Sucede que los fatalismos, tan obvios en el futbol holandés como la muerte al final de una tragedia griega, ahora lucen ajenos (y, quizá por ende, inminentes): no más un rebote imprudente como en la final de 1974, ni un disparo de Rensenbrinck que se estrella en el poste faltando apenas dos minutos en la final de 1978, ni Rijkaard entrando en caos y escupiendo en los octavos de final de 1990, ni un genio con miedo a volar en la cancha y en los aviones como Dennis Bergkamp, ni los penales que los echan fuera de la Euro 96, ni los penales que los echan fuera del Mundial 98, ni los penales que los echan fuera de la Euro 2000 (2 fallados en pleno partido, otros 3 en la serie definitoria)...
Y sucede que hay una generación con ansias de reivindicarse, que conoce el sacrificio y la subestimación; Sneijder y Robben fueron echados del Madrid bajo el planteamiento “es un salto de calidad tener a Cristiano en vez de a Robben adelante, y a Kaká en lugar de Sneijder en la media”; van Bommel encontró en el Bayern Munich una opción de ser líder que jamás le iba a dar el Barcelona; Kuyt se hizo indispensable en el Liverpool sólo cuando aprendió a recorrer la banda como nadie.
Pero sucede, además, que esta Naranja es mucho más apegada al término mecánica que las anteriores. Arjen Robben, piernas de cristal al margen, sirve como ejemplo perfecto: un crack posmoderno, crack multimedia, crack de laboratorio.
Robben no aprender a conducirse en las irregularidades de la calle, ni a driblar con la banca de la plaza como aliada, ni a disparar con una lata de atún como balón y atinando a un hueco entre dos piedras o chompas, estas son prácticas vedadas en una Europa noroccidental donde se prohíbe jugar con pelota fuera de una cancha.
Robben es resultado de un método de entrenamiento que se basa en “ver y copiar”: observar centenas de veces los movimientos de los más grandes en un video para después salir al campo y repetirlos; memorizadas las técnicas, el resto es saber cuándo emplearlas... Y Arjen sabe como el que más: su diagonal, corte hacia el centro, tiro a gol; su aceleración, freno y disparo. En sus movimientos futbolísticos es posible ver muchos gestos de grandes jugadres, incluido Messi.
La selección holandesa, inspirada en poner diques a las olas, en ganar espacio al mar está a un paso de dejar de ser el equipo más grande que nunca ha ganado un Mundial.
Frente a España habrá un choque de similares, de desafortunados buscando romper su estigma, de desafiar las pesadillas, de cambiar la historia. Holanda tiene fortalezas indicutibles para derribar a España, sin embargo, su mayor flaqueza es la enorme capacidad para diluir su propuesta futbolística, esa manía de olvidarse de manejar los partidos, de descrontralarse en la última línea de defensa...
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