domingo, 10 de junio de 2007

Fútbol y Literatura (I)

Ausente Lector exactamente hace un año y un día decididos escapábamos de las oficinas, de los colegios, de las universidades, de la tienda, del minibús, de la fábrica, del puesto, del bar, del curul. Atravesábamos largas, inmensas y cortas calles, robábamos cable, todo para llegar a hora y ver el primer partido del Mundial Alemania 2006.

Para curar esa melancolía, para rellenar esa peregrina ausencia, para despabilarse de tanto nervio futbolero, para distraerse del archiconocido e insoportable tema de la AlturA AndinA, para distenderse de tanta copa infartante

[disculpe inexistente lector, a riesgo de desatar la “coherencia” de este texto no aguanto las ganas de exponerle un vaga digresión, haga de cuenta que se trata de un desborde feroz por el lateral izquierdo de la cancha, no puedo dejar de comentar el final de la copa española con un Madrid a un punto del Barcelona; tampoco el campeonato argentino que tiene a un San Lorenzo a punto de llegar a ser primero en el podio, y sobre todo la lucha visceral por los equipos que pelean por no ser víctimas del descenso, entre ellos Nueva Chicago que fue víctima de un robo; lo mismo con Real Potosí que si hoy en la tarde le gana a Real Mamoré será el campeón, por primera vez y con todo el mérito, del fútbol boliviano; eso sí, siempre y cuando el Tribunal de Penas de la Federación no diga lo contrario y proceda con el bochorno, después de este brevísimo desborde que no terminó en Gol vuelvo al texto]

invito a mis inexistentes lectores a leer una sinuosa ficción futbolera que desde la plasticidad de su lenguaje explora en las conocidas resonancias que laten en los sueños de los hábiles jugadores que con gambetas y huellas poéticas impregnan de un magma inaprensible a la atmósfera arrabalera del fútbol.

El cuento pertenece al admirable periodista argentino Walter Vargas, proviene de su impresionante libro Del diario íntimo de un chico rubio (y otras historias futboleras). Este cuento arrastra júbilos, incandescencias, pirotecnia, absurdos, gestos, muecas, hábitos que despiertan en la cotidianidad del fútbol; su mecánica narrativa arrastra a este conjunto estridente hasta casi bordear los barrancos de la nada, justo ahí donde nace el misterioso afán de arrastrar una esfera con el lenguaje mudo de los pies.

En esa cornisa el cuento desentraña los lugares comunes y los vicios que abundan en el fútbol: el periodismo con su mañas, las vastas opiniones “calificadas” de especialistas que se horadan a sí mismos, las histéricas hinchadas, las cotizaciones que de a poco opacan el juego, los intermediarios de jugadores (la caza de esclavos postmoderna), todo en medio de un festín voluptuoso de dólares y de inevitables derrotas. No se sorprenda inexistente lector: en el cuento de Vargas abundan los psicólogos y psiconalistas de toda laya que intentan desatar y proporcionar una lógica (“una explicación coherente ante el estrepitoso fracaso”) al siempre indócil y burlón juego de la pelotita. Entre líneas este cuento homenajea a los amigos que se reúnen en torno del siempre infinito juego del fútbol, hay unos llamativos guiños donde arde una pulsión poética: el fútbol es un juego muy simple, ahí radica su maravilla.

Social Deportivo Benavente

Un modesto club del conurbano bonaerense registraba un curioso récord de imbatibilidad: 192 partidos invictos.

Ese grupo de chiquilines criados en el mismo barrio, de la misma edad, había salido campeón de novena a cuarta. Seis vueltas olímpicas, seis campañas excepcionales rubricadas con la fórmula de ganar, golear y gustar.

Miles de futbolistas pasan sin pena ni gloria, perdidos en las sombras del anonimato, pero ellos ya gozaban de notoriedad cuando ni siquiera habían dejado atrás el tiempo del acné. Eran el orgullo de la hinchada del Social y Deportivo Benavente, motivo de embeleso para los estadígrafos, fruta exótica en la mesa de los medios de la comunicación.

El mismo día que se consagraban campeones de cuarta división, una asamblea extraordinaria de socios decidía rechazar un jugoso ofrecimiento de un grupo de empresario italiano y declaraba instransferible al plantel.

Antes de arrancar la temporada siguiente, en primera, el Social y Deportivo Benavente era más candidato al título que los cinco grandes. Todo el mundo se preparaba para asistir al bautismo adulto del denominado Dream Team.

