sábado, 19 de junio de 2010

Pulsión de muerte

Fueron dos días muy tristes para la literatura: ayer, antes, mucho antes de que juegue Alemania con Serbia, después, mucho después del triunfo de Suiza sobre España, en medio de esos dos tiempos falleció José Saramago. Hoy, mientras los mexicanos sólo piensan en su futuro partido frente a Uruguay recibieron una dura noticia, falleció el gran cronista irónico: Monsivaís. Qué duro para la literatura, para los lectores, para aquellos que quieren descubrir qué es el sentido común, que hay allá entre las palabras que comunican a la gente, en las palabras que sirven en las que no, algo de eso sabían o con algo de eso constantemente especulaban estos dos grandes escritores. Monsivaís supo hacer del mundo un laberinto de infinitas crónicas, un objeto gigante, inabarcable para transformarlo en texto, en humor. Saramago siempre con las palabras arrojaba al mundo pequeñas huellas a seguir, no quería configurar ningún camino, menos ruta dogmática, simplemente arrojar migas para allí capturar eso que puede ser la poesía.

Hoy anduve demasiado abstracto, pensando en la muerte, en la indócil Jabulani. Mi mirada sobre el fútbol no se concentraba en las selecciones que se enfrentaban, quería mirar a la tribuna, a los vendedores ambulantes, no quería saber de Eto, menos Sneijder, olvidarme de Asamoa, del excelente árbitro Baldasi. De rato en rato, me reía del profundo sueño que me produjo el aburrido, improductivo y marchito fútbol de los ingleses (jejejeje). Quería agarrar una vuvuzela y tocarla en honor de estos grandes de la palabra, de las especulaciones, de las mentiras. Ensordecerme, eso es lo que quiero. Entre todas esas peripecias me encontré con un texto interesante que se llama Pulsión de Muerte del conocido periodista Enri Gonzales. Ahora, lo leerás, misterioso lector que visitas este blog. Mientras lo lees yo me quedaré como un fantasma sentado en la tribuna que ves en la foto tomada por la BBC. Allí estoy, ¿me ves? Allí... Tengo un cartel que dice: Yo soy un candidato a nada...


Pulsión de muerte


Supongamos que las selecciones de fútbol fueran psicoanalizables. En ese caso, habría que seguir suponiendo, funcionarían según el principio del placer y según el principio de realidad.
Freud atribuía al principio del placer los impulsos más básicos: queremos conseguir el placer y evitar el dolor.

Lo normal sería que un partido estimulara el principio del placer en sus participantes. Son futbolistas jugando a fútbol, una actividad que (no dejemos de suponer) les gusta muchísimo, ante una audiencia cuya inmensidad parece capaz de satisfacer cualquier tipo de exhibicionismo.
Evidentemente, existe el rival. Y existe la responsabilidad de sacar un buen resultado. Eso activaría el principio de realidad, es decir, la acomodación a las circunstancias: se acepta demorar el placer y se tantea, se especula, se defiende, sin perder nunca de vista que el objetivo es la satisfacción final: la victoria, el pase a la siguiente fase, el orgasmo supremo de alzar la copa.
La mayoría de las selecciones oscilan entre placer y realidad. Algunas, como Argentina, Uruguay o México, empezaron muy clavadas en la realidad y en el segundo partido se aproximaron al placer. Otras, como Alemania y muy especialmente España, ya han comprobado que la realidad, a veces, es poco placentera y conduce a la frustración. Habrá que ver cómo evolucionan.
Hay, sin embargo, un par de casos especiales para los que también se puede apelar a Freud. El doctor vienés consideraba que en situaciones de altísima tensión, cuando la realidad se hace insufrible, las personas esgrimen una pulsión opuesta a la del placer. Se trata de la pulsión de muerte. La persona (la selección de fútbol, en el caso que nos ocupa) desea desaparecer, autodestruirse, convertirse en nada, para resolver una tensión que no es capaz de afrontar.
Inglaterra es uno de esos casos. En sus dos partidos ha resultado evidente el sufrimiento de sus jugadores, su incapacidad para hacer frente a la realidad. Que tipos como Rooney, Gerrard y Lampard no consigan tocar un solo balón con criterio revela una angustia profunda. Un síntoma adicional fue la bronca de Rooney a los espectadores tras el empate con Argelia: la pulsión de muerte se vuelca al exterior en forma de agresividad.

Hay algo que oprime a los ingleses. Tal vez las muchas décadas de frustración desde la victoria de 1966, tal vez la presión de un público que en cada Mundial espera mucho de ellos y a la vez sospecha que obtendrá poco; tal vez la misma presencia de Capello, un técnico que tiende a exprimir y carbonizar sus equipos. No lo sé.


Luego está el caso de Francia. Quizá sería un exceso de benevolencia atribuir a los seleccionados franceses, entre los cuales hay futbolistas de una calidad teóricamente indiscutible, una simple fase negativa, un descenso hacia la pulsión de muerte. Lo suyo parece más bien nihilismo. Pero también esa valoración podría resultar demasiado positiva.
Dejémoslo en el viejo “jemenfoutisme”: les da igual todo, les aburre el fútbol, les hastía el público, no quieren perder más tiempo del estrictamente necesario entre balones que brincan y ruido de vuvuzelas. Lo que desean es largarse de vacaciones.


Lo que, bien mirado, y tratándose de futbolistas a los que, por lo que sea, no apetece jugar al fútbol (¿odio a Domenech?, ¿sentimiento de culpa por haberse clasificado con la mano?), enlazaría con el principio de realidad y el principio de placer: quieren darse el gustazo de irse a la playa.

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