol o libere de responsabilidad a toda esa masa inoperante que se atrinchera en los círculos dirigenciales.
A lo que yo apunto es que para dar un radical golpe de timón a esta permanente crisis, a esta historia interminable de derrotas, tenemos que sacar al fútbol de esa esfera o burbuja estrecha. Tenemos una crisis deportiva congenita. El momento en que como comunidad reconozcamos que nuestra crisis futbolera trasciende lo formativo reducido al fútbol o lo gerencial daremos un paso importante.


La crisis futbolera nacional es fundamental contextualizarla dentro de un marco educativo y en una matriz más amplia. Y en ese ejercicio descubriremos que el deporte es una práctica que de a poco desaparece de los hábitos personales, familiares, sociales e institucionales. El deporte ha dejado de ser en la vida cotidiana una actividad fundamental y se constituye en parte de las actividades de entretenimiento. Desde los ámbitos de educación escolarizada el deporte sufre una serie de insuficiencias y tergiversaciones preocupantes. La educación física es un saber inexistente, precario por donde se lo mire. El deporte en los colegios bolivianos se asemeja a un trotecito torpe y ocioso, a un fuerte remate en un partido de marca marquita. Los profesores y profesoras de educación física carecen en su mayoría del sentido común que debe acompañar a un formador. En el territorio boliviano la educación escolarizada sufre una crisis de pauperización, obsolescencia. El baile (pero no entendido como parte de la expresión corporal sino como folklor) sustituye a los saberes vitales de un deportista. Y a la educación superior tampoco le interesa el deporte basta ver (en La Paz, por ejemplo) la precaria infraestructura deportiva de la UMSA o de la Universidad Católica.


En síntesis, el deporte para la comunidad boliviana exhibe dos extremos o es un asunto para privilegiados que pueden costar su práctica o es producto de la naturaleza, ya sea de la calle o del pajonal. Y esto es preocupante porque en ninguna de la instancias estatales el deporte cobra la trascendencia que debería tener. Por el contrario es una práctica improvisada, espontánea rodeada de buitres (o dirigentes la rima no es casual) que se alimentan de este azar que por llamarlo de algún modo recibe el nombre de deporte boliviano.

Por eso cuando hablamos de estructura la palabra también debería contemplar a la educación en todos sus ámbitos, a la salud en todos sus ámbitos, a la economía, a la infraestructura, a los hábitos que configuramos como sociedad, a la nutrición diaria, a las mañas que es urgente de desterrar de las prácticas dirigenciales. El deporte es una herramienta que potencia el sentido de pertenencia, que explora la diversidad de saberes humanos, reflexiona sobre el sentido de la palabra competencia. Y el problema es que en Bolivia los dirigentes deportivos, sobre todo los del fútbol “profesional”, no les interesa debatir e incidir en lo formativo dentro de una matriz más amplia. En su gran mayoría buscan, por todos los medios posibles y por la vía del corto plazo, que el fútbol boliviano esté a la altura del impresionante desarrollo del fútbol entendido como negocio, como generador de ingresos, como proveedor de entretenimiento para el espectador y el televidente. A eso apuesta los gestores del fútbol y frente a eso no hay proyectos alternativos. Este es el origen de la crisis deportiva que vivimos… Y es también la crisis que ostenta el debate, así como es la base de ese problema que reiteradamente nombramos como estructural…

En este contexto perder con Ecuador, ser últimos en la tabla de la eliminatoria, recibir una goleada con Brasil, o la destitución del Dt Sánchez son meras anécdotas que sirven de insumo para reavivar permanentemente el show mediático que instauran los medios…

1 comentario:

vh.ti dijo...

Tienes mucha razón en muchas de tus apreciaciones... El tema es que, por ejemplo tuvimos buenas actuaciones en el futsal hasta que entraron a competir los profesionales y lo borrachos (los nuestros) quedaron atrás, lo más rápido que se puede hacer es ver otros deportes en los que la gente realmente se esfuerza; mendigan nuestros atletas para participar en olimpiadas pero a la hora de mandar a 22 imbéciles a hacerse golear con otra selección sacan plata de donde sea, dejar de apoyar a un grupo de sórdidos perdedores que corretean detrás de una pelota en domingo habiendo estado el viernes en un burdel o bar hasta quedar q’uetas de mamaos (como dicen en el sur) esa es la solución. En lo de la educación tienes mucha razón, pero que hacemos con los futboleros que van en fin de semana a una cancha del matadero o la curva o a cualquier otra y maman como beduinos? Sus hijos crecen mirando con naturalidad este espectáculo grotesco y sin inmutaciones cuando sepan patear una pelota acompañaran al viejo en sus mamadas... Es un deporte de masas por el que no tengo la misma pasión que tú tienes y respeto su misma esencia y el poder de hacer que mis paisanos en los peores momentos se unan en torno a nuestra Bandera y coreen Bobobolililiviaviavia!!!, pero nadie me quita de la cabeza que los que hoy están en su entorno no sirven para nada y encima todo este menjunje de piltrafas se tiran la plata que bien podría servir para fomentar otras disciplinas…
Un saludo… y comparto la apreciación de Julio que tu blog es del carajo…
Hasta siempre
Chebwy