Pero en el debut perdieron 3 a 0, de local, contra uno de los rivales más flojos del campeonato. Y también perdieron el partido siguiente, y el otro, y el otro, y así siete fechas seguidas: cero goles a favor, 48 en contra.

De buenas a primeras, aquel equipo que jugaba de memoria era víctima de extraño sopor. Ni rastros de su asombrosa coordinación, de su inexpugnable defensa, de su atildada circulación de pelota, de sus fulminantes movimientos ofensivos.

El desconcierto de los cronistas deportivos, incapaces de encontrar una explicación coherente del estrepitoso fracaso del Dream Team, demandó opiniones muy calificadas. Así, un pensador argentino radicado en España, Jorge Zappa Di Meola, juzgó que la apatía de los delanteros del Social y Deportivo Benavente, era fácilmente explicable, un caso de miedo céltico, término acuñado cuando un centrodelantero gallego, Manolito Longueira, del Celta de Vigo, estuvo ocho años sin marcar goles afectado del panicus celebratorio. Prefería la rechifla general a quedarse sepultado bajo una montaña de hombres que lo apretaban, manoseaban y besuqueaban.

Esta hipótesis fue aceptada de buen grado, hasta que un par de meses después, cuando las abultadas derrotas del Social y Deportivo Benavente eran recibidas con indiferencia, los acontecimientos dieron un giro brusco: ganaron ocho partidos al hilo, entre ellos el clásico y un par ante adversarios poderosos a los cuales los arruinaron en su lucha por el título.

¿Cómo lo consiguieron? Gracias a una asombrosa coordinación, una inexpugnable defensa, una atildada circulación de pelota y fulminantes movimientos ofensivos.
Ese sprint final (ocho triunfos, 54 goles a favor, ninguno en contra) fue suficiente para que el Social y Deportivo Benavente se salvara del descenso y recuperara su condición de Dream Team a los ojos del periodismo, del público y del empresariado.
Antes de iniciarse la temporada siguiente, doce grupos europeos tomaron nota de que el riesgo Dream Team había bajado, y elevaron ofertas astronómicas.

Pero una nueva asamblea extraordinaria resolvió declarar al plantel instransferible por doce meses más, a la espera de obtener un campeonato y duplicar o triplicar la cotización de los cracks.

De cara al nuevo campeonato, los entendidos dieron como favorito al primer puesto al Social y Deportivo Benavente.

Superada una lógica etapa de adaptacion, habiendo pagado el derecho de piso de toda formación bisoña, no tenían una pizca de dudas. Ahora sí se venía una campaña arrolladora, igual o mejor que la que habían cumplido en las divisiones inferiores.
En el debut perdieron 5 a 0, de visitantes, ante un rival recién ascendido. Y también perdieron el partido siguiente, y el otro, y el otro, y así nueve fechas seguidas: ningún gol a favor, 66 en contra.

El desconcierto de los periodistas deportivos, incapaces de encontrar una explicación coherente ante el estrepitoso fracaso del Dream Team, demandó opiniones muy calificadas.

El psicoanalista boliviano Hermes Baldivieso, seguidor de la corriente de Melanie Klein, diagnóstico el caso como el síndrome del medio sénico, denominación que se le da al episodio en el cual un bebé rechaza el pecho materno. El profesional consideró natural que el Social y Deportivo Benavente arrancara los torneos con desempeños desastros. Es evidente que los comienzos llevan a estos muchachos a un estado de regresión infantil. Temen ganar, así como el bebé teme perder el seno de su madre. La solución fallida de los jugadores los conduce a dejarse derrotar sin oponer resistencia, opinó.

En franca disidencia con su colega, otro psiconalista, pero de la línea gestática sibarítica, el alemán Otto Emmerich, estimó que el fenómeno Dream Team entraba en las categorías de las fobias. Esta es una fobia, pero más específica, bramó Emmerich, en una entrevista concedida a la publicación deportiva Bundesliga-Bundesrracha.

Emmerich dijo que se asistía a un extraño suceso de miedo esférico, es decir, no ya miedo escénico, que es el miedo a jugar en público, sino del miedo a manipular el propio útil: miedo a la pelota.

Instalada la polémica entre Baldivieso y Emmerich, el Social y Deportivo Benavente no cesaba de perder partido tras partido. Al cabo de la décima fecha, el riesgo Dream Team subía hasta guarismos escandalosos y la Internacional de Intermediarios resolvía eliminarlo de su agenda de posibles inversiones. Ningún asociado compraría ni un solo jugador de un equipo tan escasamente lucrativo.

