Cuando el futbolista descubre la picardía, cuando suplanta la armonía colectiva por la rabiosa individualidad, ha instaurado dentro de la cancha su condición de rebelde. Es decir, ha elaborado un manual de supervivencia que tiene mucho de anarquismo y de arrojo, pero también de técnica, malevaje e instinto. La historia del futbol registra a jugadores entrañables que se rebelaron ante sus contrarios, pero también ante el club que los quiso transformar en moneda de cambio y ante los absurdos administradores de la genialidad, encarnados en promotores, representantes, dueños de clubes, periodistas. Agentes de ventas que convirtieron al futbolista en una empresa redituable de bonhomía y comfort. El futbolista, claro, también pone de su parte para solventar los lujos que le otorga la comercialización de su técnica individual. Ya en el retiro, se transforman en los representantes de una clase alta que busca potenciar los ideales que acumularon en su época activa, y se vuelven Presidentes de Clubes, Directivos o Promotores. Es decir, se ponen la corbata y se cuadran ante ese sistema que los mantuvo a la saga y les dio, al mismo tiempo, dinero y prestigio. El futbolista moderno de alta competencia es parte de ese star sistem que lo resguarda. El obrero de las canchas, en cambio, ese que carga los ladrillos de la estrategia y ayuda a construir tácticas desde su puntualísima aplicación, es quien llega a los penosos mercados de piernas con su carta bajo el brazo, los botines en el hombro y la ilusión de vestir los colores de un club digno donde mostrarse. Contra estos razgos del capitalismo salvaje inserto en la industria del futbol, un deporte que se hizo para entretenimiento de la clase media pero que paulatinamente rompió sus cotos para convertirse en un fenómeno de felicidad colectiva, trabaja la prosa de Vladimir Dimitrijevic, en su maravilloso libro La vida es un balón redondo. Se trata de una recopilación de artículos que navegan por la memoria a través de los pasajes de la infancia, y por la consciencia crítica de asumir el futbol como un sistema de signos no muy alejados del arte. En 49 textos de brillo propio, el autor nos perfila su afición por los clubes que lo vieron crecer desde ese futbol de individualidad y bloque defensivo, pero también por esos semidioses de la postguerra que documentaron una suerte de edad dorada del futbol europeo. Difícil aludir a los años cincuenta sin mencionar a Puskas, DiSteffano, Czibor, como los protagonistas de un gran montaje nada mediático donde importaba, primordialmente, la cercanía del público y su protagonismo en la compleja trama de una cultura reconstituida a través de sus manifestaciones más entrañables. Editado por Sexto Piso, La vida es un balón redondo nos recupera la noción del futbol como diversas formas de viaje: a la infancia, al heroismo y a la permanente mistificación de un deporte cuya soberanía está cifrada por el uso del pie (la prehistoria de nuestros movimientos). Reproduzco aquí, como mejor crítica, un texto corto de este libro fundamental para entender el futbol en todas las épocas del hombre:
¿Quiénes son los héroes de las pasiones infantiles?/Vladimir Dimitrijevic
¿Cuáles son los puestos clave? Los niños no se equivocan. Miradles correr para rodear su equipo tras el partido: asaltan al portero y al delantero centro. Porque este último es como una adición de todos los rebotes imaginables, está siempre al acecho y se comporta durante todo el partido como el que acaba de perder su boleto justo antes de la salida del tren o el avión. Son extraños, estos cazadores de goles. Miradles a los ojos. Sus pupilas bailan arriba, abajo, a la derecha, a la izquierda, se mueven en direcciones oblicuas. Y así todo el tiempo. Una sola idea en la cabeza, como en los poetas o en los grandes novelistas. Insensatez, sí, pero insensatez grandiosa, divina. Eso es el delantero centro, aquel que, más allá de la mitad del campo, encuentra soluciones inesperadas, rápidas, fulgurantes. Movimientos que son como los ojos prodigiosos de movilidad y de inteligencia de Johann Cruyff. Acuérdense de Gerd Mûller, de Sánchez, de Stojkovic, de Schillaci, de Paolo Rossi, de sus mirada predadoras. Y de Don Diego también, aunque quizás por otros motivos.
Daesu
1 comentario:
Che un blog muy interesante entre porque vi el link en futbolintelectual y la verdad esta bueno, segui asi, sorprendido, soy horacio de argentina, hincha de river plate, el mas grande.
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