Al mismo tiempo, en la Argentina era un secreto a voces que los futbolistas de los demás clubes se negaban a jugar en el Social y Deportivo Benavente. Decían, por lo bajo, que era un quemo, la Siberia, la muerte en bicicleta, lo peor de lo peor.
De manera que, bastante antes de terminar el campeonato, se sabía que en la temporada entrante el Social y Deportivo Benavente se las tendría que arreglar con lo que tenía: nadie quería comprarle jugadores, ningún jugador quería ser comprado por el Social y Deportivo Benavente.

Ahí fue que, repentinamente, el Dream Team volvió por sus fueros. En un santiamén recuperó su asombrosa coordinación, su inexpugnable defensa, su atildada circulación de pelota, sus fulminantes movimientos ofensivos.

Ganó once partidos seguidos (94 goles a favor, ningún en contra) y no sólo se salvó del descenso: terminó entreverado con los de arriba.

De cara a una nueva temporada, a un nuevo campeonato, los entendidos volvieron a dar como amplio favorito al Social y Deportivo Benavente.

Y en la primera fecha ganó 7 a 1. Y goleó en la segunda, en la tercera, en la cuarta, hasta alcanzar nueve victorias consecutivas: 74 goles a favor, ninguno en contra.

Y la prensa especializada cantaba loas a ese equipo invencible que se aprestaba a pulverizar todos los records, que se dirigía a una segura vuelta olímpica, que jugaba la nuestra, la de ellos, la de todos.

Y los grupos empresarios estimaban que estaban dadas las condiciones, que como los mercados habían recuperado la confianza ante la sensible disminución del riesgo Dream Team, volvían a la carga.

Ebrios de júbilo reclamaron para sí la prioridad de las negaciones, anunciaron acuerdos extraoficiales en millones de dólares.

Y la internacional de Intermediarios abrió una licitación para adjudicar los derechos de representar a esos cracks.

Y la Comisión Directiva del Social Deportivo Benavente resolvió que, visto que estaban al alcance de la mano los objetivos supremos que se había fijado, a final de temporada vendería al plantel entero en un monto que, sólo por pudor, prefería mantener en reserva.

Cuarenta y ocho horas después el Social y Deportivo Benavente perdía el invicto: 8 a 0. Y también perdía el siguiente partido, y el otro, y el otro. Perdió diez partidos consecutivos: ningún gol a favor, 94 en contra. Al final del torneo apenas si sumaba los puntos necesarios para conservar la categoría.

El desconcierto de los cronistas deportivos, incapaces de encontrar una explicación coherente al estrepitoso fracaso del Dream Team, demandó opiniones muy calificadas.

Un psicólogo especializado, el nigeriano Nwankwo Utubm, aventuró que la debacle había obedecido al miedo cénico, pavura que en los futbolistas despierta la ingesta de comida la noche anterior a un match y los somete a prolongados estado de catatomía lúdica.

Otros cientistas sociales hablaron de miedo escéptico, desconfianza en las propias fuerzas; miedo estético, angustia que despierta la ejecución de actos profundamente bellos; y miedo bíblico, autocastigo de origen misterioso que ataca a quienes no toleran habilidades que simbolizan la multiplicación de los panes.

No faltaron, desde luego, quienes sostuvieron se declaraban en asamblea permanente hasta que consensuaron el camino a seguir.

En eso estaban, cuando un buen día llamó a conferencia de prensa el plantel del Social y Deportivo Benavente.

Tomó la palabra el capitán del equipo, el Tweety Pernía, agradeció el apoyo de la maravillosa hinchada y dijo que no había nada más que analizar ni deliberar, que no se sentían felices porque nunca habían disfrutado tanto del fútbol como cuando jugaban en las inferiores.

Dijo, el Tweety Pernía, capitán del Social y Deportivo Benavente, que hasta ahí habían llegado, que exigían la libertad de acción, que se iban de la competencia profesional.
Sin rencores, dijo el Tweety Pernía, pero nos vamos.
Y se fueron.
Al fútbol siguieron jugando, pero ahí nomás, en el barrio. Torneos de amigos, de amigos de amigos.
Cada noche, después de cada partido, ganaran o perdieran, se reunían en Pito Catalán, la pizzería que habían comprado con el esfuerzo de tantos años.

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